Recuerdo estando enferma en cama cuando una persona conocida habló para saber como me sentía. En ese momento no me encontraba en disposición de atender la llamada, así que le dije a la persona que me estaba acompañando que le agradeciera y que cuando me sintiera mejor le regresaría la llamada. Con gran asombro escuché la voz de mi acompañante diciendo que no podía atender la llamada porque me estaba bañando.
Con mucho desagrado me quedé en la cama lidiando con mi malestar, pero no solo el físico sino el malestar interior que me causó escuchar algo que no era cierto. A partir de allí obtuve una reflexión además de un compromiso. Educaría a mis hijos en la verdad no solo de su fe, de sus realidades como seres humanos limitados pero amados por Dios; de lo que son y están llamados a ser, sino en la verdad vivida en los aspectos más insignificantes de la cotidianidad.
Es algo común ver como gente “buena” miente por cosas insignificantes y a la hora sobre todo de resolver conflictos. En el primer caso quizás no existe ninguna consecuencia de trascendencia, pero cuando queremos establecer relaciones profundas y duraderas si afecta de manera importante en todos los ámbitos de la vida.
Las personas en general no dicen la verdad principalmente por un mecanismo de defensa que se llama autojustificación. Es un mecanismo que está sostenido por lo que llamamos “Disonancia Cognoscitiva”, donde en la mente se produce una gran diferencia entre creencias y acciones que chocan entre si. Por ejemplo, una creencia errónea de perfeccionismo con una acción imperfecta. O una creencia religiosa de ser misericordioso con una acción poco misericordiosa. Una creencia de ser moralmente ético con un acto falto de ética y de caridad cristiana. La manera como la mente busca conciliar aquello que es opuesto y poco coherente es con la mentira.
Esta disonancia es como si proyectáramos una montaña a la altura del Everest de algo que esperábamos, pero la realidad es que ocurre algo con la altura de una hormiga. La diferencia entre la altura de esa montaña que proyectamos versus la altura de lo que realmente sucedió produce un sentimiento desagradable e incómodo que la mente trata de acomodar con una mentira porque a simple vista la realidad de lo que sucedió no logra ser conciliado por la mente porque no es coherente con lo que creíamos, esperábamos o proyectamos. Es como si se redujera esa diferencia acomodando la realidad con argumentos que no fueron ciertos o reales y se convence la persona de eso para poder disminuir la sensación de desagrado interior y así conciliar ambas realidades.
Esa diferencia puede ser entre lo que proyectamos o lo que realmente sucedió. Entre expectativas que es lo que esperábamos y la realidad. Entre lo que hubiéramos querido, deseado y era coherente a nuestro sentir, a nuestras creencias, nuestros deseos y lo que realmente pasó.
A partir de que la mente comienza a dar argumentos no verdaderos de lo que sucedió para poder reducir ese sensación de desagrado interior, se activan otros mecanismos más profundos que comienzan a distorsionar la realidad de lo que realmente sucedió o está sucediendo alterando y distorsionando la percepción de si mismo, del entorno, de los demás y llevando a la persona a tomar decisiones equivocadas a mediano y largo plazo. El último recurso de la mente además de autojustificar es posar la culpa en otros como una manera de “quitarse” de encima el problema y el desagrado que causó el error. De ajustar la falta de coherencia entre lo que se cree con las acciones.
La mayoría de las personas que caen en este circulo vicioso, van creciendo en esta habilidad de no aceptar la realidad y evadir con argumentos cada vez más confusos y menos exactos para justificar sus acciones. Con el tiempo, se van enredando en malos hábitos de comunicación, porque no son en el fondo capaces de aceptar la realidad sino dando argumentos circulares que intentan confundir la evidencia. La mayoría de las personas que caen en estos mecanismos de una manera inconsciente y –a veces- semi-conscientes tienen un lapso de conciencia como música de fondo que les dice que no están actuando de manera correcta; pero en el fondo, lo que están buscando es preservar su autoestima. La construcción de una imagen positiva se convierte en la meta diaria de sus vidas y viven pendientes de preservar esa imagen positiva en su entorno a como de lugar y a toda costa. Por eso, mentir y autojustificar se convierte en una necesidad constante y vital porque atenta contra algo que consideran imprescindible que es mantener y preservar un ”status quo”, el equilibrio social, un buen nivel de reconocimiento social o una buena imagen ante otros.Al final, de autocompensar su autoestima.
