Hace tiempo que no había podido escribir. Sin embargo, hoy mi corazón necesita expresar esas experiencias que te marcan la vida para bien sobre todo porque siempre es bueno reflexionar en el año que está a punto de culminar, en todo lo vivido, en nuestras áreas de oportunidad, en aquello que estamos profundamente agradecidos y por aquello que sabemos puede mejorar.

Hoy les comparto una profunda historia que la divina providencia tenía reservada para mí y para una amorosa familia. Una historia que creí había comenzado en diciembre del 2018 cuando justo hace un año organicé con mi esposo la rifa de 5 libros. Cuando la rifa había terminado, ingresamos a la página a seleccionar los cinco ganadores. Mientras regresaba de un viaje fui comunicándole la noticia a los ganadores.

Todos me respondieron menos uno así que como pasaban los días y dado que salía de vacaciones, procedimos a seleccionar a la sexta persona de la lista. Al comunicarle la noticia, comenzó a develarse para mi algo profundo que solo el corazón del Buen Pastor podría tener reservado como un regalo a ese ciento por uno aquí en la tierra a quien intenta vivir con generosidad su vida. 

¿Casualidad?

La feliz ganadora se mostró muy agradecida y me contó que ella había querido el libro desde hacía algún tiempo y que “mi libro la había sacado de un duelo solo porque leyó el título en una promoción que alguien hizo en facebook”. Le creí, pues el título del libro “Que el dolor no te robe el amor” fue justamente la frase que me dijo mi esposo y que de solo escucharla me sacó del odio y del resentimiento que sentí cuando me diagnosticaron de mi enfermedad en Filipinas hace 27 años diciéndome que me quedaban 10 años de vida útil a los 25 años de edad

Me quedé sorprendida de que alguien que hubiera deseado tanto el libro lo estuviera recibiendo y comprendí que no habia sido un error el que la quinta persona no hubiera contestado. Me interesó un poco más la historia, así que al cabo de unos días, la contacté de nuevo y ella me contó de su duelo. A ella, le pasó lo mismo que a mi cuando escuché la frase. A través de ella resolvimos nuestras crisis interiores causadas por un duelo, ella por la pérdida de sus familiares, yo por la pérdida de mi salud. 

No lo puedo creer…

El 15 de marzo de 2015, su hermano, su cuñada y sus tres sobrinos salían de vacaciones familiares pero en el camino fueron embestidos por un chofer. En el accidente, muriendo todos los miembros de la familia. Todos menos uno.

Ese uno, se llama Ricardo Ignacio Valdez Moreno, aleas Ricky. Al momento del accidente tan solo tenía 14 años y medio de edad. Cuando supe la noticia, no lo podía creer. No podía creer como un familia entera se hubiera muerto en un accidente, pero más me dolía saber que tan solo un joven de 14 años de edad hubiera sobrevivido a esta tragedia.

Como madre, como psicóloga y como hija de Dios reflexioné desde todos los ángulos posibles. Mi fe me decía: “Señor, que gran misterio” a la vez que tenía la certeza que esta santa familia había llegado al cielo; y que ellos, ya descansaban en la presencia del Señor. Pero mi mirada y mi pensamiento se trasladaron a este joven sobreviviente y me pregunté cómo sería capaz de superar algo así.

Repasé todo lo que sucede en el cuerpo incluyendo la mente de un joven en la adolescencia. Recordé que es la crisis más seria que ocurre en la persona humana porque la identidad se está cuajando como una gelatina en el refrigerador. Recordé lo necesario que es que madure en ese lugar llamado adolescencia en ese lugar llamado familia. Pero si ya es el período más complicado de un ser humano desde una visión antropológica y si encima este joven se le montó un tractor de toneladas de peso sobre este frágil refractario que contiene la gelatina queriendo pasar de agua a tener forma, cómo entonces podría salir adelante con este cuádruple duelo.

Mi corazón estuvo arrugado por varios días. De hecho, pensé mucho en él. Desde mi trinchera quería abrazarlo y decirle: “hijo, dime cómo te ayudo, por favor, dime que puedo hacer por ti, qué necesitas”. Me conformé con alzar mi mirada a la cruz donde reposa el Señor y decirle: “Padre Santo, ayúdalo, dale tu gracia”. Cómo podría un ser humano resolver su crisis personal de la edad aunada a una crisis ocasionada por un evento tan traumático y de tanta envergadura que puede desvastar interiormente al más maduro psicoemocionalmente y al que tiene más fe. 

Sin palabras…

Como psicóloga tengo muchos años entrando a la mente y los corazones de aquellos que me invitan en libertad a hacerlo. He ayudado a infinidad de personas, a aquellas almas humildes que me han dejado meter mis manos dentro de ellos y remover todo el interior para quitar aquello que no deja surgir la verdadera esencia del ser. 

He escuchado las interrogantes más grandes que un ser humano se plantea en la vida. He recordado muchas veces cuando me tocó a mi estar en las cenizas y plantearme qué sentido tiene esta vida, qué sentido tiene vivir y morir. La cruz y la resurreción. El cielo y el infierno. El desamor y el amor. La funcionalidad y la disfuncionalidad. Pecado y gracia. El dolor y el amor.

