Se ha escrito mucho sobre el rol de la madre en la educación de los hijos. La realidad es que todos quisiéramos que nos hablen del hermoso papel que las mujeres estamos llamadas por vocación divina a desarrollar en esta vida y que nos conduce a la plenitud de vida. El don más hermoso y pleno es el de dar vida a otros. El poder llevar a cabo ese don tan grande como es el de ejercer la maternidad, ya sea por medio de hijos naturales propios o por medio de hijos adoptivos. La maternidad es el mayor don de todos; el de la vida misma.
El rol de la madre conlleva una enorme responsabilidad. Somos por vocación más que por un rol social las que hemos sido bendecidas con ese amor profundo, con esa ternura, con esa sensibilidad que va mucho más allá del sexto sentido para saber acompañar, intuir, corregir, formar, educar y amar a aquellas vidas que hemos recibido el encargo divino de guiar y amar en plenitud.
El don de ser madre es algo que se ata profundamente desde el momento de la concepción. Debido a la gran tolerancia al dolor que las mujeres tenemos, quizás Dios pensó que podíamos engendrarlo en nuestro vientre materno y traerlo a la vida. La relación es íntima, profundamente estrecha, atada desde el cielo por un Padre amoroso que nos ha dado esa bendición, para que podamos crecer y multiplicarnos preservando así la vida misma.
El rol de la madre no se queda solo en ello, sino que juega un papel vital para el desarrollo de una afectividad madura y sana en los hijos. Por medio de toda esta tarea de acompañar guiar, educar y amar sanamente, los hijos puedan desarrollar una afectividad equilibrada con sus necesidades suplidas de forma balanceada. Necesidad de sentirse amados, valorados y sentir que pertenecen, para más tarde poder desarrollar la necesidad de autonomía sana que los conduzca a trascender y vivir en plenitud de vida desde la esencia de su ser capacitándolos a su vez para amar a su futura pareja y familia con el mismo equilibrio con el que fueron amados.
Pero lamentablemente eso no es lo que vemos en nuestros días. Hay muchas causas de la desintegración familiar como lo son el hedonismo que llevó al consumismo y al materialismo, el uso de la tecnología desmesurada que ha mermado la capacidad de comunicarse y de dialogar en familia. El individualismo extremo donde cada quien parece dar brazadas de ahogado por sobresalir sin importar lo que esté a su alrededor.
El egoísmo desmesurado que ha hecho que se sustituyan valores fundamentales para la sociedad por otros relativos y poco trascendentes. El relativismo que fomenta que cada quien tenga su aparente verdad, la vanidad, el deseo de tener sobre el ser, el subjetivismo que no hace una adecuada valoración interior de las realidades circundantes, son -entre muchos otros- las causas de la desintegración familiar.
Pero en este artículo me quiero referir a una en especial que considero es una causa “ad intra”; es decir, que ocurre al interior de la familia y no tanto en el exterior como puede ser la cultura o la sociedad que estamos viviendo hoy en día. Esta causa es tan letal como vital y es la misma inmadurez afectiva de algunas madres que intoxican con ella misma el propio desarrollo de sus hijos, llevándolos a tal desequilibrio en la vida que los incapacitan profundamente para ser personas equilibradas, maduras y plenas.
Estas madres inmaduras parecen hoy en día una plaga que ha colmado todos los escenarios de la vida misma. Ellas tienen muchas características, pero es tan contrario a lo que deberían ser, que es difícil para el mismo hijo, esposo y familia poderlo identificar como la causa de tanto desequilibro en el interior de la propia familia.
Las madres inmaduras practican un modelo materno que puede ubicarse en la polaridad afectiva. O son extremadamente sobreprotectoras o son extremadamente frías, distantes e indiferentes. En el primer caso, las madres sobreprotectoras creen que aman mucho a sus hijos y que son excelentes madres porque están encima de ellos volcándose de una manera exagerada al cuidado de sus hijos. Estas madres se enorgullecen de ser cariñosas, atentas y detallistas con sus hijos, cuando en realidad lo que expresan es una enorme y profunda carencia afectiva pues dar afecto y amar a los hijos no es estar encima de ellos asfixiándolos con un amor enfermizo, desproporcionado y absorbente que no permite que sean niños normales que puedan desarrollar una autonomía equilibrada.
Este tipo de madres se enorgullecen de que sus hijos “las necesitan” cuando en realidad son ellas las que como necesitan llenar un agujero afectivo por sus heridas o sus pasados o sus experiencias emocionales desintegradas, se vuelcan en ellos porque el sentirse necesitadas autocomprensa en cierta manera el mismo vacío afectivo. Por tal motivo, hacen de sus hijos tan inútiles y dependientes de ellas, que de esta manera se sienten necesitadas de afecto por sus hijos impidiéndoles que vayan desarrollando la autonomía necesaria para poder ir madurando y valerse por sí mismos el día del mañana.
Este tipo de niños producto de este tipo de madres, son niños que actúan el rol de hijo perfecto. Siempre cuidados a extremo, bien portados, aparentemente maduros, son rígidos porque dependen tanto de su madre que no se atreven a explorar otras áreas porque sus madres son controladoras. Son los que no pueden jugar con el arenero porque quizás se puedan rayar la córnea o las que están tan perfectamente peinadas con el listón perfecto, zapatos nuevos o alguno de sus accesorios. Este tipo de madres buscan hijos perfectos ejerciendo un control sobre ellos impidiéndole ser simplemente niños.