Cuando una persona miente de manera habitual justificando cada uno de sus errores, comienza a generarse mecanismos más profundos en la mente que se llaman distorsiones perceptivas, algo que los psicólogos sociales estudiamos profundamente.
Uno de las más comunes distorsiones perceptivas es el Sesgo Confirmatorio que es cuando la persona tiende a buscar o percibir solo la evidencia que confirme lo que cree, lo que esperaba, lo que le hubiera gustado o lo que pensaba. Esto le hace percibir de la realidad solo aquello que le confirme sus autojustificaciones, sus expectativas o sus motivaciones y descartan la evidencia que confirme lo contrario porque no están ni siquiera motivados o interesados a buscar y escuchar evidencia que descarte lo que se creen, lo que esperaban o las justificaciones que su mente les otorga.
Otra distorsión perceptiva son las Profecias Autocumplidas, que es cuando la construcción de la realidad se forma inicialmente por una percepción equivocada o una falta de definición de la situación inicial de manera correcta u objetiva, lo que condiciona su comportamiento o hace que las personas tomen decisiones equivocadas que a su vez hace que la situación planteada de manera errada se convierta en una realidad distorsionada perpetuando un error tras otro. Al final, en todas las distorsiones perceptivas, las personas no están abiertas en su mente y en su corazón a escuchar la evidencia en cualquiera de los ámbitos en que esta pueda darse y que les dice lo contrario a lo que ya han creído para justificar sus errores.
La gente buena que no hace cosas malas pero que miente constantemente van gestando una bola de nieve en la mente y en su entorno que hace que a la larga cometan errores. Con el tiempo van generando más mentiras para encubrir con autojustificaciones cada una de ellas y a mediano plazo se convencen a si mismos de sus propias mentiras llegando a perder incluso la noción que hay de ese límite entre la verdad y la mentira.
Al final – de una manera catastrófica- las mentiras dichas los hacen caer de una forma vertiginosa perdiendo algo mucho más valioso que su propia imagen y que es la confianza que las personas habían depositado en ellas y la credibilidad en el entorno familiar, social y laboral. El quiebre de sus relaciones personales e incluso laborales se hace inminente generando un colapso serio a nivel personal y familiar, pues el mal hábito de posar la culpa en otros queda a largo plazo en evidencia.
Todos cometemos errores y todos tenemos la tendencia a reducir esa sensación de desagradado interior que crea la disonancia cognoscitiva “disfrazando” los errores personales. Pero si queremos crecer en caridad, en libertad interior, madurar y vivir en coherencia cristiana entre el ser y el hacer, entre lo que deseamos y lo que actuamos, entre lo que somos y lo que queremos llegar a ser, debemos de tener la mente abierta para que el paracaídas se abra y pueda hacernos volar para crecer a niveles nunca imaginados como personas en todos los ámbitos de nuestras vidas. Nadie que no acepte y reconozca aquello que puede y debe cambiar, puede crecer, renovar su corazón por medio de la transformación que otorga la gracia.
Lo importante no es si cometemos o no errores, lo importante es si estamos abiertos todos los días de la vida a reconocer esos errores con humildad y sencillez, sin importar lo que los demás piensen de nosotros. En cómo asumimos esos errores y lo que hacemos una vez cometidos es lo que realmente marcará una diferencia en nuestras vidas, pero no en un momento particular de nuestra historia personal sino todos los días de nuestra vida. Eso es lo que realmente nos acerca a las personas, lo que nos ayuda a madurar en la fe y nos ayuda además a crecer como seres humanos cimentados en la verdad de nuestras vidas “somos hijos amos de Dios”.
San Pablo decía: “realmente mi proceder no lo comprendo, pues no hago lo que quiero sino que hago lo que aborrezco” (Rom, 7,15) La diferencia es que quizás en San Pablo no operaba la disonancia cognoscitiva porque San Pablo tenía el corazón lleno del amor de Dios, era sincero consigo mismo y reconocía como hombre imperfecto manchado por el pecado original sus errores, pero también expresaba las intenciones y sus propias motivaciones interiores: “no quiero hacer esto”. Pero además reconocía que no comprendía a nivel cognitivo porqué lo hacía. Esto es contrario a dar justificaciones. Una persona que reconoce sus errores no se baja su autoestima, al contrario es digno de respeto y admiración.
