El relativismo: ¿verdad o conveniencia?
El relativismo es una postura que niega la existencia de la verdad objetiva. Distintas “verdades” sobre un mismo tema que se contradigan explícitamente podrían ser aceptadas como válidas según esta forma de pensar. El filósofo Protágoras lo expresaba 485 años antes de Cristo como «el hombre es la medida de todas las cosas» siendo su propio criterio personal el que se tomaba como «su verdad».
Las personas que asumen una postura relativista, utilizan la medida de aquello que es verdadero como patrón de lo que es verdad con base a lo que todo el mundo opina y/o lo que es culturalmente acostumbrado en un contexto cultural determinado. Entonces si todo el mundo opina que robar está bien para dar de comer, eso se toma como verdad y, por tanto, es algo bueno para sí mismo, aunque no lo sea para otro.
Otros dos criterios de lo que se toma como verdad en la postura relativista, además de lo que piensa la mayoría y del contexto cultural, es lo que resulte conveniente para alguien. Pero al usar cada quien su criterio de verdad, estaría siendo conveniente para uno mientras no lo será para otro, lo que crea un caos social.
Los criterios relativistas para determinar la verdad son un callejón sin salida, pues al cada quien tener «su verdad», no existe como tal un criterio universal que, independientemente a lo que cada quien opine, ordene las conductas de los hombres con base a un bien común. Por tanto, lo que al parecer sería un bien para alguno no lo sería para otros y por ende, no podemos, por tanto, considerar que es un bien universal.
La verdad siempre conducirá a un bien para sí mismo, al final para todos, no solo para una persona. No es conveniente para unos y perjudicial para otros, sino un bien para todos, respetando con ello la dignidad humana.
Si se piensa que todo es relativo, entonces no existe, en consecuencia, una verdad, porque entonces también es relativo esa opinión que se sustenta como verdad.
Los cristianos y la verdad
Los cristianos consideramos que existe una verdad única, indivisible e inmutable. La verdad es la adecuación entre lo subjetivo y lo objetivo. Es decir, lo que conozco de la realidad objetiva y la misma realidad objetiva que existe independientemente a mí, inclusive independientemente a que yo la conozca o no la conozca.
Cuando una persona, por tanto, está expresando verbalmente lo que piensa con coherencia a lo que existe en la realidad, decimos que es verdad. Porque sus palabras coinciden con sus pensamientos sobre determinado asunto de la realidad. A esto lo llamamos la verdad moral.
Cuando una persona hace un juicio de la inteligencia que coincide con la realidad, entonces podemos decir que eso es la verdad lógica. Decimos que es la adecuación de la inteligencia a la cosa conocida de la realidad objetiva.
Para poder llegar a la verdad lógica, la misma depende del sujeto que conoce y sus disposiciones para percibirlo así como del objeto que es percibido. Si bien es cierto que no podemos conocer la esencia perfecta y total de las cosas, también el conocimiento y la experiencia nos permiten conocer algo de la esencia de las cosas. Este es el carácter relativo a la verdad, que no es lo mismo que ser relativista. Significa que nosotros somos limitados para conocerla total y perfectamente, pero no es lo mismo a decir que la verdad es relativa y depende únicamente del sujeto.
El hombre puede conocer las cosas hasta que su propia naturaleza limitada se lo permite. Y ese conocimiento se da por medio de la inteligencia que se acerca a la realidad, discierne lo que es, de lo que no es. A medida que el hombre emprende el camino del conocimiento con su razón, puede ir conociendo la verdad y esa verdad, como dice el evangelio, siempre nos hará libres, aunque incluso sea dolorosa.
Grados de asentimiento camino a la verdad
Existe un camino en el conocimiento de esa verdad, porque como todo en esta vida es un proceso y no se conoce de forma inmediata como muchos creen, justamente porque somos limitados para conocerla. A ese camino lo llamamos grados de asentimiento de la verdad, donde el ser humano se adentra en ese camino de conocimiento y a medida que conoce puede ir progresando en ese conocimiento subjetivo de la realidad objetiva.