Las madres indiferentes, por el contrario, son frías, distantes y calculadoras. Actúan bajo un aparente halo de libertad hacia la educación de sus hijos cuando en realidad es reflejo del hielo que llevan por dentro que no les impide conectar con su propio mundo emocional por lo tanto no logran expresar el amor a sus propios hijos. La consecuencia es que dejan al libre albedrío del hijo o a la “sabiduría” de los memes de Facebook, la educación de sus hijos lo cual termina en un tren descarriado pues el niño no puede ser niño y a la vez asumir el rol de su propia educación convirtiéndose en niños déspotas y prepotentes que deciden desde “lo que les da la gana” lo que desean y no desean hacer.
Esto no lleva a la plenitud de vida con el tiempo, sino al fracaso absoluto pues aprender a vivir sin formar una escala de valores, sin saber que es bueno para ellos y que no es bueno para ellos, pero además sin principios rectores que guíen sus conductas a diario, perpetúa de esta manera la desintegración interior heredadas por sus madres.
Las madres inmaduras posan siempre culpas, no asumen responsabilidades. Por tal motivo, siempre están posando culpas en sus hijos por la simple razón que va desde que el hijo piensa diferente, hasta que no le hace un favor de inmediato. Las madres inmaduras, por lo tanto, asumen constantemente el rol de víctima ante sus hijos y su familia, usando sus sentimientos para posar aún más culpa y hacer a los miembros de su familia sentirse mal y así ceden ante sus necesidades insanas.
Las madres inmaduras son manipuladoras. Utilizan sus sentimientos para lograr lo que desean sesgando la realidad de lo que sucedió. No viven en verdad porque el análisis de la realidad que hacen no es objetivo, dado que solo sesgan esa realidad tomando con pinzas los elementos que les conviene tomar para adecuar así lo sucedido porque no tienen la capacidad de ver la perspectiva global de dicha realidad. Por tal motivo, no existe una argumentación objetiva de esa realidad porque la interpretación subjetiva que hacen en su mente es más basada en lo que sienten que en lo que piensan. Desde su razón, la evidencia es sumamente pobre y carente de validez objetiva pues no responde al esfuerzo de conocer esa realidad con el mayor número de elementos objetivos de ella.
Las madres inmaduras, por tanto, presentan una realidad muy distorsionada de lo que pasó, utilizando con ello sus sentimientos para posar culpas, delegar responsabilidades y de esta manera siempre salir airosas con el rol de víctima que asumen ante otros. Podemos decir que en vez de ser buscadoras de la verdad son buscadoras de un afecto enfermizo hacia sus hijos y los miembros de la familia lo que las hace al ser manipuladoras ejercer un rol constante de mentiras.
Por todo ello, las madres inmaduras suelen ser absorbentes. No le dan espacio a los hijos para que crezcan y maduren. Siempre necesitan estar “encima” de ellos y si les dan algunos espacios de libertad, llaman muchas veces con aparentes conflictos o problemas para boicotear de cierta manera el pequeño momento de libertad que le ha dado al hijo.
Estas madres pueden ser tan controladoras que a la vez pueden llegar a ser dependientes afectivas de sus propios hijos, pues son las presas fáciles que pueden manipular. Pero cuando este tipo de niños llega a la adolescencia, suelen estallar con una enorme rebeldía como un esfuerzo interior para rechazar aquello de lo que tuvieron en exceso y con un desequilibrio desmedido, otros perpetúan el rol sumiso haciéndose más dependientes de sus madres. Este tipo de madres exige atención total de parte de los hijos y les cuesta sobre manera dejarlos desarrollarse con libertad y plenitud de vida.
En algunos casos, las madres inmaduras suelen sentir celos o envidia de sus propios hijos cuando estos crecen, buscando desvalorizarlos con sarcasmo, chistes o reclamos evidenciando de forma exagerada los defectos o errores de los mismos. Siendo antagónico a la exageración con la que ponderaban las cualidades de esos mismos hijos cuando eran pequeños.
Las madres inmaduras se balancean en el polo afectivo del todo o nada, es perfecto o no vale, estás conmigo o estás contra mí, me amas o me rechazas. No existe un equilibrio objetivo a la hora de expresar la afectividad dañando profundamente a su vez a la afectividad de sus hijos
Estas son las características más esenciales de las madres inmaduras. Existen otras, pero sería mucho más extenso expresarlas en un solo artículo. De más está decir el enorme daño que las madres inmaduras hacen a sus hijos, mermando su autoestima, incapacitándolos para que puedan desarrollar una madurez afectiva que les permite poder no solo expresar en plenitud la verdadera esencia de su ser, sino impidiéndoles que puedan entablar relaciones estables con sus pares durante la infancia por el aparente conflicto constante con el que viven, lo que llevará más tarde a tener dificultades para establecer relaciones afectivas con el sexo opuesto, relaciones de amistad verdaderas. Siempre buscan personalizar todo como ataques personales de otros, pues eso fue lo que aprendieron de sus madres.
Este tipo de niños no maduran y la herencia que reciben de sus madres inmaduras se expresará en ellos con síntomas serios como ansiedad, depresión e incluso sentir rechazo de ellos mismos lo que puede llevarlos a experimentar un sentido de desvalorización profunda sobre sus propias personas llegando a perder el deseo de vivir. Al final, estas madres son tan inmaduras que lo expresan con muchos conflictos en su entorno, pero en otros casos, están camuflajeadas con personalidades aparentemente agradables y sociables para otros, difícil de imaginar lo que se gesta dentro de ellas y se viven en consecuencia en el interior de sus propios hogares.
Si eres una madre inmadura busca ayuda antes de que sea tarde. Y si eres hijo de una madre inmadura, busca ayuda antes de que tu vida se desperdicie en el cesto de la basura. Una muy mala herencia que una madre puede dejarle a sus hijos, es la inmadurez afectiva que tanto contamina e intoxica la vida de quien nos fue como don otorgada para ayudarlos a vivir en plenitud de vida, nunca para lo contrario.