En este período litúrgico en el que estamos a punto de comenzar el periodo del Adviento para prepararnos para el nacimiento de Cristo, hemos estado meditando en las lecturas de las cartas de San Pablo todas aquellas referentes al fin del mundo. De igual forma, parece que esta frase ha cobrado mucha relevancia en estos tiempos no solo porque los científicos señalan cambios significativos en el planeta, acompañado de fenómenos atmosféricos que han sido señalados y muchos de ellos acontecidos o por acontecer aún.
Además de esto, muchos advierten sobre ciertas teorías de planetas sumado a un video que se viralizó en las redes sociales donde –al parecer- se vislumbró en los cielos de Jerusalén un anillo de fuego en el cielo acompañado de un sonido de trompetas a las que llamaron “del Apocalipsis”. El video fue grabado por un cineasta que se dedica a hacer videos de ovnis y que ya no está disponible en el canal de YouTube de la fuente original que lo subió la primera vez.
Todo esto que se ha vuelto tema de preocupación de muchos me ha llevado a compartir esta reflexión en la que bajo ningún concepto pretendo generar una polémica científica sobre la veracidad o validez de lo que los científicos aportan como cambios mundiales en el planeta y que no son desconocidos o nuevos; así como tampoco pretendo generar una discusión sobre si el video circulante es real o no, dado que no necesito hacerlo.
Durante todo este tiempo he escuchado infinidad de reflexiones sobre las precauciones que debemos tomar para “salvarnos”. Otros han narrado infinidad de teorías que parecen haber cobrado ya una certeza absoluta que, -así como lo describen- sucederá.
El fin del mundo es una realidad a la que tendremos que enfrentar tarde o temprano. No solo porque la realidad inherente a todo ser humano es que moriremos; es decir, todos moriremos sin excepción, también es cierto que este mundo, así como lo conocemos también llegará a su fin; pues la creación no es una realidad infinita sino finita. Esto lo dice el evangelio y esto lo dijo Jesús en varios pasajes del evangelio.
Pero también Jesús aclara que solo el día en que este mundo llegará a su fin es conocido por su Padre Dios, ni siquiera Jesús siendo hijo de Dios señaló tener conocimiento de cuando ese día llegará sino de lo que sucederá al llegar.
En el pasaje de Lucas 21, 5-9 Jesús nos dijo: “Esto que ven, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida. Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?» Él dijo: «Miren, no se dejen engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: «Yo soy» y «el tiempo está cerca». No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, no entren en pánico; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato”.
Jesús advierte en este pasaje del evangelio que “nadie nos engañe”. Lo que está queriendo decir es que nadie en este mundo tiene la capacidad de aparecer ante nosotros y decirnos que conoce la fecha en que este mundo llegará a su fin. A esas personas que aparezcan diciendo eso, Cristo los llama usurpadores y nos pide no dejarnos engañar por ellos pues una cosa es intentar acercarnos al corazón de Dios e invitarnos a la conversión por amor y otra cosa es infundir miedo a otras personas buscando que tengan una mirada rastrera sobre su realidad y la que nos rodea, perdiendo de vista el subir la mirada al cielo para poder con ello obtener sentido a todo lo que hemos vivido y viviremos que racionalmente estamos incapacitados a comprender incluso explicar porque constituye un misterio conocido solo por Dios.
Por otra parte, Cristo da una clave cierta de cómo podemos vivir cuando aparezcan estos signos claros y es “que no nos domine el pánico”. Pero conectando con nuestra condición de humanos podemos pensar cómo podemos hacer para que todos estos signos que algunas personas toman como el único elemento del cual hay que fiarse podemos entonces no sentir miedo cuando es una realidad del ser humano sentir miedo incluso pánico ante lo desconocido o mejor aún, sentir miedo a morir.
En esta clave me quisiera situar pues considero que es la clave para poder acoger este tema sin que nos cause estupor. Sentir miedo es de humanos, es una reacción natural de nuestro cerebro ante lo nuevo o desconocido. Pero si eso “nuevo” atenta contra nuestra propia supervivencia, pues es una reacción aún más natural del propio cerebro que activa los mecanismos de huida y lucha para indicarnos por medio del miedo que debemos hacer algo para salvaguardarnos.