El primer grado de asentimiento es la ignorancia. Una palabra que ha sido utilizada en el argot popular como un adjetivo calificativo, a manera de insulto. La realidad es que esto significa «ausencia de todo conocimiento relativo a un objeto”.
El segundo grado de asentimiento es la duda, definida como la suspensión del juicio respecto a algo de la realidad objetiva. Quiere decir que no somos capaces de percibir con claridad esa realidad, por lo tanto, no encontramos o contamos con ninguna razón para afirmar o negar algo; es decir, para inclinarlos a favor o en contra.
Ante la duda hay que abstenerse. Requiere humildad para decir; “no puedo decir nada al respecto porque no conozco elementos de la realidad o conozco muy poco como para fijar una postura”.
La duda es algo bueno cuando nos mueve a conocer, pues lo correcto y que va conforme a nuestra naturaleza humana es que podamos conocer para llegar a un juicio fundamentado. Con fundamentado no me refiero a «creo que, o siento que» sino a elementos de la realidad objetiva que existen independientemente a nosotros. Pero si la persona es soberbia, entonces no se moverá a conocer y fijará postura creyendo tener la razón cuando más bien está en duda porque carece de muchos elementos de conocimiento. ¡No hay nada peor que afirmar algo como verdad siendo más bien que estamos en duda!
El tercer grado de asentimiento de la verdad es la opinión. Esta es definida como la enunciación de un juicio, pero en ella existe realmente un temor a errar porque se sigue reconocimiento que existe falta de un conocimiento más pleno del objeto que se conoce (personas, realidades, etc.).
En este caso estamos reconocimiento al decir “es una opinión” que tenemos algunos elementos de juicio pero que nos falta conocer otros elementos de la realidad para decir que algo es cierto. La opinión significa que, si conocí algo, pero que aún me falta buscar evidencia de la realidad objetiva para conocerla más plenamente sin temor a estar equivocado. El problema surge cuando una persona se queda satisfecha con ese «algo» de lo que conoce pensando que lo conoce todo y llamando a eso verdad.
El último grado de asentimiento de la verdad es finalmente la certeza la cual es definida como el estado del espíritu que reposa en una verdad porque no tiene duda en contra de esta. Es decir, la persona por medio de su razón busco evidencia objetiva en el conocimiento y, por tanto, no tiene duda de lo que piensa al respecto del objeto (persona, hechos o cosas) de la realidad objetiva.
La verdad y la fe
Esta certeza proviene solo de la evidencia que conocemos, ya sea directa o de forma indirecta. Y con ello, no me refiero a comentarios de otras personas en forma de chisme, sino un conocimiento que esté fundamentado en una evidencia objetiva.
Para nosotros los cristianos, esta certeza es sellada aún más o elevada por medio de la razón cuando proviene de la fe teologal, pues la razón confirma por medio de la inteligencia que determinada la verdad que proviene de Dios. Entonces, podemos afirmar por medio de la fe que ilumina y completa, llevando a plenitud lo que la razón ha determinado como verdad.
La búsqueda de la verdad en la terapia católica
Este tema de la verdad es fundamental para la práctica terapéutica integral en un enfoque biopsicosocial y espiritual. Pues el paciente llegará en algún grado de asentimiento bajo, y muy probablemente pensará que algo es verdad estando más bien en ignorancia. Cuando la razón alcanza a resolver las incógnitas, no se necesita a un tercero para que ayude a encontrar esa verdad, pues por medio del conocimiento, la persona logró hacerlo.
Cuando ya existe una sintomatología en el ámbito cognitivo, emocional o conductual, está claro que la razón del paciente no está encontrando la verdad. Allí es cuando el rol del psicólogo católico entra en escena para ayudar al paciente a discernir e iniciar este camino progresivo en la búsqueda de la verdad.
Para ello, se necesita revisar lo que piensa, para eliminar las distorsiones cognitivas reflejadas en aquello que no es verdad en su juicio, pero que lo ha tomado como evidencia de la verdad. Luego, analizando la evidencia restante para confirmar que sí es y así dejar lo que de evidencia se tiene. Allí podemos establecer si está en ignorancia, en duda o en opinión. Es normal encontrar que, cuando hemos detectado la sintomatología de un trastorno clínico, la persona se ha convencido de una verdad que es más bien ignorancia.