De esta manera una persona que da este paso contundente de vida y decide dejar de autojustificar sus acciones, aceptando la evidencia que lo ayudarán a reconocer los errores es que realmente podrá renovarse en su interior. Comenzará a vivir la vida dejando de ser su propio autoreferente y pasar su marco de referencia a un marco más grande y trascendente y es el de la filiación con Dios. De esta manera, es que se puede establecer relaciones fundantes en la vida de una persona, no solo con Dios, con la Virgen María, con el Espíritu Santo, sino relaciones que sean cimientos y fundamentos en la vida de la persona; en sus relaciones de familia, de pareja, de trabajo, incluso con un director espiritual o la persona que acompaña en el camino como consejero.
Para poder desmantelar este mecanismo de la mente, es importante en primer lugar tener la mente abierta para poder escuchar la evidencia que nos dice dónde y cómo nos equivocamos. Si la persona no está abierta ni siquiera a poder evaluar la situación desde una perspectiva objetiva, a escuchar de otros que nos quieran decir dónde pudimos habernos equivocado, no podrá darse este cambio. Nadie que no este abierto a ver sus errores, podrá vivir en la verdad.
El segundo paso es poder pedir perdón a aquellos a que nuestros errores han herido profunda o ligeramente. Abrirnos a nuestra miseria nos abre a la misericordia de Dios y a su vez, nos abre a aceptarnos a nosotros mismos y a aceptar a otros con humildad. Nos hace ser compasivos y misericordiosos como nuestro Padre lo es con nosotros.
En tercer lugar, siempre es bueno comunicar lo que realmente había en el corazón, las intenciones más profundas, nuestras motivaciones, nuestros deseos, sobre todo el deseo de que aquello no saliera como quizás salió. Comunicar nuestras intenciones profundas siempre acerca a las personas, independientemente del error, ayuda a escuchar que el otro no quiso hacer lo que hizo y eso sana el corazón de quien comete el error y de quien ha sido agraviado por el error.
En cuarto lugar, siempre es bueno preguntarnos si hay alguna manera como podamos resarcir el daño que nuestras acciones han causado. Nunca buscar tapar esas consecuencias sino asumirlas con responsabilidad ante Dios y ante los hombres. Buscar reparar las consecuencias de ese daño aunque sea parcialmente es una manera de mostrar nuestro arrepentimiento ante Dios y ante la persona que hemos herido.
Estamos a punto de comenzar a vivir el año Santo Jubilar que el Papa Francisco por inspiración del Espíritu Santo nos ha querido ofrecer para poder experimentar la misericordia y el perdón de Dios. Esta iniciativa no es algo destinado para los que se “portan mal” o están alejados de Dios, es para todas las personas que quieran iniciar una proceso de conversión interior o seguir creciendo en uno ya comenzado. Todos absolutamente todos estamos llamados a vivir siendo hijos de Dios, a sentirnos amados por un Dios Padre que quiere derramar en nuestros corazones su misericordia, su perdón y su amor. El quiere que nos sintamos sus hijos. que nos sepamos sus hijos y que nos comportemos con otros siendo espejos de su amor.
Todos tenemos siempre algo que cambiar, algo que mejorar pero solo en la verdad es que podremos hacerlo. La misericordia de Dios no puede entrar en un corazón que este cerrado, al igual que la mente, el corazón también esta llamado a ser como un paracaídas el cual solo puede abrirse a la verdad pero para ello hay que lanzarse a confiar.
La mente está llamada a ser un paracaídas que cuando se abre nos jala hacia arriba y nos eleva más alto evitando que caigamos duro sobre la tierra. Tener la mente abierta nos ayuda a conciliar de una manera sana la realidad de lo que somos con la realidad de lo que hacemos. Nos ayuda a no desanimarnos ante la falta de coherencia con la que a veces actuamos pero sin tener necesidad de que la mente use el recurso de mentir.
Es hora de comenzar a vivir en verdad. Mañana comienza una nueva oportunidad con la apertura de la Puerta Santa para que comencemos a abrir la mente y el corazón para vivir en verdad. La verdad absoluta que sostiene nuestras vidas es que somos amados por Dios. Esta es y debe de ser nuestra referencia hoy y siempre.