Pero como mencionaron los grandes filósofos, de igual forma contamos con facultades que hemos recibo de Dios como la inteligencia y la voluntad en nuestra razón, que nos ayudan a encauzar esta reacción de miedo de nuestro propio cerebro. Pero si además de eso le sumamos a esas facultades nuestra fe, estaremos en capacidad aún mayor de poder gestionar todos aquellos miedos que nos producen estas realidades interiores como la vida y la muerte con la que todos tendremos algún día que lidiar.
En el ámbito espiritual considero que, si hemos vivido de cara a Dios e intentando cumplir con su voluntad en nuestra vida, nuestra fe tiene que ser mayor que nuestros propios miedos. La confianza que podamos tener en un Dios Padre que nos ama, la experiencia personal que de ese amor tengamos registrado en nuestra memoria afectiva, la confianza en que Él será fiel a sus promesas y nunca dejará de ganar en generosidad se le suma además la promesa hecha por la Virgen de estar con nosotros todos los días de la vida hasta el final de los tiempos. La certeza de que existe una vida mucho mejor que la que hoy conocemos tiene que ser lo suficientemente fuerte como para vencer nuestros miedos y llenarnos de confianza en que Dios -nuestro creador- sabe mejor que todos nosotros lo que necesitamos para estar cerca de su corazón, pero no ahora, no en esta vida, sino en aquella que tenga contemplada enviarnos si hemos correspondido a su amor en esta tierra que es la que por ahora conocemos.
Pero si soy una persona que no he vivido con estas certezas espirituales o no considero que he acumulado experiencias del amor de Dios en mi vida, entonces la llamada sigue siendo la misma a cuando Cristo vino a este mundo: un llamado a la conversión del corazón pues nunca es tarde para cambiar la propia vida.
La creación no es eterna. El nuevo orden que quizás Dios Padre desea plantear para la humanidad con la segunda venida de Cristo no es sobre el orden que es conocido para nosotros hoy; es decir, no tenemos la certeza de que sea sobre esta tierra. Y en este sentido me pregunto ¿cómo invertir altas sumas de dinero para proteger mi vida del fin de los tiempos si ni quiera tengo la certeza de que ese nuevo orden se establezca en este mundo? Sería demasiado soberbio asegurar que se tiene la certeza de que el nuevo orden de la creación será sobre lo conocido y lo creado incluso en un mundo que el mismo hombre ha destruido con creces.
Por otra parte, también sabemos que no es una “evolución” lo que va a suceder, sino una transformación de lo conocido a lo desconocido pues la materia no es eterna. Si estamos pensando en acumular bienes para salvarnos, ¿quien nos ha dicho que lo que debemos salvar es la vida en términos físicos? El evangelio está claro que el cuerpo morirá y el alma se irá al cielo si hemos vivido en coherencia con aquello que Dios nos ha pedido. En este sentido considero que en vez de pensar en acumular cosas materiales que nos ayuden a preservar la propia vida física de la cual ya tenemos mucha evidencia de que es frágil y que en polvo somos y en polvo nos convertiremos, por qué más bien no pensamos en acumular todos esos bienes espirituales con obras de amor que al final será por lo que seremos juzgados y que son justamente esas obras de amor lo que nos permitirán en nuestro juicio final gozar de la presencia eterna con Dios, así como un día lo pensó y que superará todo lo que hoy conocemos o hemos vivido.
En este sentido parece que todas las recomendaciones materiales van enfocadas a salvar la vida y me permito plantear otra pregunta: ¿solo los que tienen dinero y con ello teniendo los medios para salvarse serán los elegidos por Dios para ese nuevo orden o esa nueva vida? ¿solo los que tienen dinero para comprar esos medios son los que podrán salvarse? Me parece que todo esto es contrario a lo que Cristo dijo en el evangelio y vivió con coherencia, pues me sonaría utópico a todo lo que son las enseñanzas de la propia iglesia donde el único parámetro que nos permitirá “salvarnos” son nuestras obras de amor y ese mismo amor con que hemos intentando cumplir el mandamiento primero: “amarás a Dios y al prójimo como a ti mismo”. Pero además de eso, el hombre será sometido a un juicio final en el que se decidirá en presencia de Dios si podrá acceder a esa vida o no y no la voluntad misma del hombre.