Cuando hemos ayudado a la razón del paciente a encontrar la verdad, esta emerge con la suavidad de una brisa, pero con la fuerza de un huracán. Es allí cuando se puede iluminar con el don de la fe teniendo un sentido trascendente para el paciente. El efecto inmediato es el don de la paz y la libertad que da conocerla.
El rol del psicólogo católico en la búsqueda de la verdad
El rol del psicólogo católico es vital en esta tarea. Necesita ayudar al paciente a buscar la verdad que lo hará libre, que lo sanará, que lo ayudará a recobrar la unidad de mente, cuerpo y alma. Que le permitirá ver con trascendencia incluso sus hechos de dolor pasados y presentes.
Por eso, es tan importante que un psicólogo católico tanto en su vida personal como profesional viva en verdad. Porque si en su vida, no se mueve a conocer la verdad, asume el grado de asentimiento de la ignorancia, o de la opinión o de la duda como una verdad sin moverse al conocimiento, entonces tomará decisiones apresuradas pensando que tiene la verdad cuando está lejos de conocerla.
Cuando un ser humano no se mueve a conocer la verdad o queda atrapado en ella, y no hace una suspensión de juicio, sino todo lo contrario toma partida y hace un juicio sin tener la fuente objetiva del conocimiento, entonces está actuando en el contexto terapéutico con negligencia.
Esto se disculpa en un paciente que está pidiendo ayuda porque sabemos el estado de su razón aunque no se exime de la responsabilidad de sus actos. Pero un psicólogo que esté estableciendo un juicio a priori basado en una interpretación subjetiva, y además toma decisiones parciales de lo que escuchó sin saber sopesar la evidencia, puede aconsejar a su paciente actuar como un justiciero, hiriendo a otros. Allí es cuando vemos que se empodera al paciente a tomar decisiones basadas en una supuesta verdad, rompiendo más la unidad de la persona, llegando a trascender en sus relaciones personales, familiares y laborales.
Una persona puede hacer uso de una opinión creyendo tener la certeza absoluta y lanzando su veredicto al otro, que ni oportunidad ha tenido de dar información objetiva. Esto no solo es un error grave en la práctica terapéutica, sino que, además; se puede caer en profundas injusticias y, por tanto, falta de caridad, destruir una reputación, una relación, un matrimonio, una obra de Dios, una persona, o una familia, entre muchas otras cosas.
Conclusión
La verdad es una. Por ello, es inconcebible para un psicólogo católico que tome postura de algo que no conoce realmente y que únicamente lo tomó de una supuesta evidencia que no contrarrestó ni sopeso de su paciente quien hay que asumir que tiene la capacidad de su razón disminuida. Es proceder con base a «un chisme”. Pues si necesitamos ayudar a nuestros pacientes a sanar sus mentes y encontrar la verdad sobre sí mismos y sobre su realidad, es inconcebible que en sus vidas personales no pueden vivir con este principio.
Al partir de un supuesto no relativista, no existe por tanto «mi verdad». Ni la del paciente, ni del terapeuta. Un psicólogo que se llame católico necesita ser un experto en esta búsqueda de la verdad para no caer, por tanto, en posturas relativistas.
El descubrir la verdad por medio del conocimiento objetivo, le permitirá establecer un excelente diagnóstico, un tratamiento y una intervención altamente eficaz. La verdad, parte de los hechos, de lo que está escrito, de lo que se dijo, de lo que pasó y no de la interpretación subjetiva que hizo el paciente o que se tomó como verdadera sin pasar a contrarrestarla con hechos objetivos y verificables, etc.
De lo contrario, entonces le tendríamos que dar la razón al filósofo Protágoras pues allí el hombre estaría actuando como la medida de todas las cosas, siendo su propio criterio personal el que se tomaba como «su verdad». Pero en este caso el hombre sería el psicólogo católico quien estaría siendo la medida de la verdad.
Dra. Mercedes Vallenilla
Fundadora de Psicología Católica Integral y de Mindove Catholic Therapy