Crecí en una familia católica y desde muy pequeña participé en grupos de formación y apostolado. Traía heridas emocionales que no eran reconocidas; sentía ansiedad, irritabilidad, poca o nula motivación, me sentía “perdida” y, al fallar mis propios recursos, comprendí que necesitaba buscar ayuda. Pero, sentía miedo, porque no quería un abordaje solamente psicológico, contrario a mis creencias cristianas, cuyas prácticas podrían limitar o incluso negar el verdadero sentido de mi existencia.
Gracias a la atención de una profesional bien formada, que incluye la espiritualidad como eje fundamental de mi ser y con prácticas afines a mi Fe, he tenido la oportunidad de redescubrirse, a la luz de la misericordia, como “hija de Dios creada por y para el amor”, acompañada desde la fe y la esperanza cristiana, en la búsqueda de la plenitud a la que todos estamos llamados. He experimentado el amor del Buen Pastor, sintiendo paz, consuelo y alegría, al dar un significado a mi situación personal desde un enfoque psicoespiritual, acogiendo mi humanidad y contemplando la Cruz como respuesta a mi anhelo de lo eterno.