Pero parece que aquí lo que está indicado es que los medios materiales son los que determinarán de una manera voluntarista quien se salvará o no. El poder que tenga el hombre moderno parece que es el parámetro entonces que dictará la salvación, lo cual desde mi perspectiva niega su vez una verdad absoluta mucho más grande que todas y es que Dios es Omnipotente, lo que significa es que su poder está por encima de todo lo conocido incluso del mayor poder humano, del mayor líder mundial, de todos los gobernantes por más poderosos que estos sean en este mundo, de todo el dinero junto y de todo lo que conocemos –incluso- de todo el poder de la tierra misma que El creó, pues Dios no solo dentro de su poder tiene la capacidad absoluta de soplar y decidir con ello quienes son aquellos “elegidos” para vivir eternamente con su compañía recordando que en este mundo no se moverá un cabello de la cabeza sin el permiso de Dios, quien es el dador de vida y el único que tiene poder de quitar la vida. Y para esos elegidos, el fin del mundo no será un holocausto como el mundo lo plantea en las películas de Hollywood, sino un día gozoso en el amor pues Dios dará cumplimiento a sus promesas.
Y me pregunto hasta donde ha llegado la soberbia humana que piensa que sus propios medios económicos garantizará el poder conservar la propia vida y su supervivencia en este “nuevo orden”.
Considero que la invitación sería a caminar hacia ese día –sin saber si será durante la propia vida o no- con la actitud más humilde y sencilla que se pueda, llevando entre las manos solo el amor que en su nombre se pudo dar y entregar a los demás cumpliendo con ese mandamiento del amor de amarlo a Él sobre todas las cosas incluso sobre la propia vida, amando al prójimo como a si mismo.
El ejemplo que nos dejó Cristo al morir en la cruz fue un ejemplo de donación y sacrificio donde Él voluntariamente decidió entregar su vida justamente para que nosotros podamos salvarnos. Si bien es cierto que todos los seres humanos tenemos un instinto de preservación donde buscamos conservar nuestra propia vida y es un deseo muy humano sentir miedo al tema de la muerte, también es cierto que ante el fin del mundo, no debemos buscar preservar nuestra vida, sino imitar ese ejemplo de Cristo que entregó su confianza en que los planes de Dios por más incomprensibles que nos parezcan –por la fe- sabemos que serán mucho mejores y más plenos a la realidad imperfecta que hoy estamos viviendo y vivimos.
Querer abrazar la vida en una era que comenzará por la palabra “fin” significa que todo lo conocido llegará a su fin independientemente de los esfuerzos humanos que hagamos, pero para llevarnos a una realidad mucho más plena a la que hoy conocemos. Pero como somos seres humanos tan limitados no alcanzamos a poder razonar y entender porque no tenemos la capacidad de conocer algo que aún no ha sido relevado. Solo por la fe sabemos que el creador- por amor- nos ha brindado la oportunidad por más de dos mil años de poder acceder a ello, a una vida mucho más plena, a una vida donde ya no exista el dolor y el sufrimiento sino el amor más puro y más gozoso de todos que es el amor de comunión con el creador y que aún no hemos experimentado sino parcialmente.
El mensaje ha estado claro desde el inicio. El que tenga oídos que oiga. Este período aquí en la tierra se nos ha dado para convertir nuestro corazón a Dios para cuando llegue el final de nuestra vida o el final de los tiempos, podamos contar con el único pasaporte viable hacia esa nueva vida pero no motivado por un miedo al fin de los tiempos sino por un deseo interior de poder acceder a esa nueva vida llena de profundo amor y comunión con el creador.
Eso es lo que en lo personal me llama todo este tema del fin del mundo. A seguir vigilando y orando, a continuar intentar vivir de cara a Dios derramando el amor que Él ha depositado en mí y a otros para poderles compartir no solo el gozo que se vive en esta vida si se le incluye en la propia, sino para que si llega ese día y aún sigo con vida en esta tierra pueda entregarme con amor y sin miedos a Dios, sabiendo que lo que me espera será mejor que lo vivido y conocido en este mundo. Ojalá y podamos seguir preparando la maleta para el verdadero viaje a la vida eterna. Donde quiera que esto sea de la manera como sea, solo sé que si estaré con Dios todo estará bien. Esa es su promesa y yo he optado por creer en ella.
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