Pero en Ricky estaba todo concentrado. Todo en una misma persona. Hasta la fecha me pregunto cómo pudo y cómo ha podido superar tal tragedia. Cómo hoy, a sus 19 años de edad dice haber perdonado a aquel que un día pudo haber sentido las ganas de quitarle la vida en protesta por esos segundos donde ese extraño también llamado “hijo de Dios” le había arrebatado las cuatro vidas de las personas a las que más amaba. No querer acostarse para no tener que despertar a asumir a tan corta edad esa dura realidad era lo mínimo esperado.

Es un hecho que el camino se hace el andar pero hacer camino de esta manera a tan corta edad sale de todo lo que en mi profesión haya visto con anterioridad. Hace algunos años dije que tenía tiempo sin escuchar nada nuevo, pero esto, si que me sorprendió. Me sorprendió porque a la fecha, después de hilar muy fino en cada proceso terapéutico no logró aun comprender cómo este joven sigue en pie. Después de haber escuchado a diario infinidad de tragedias y de también ver cómo las personas se ahogan en un vaso de agua por cosas mucho menos relevantes que éstas, cómo este guerrero sigue dando la batalla. 

Categoriales Trascendentales

Este 2019 Ricky logró graduarse de la preparatoria. Al ver su foto, vestido de toca y birrete con su modesta sonrisa producto de sus propios rasgos de personalidad más no de su dolor, me recordaron los categoriales trascendentales que los filósofos cristianos nos dejaron como legado. 

La unidad en el ser, conformada en nuestro caso por esa unidad substancial de mente y alma. De un espíritu y un cuerpo. Unidad que se rompe cuando no se logran integrar hechos de dolor como este y la persona por lo tanto, se incapacita para optar por lo que son bienes objetivos para sí mismo que complementan su naturaleza según la ley moral.

Un ser que logra por medio de la razón y de sus experiencias subjetivas el poder conocer la verdad objetiva. Una verdad. La que existe y que puede ser conocida. No la que se cree tener porque las heridas emocionales, el dolor y la inmadurez te hacen crecer que es. La verdad que al ser conocida con humildad, es verdadera. Una verdad que es absoluta, una e inmutable y que para ser conocida en toda la plenitud posible para esta existencia limitada y terrena, necesita justamente a una mente sin vicios capaz de acceder a ella para buscar ese conocimiento fuera de si y así, se llegue a una concordancia entre aquellos elementos objetivos fuera de sí mismo con aquellos elementos subjetivos dentro de sí mismo. Al hacerlo, llegar a la certeza, núcleo de la creencia a la que llamamos verdad. 

Por último, la belleza que se da cuando la verdad ontológica y la bondad son parte de esas opciones del ser y en consecuencia, surge de forma natural como lo primero. Cuando la verdad y la bondad se expresan, surge la belleza a quien lo contempla siendo que todo como consecuencia fluye en armonía. Eso es lo que he contemplado en la sonrisa de este pequeño guerrero con alma de gigante: bondad en todo su ser. Porque solo un alma grande a tan corta edad puede liberar a aquel que le arrancó de tajo su vida para poner la suya en otro lugar.

La mente es un océano y el sufrimiento un misterio

La mente es un océano y el sufrimiento es un misterio. Al ver la vida de Ricky y cómo ha continuado adelante me conformo con pensar que ese, es otro misterio que solo en el cielo podremos develar. Su vida, representa el triunfo de la muerte sobre la verdadera vida, que es la eterna. Su historia aquí no acaba, sino apenas comienza. Es la historia de aquellos que renacen de las cenizas con tal bondad, verdad y belleza que no necesitan muchas palabras para conducirse por la vida, porque han conocido lo que es vivir de la manera más difícil y dura que un ser humano hubiera podido hacerlo: crucificado junto con Cristo en la cruz. 

Ricky celebró su graduación acabando además sus estudios con una beca del 50% gracias a sus calificaciones. Me queda claro que en él se cumplen muchas promesas que Dios ha hecho a aquellos que dejan de pelear con la vida con aquello que no pueden cambiar resolviendo en su interior a su tiempo y a su manera de forma gradual sus dudas en el silencio de su corazón y de su caminar. 

Él comenzó su carrera de Animación y Diseño Gráfico habiendo corrido ya la carrera más importante de su vida: la de sobreponerse a un abominable hecho de dolor. Me queda claro que a Ricky mi Señor le tiene reservado un gran premio que no esperará al cielo para dárselo. En él se cumplirán todas y muchas más cosas de las que hablan las teorías sobre la Resiliencia, se cumple la promesa que emana del Corazón del Señor, sostener con la gracia un alma inocente.

Se cumplen sus promesas…

En sus promesas están contenidas muchas verdades que se nos olvidan cuando nos llega el dolor. Promete darte las gracias necesarias para tu estilo de vida. Promete darte consuelo en las penas. Promete darte abundantes bendiciones. Promete que tu alma se volverá fervorosa. Promete que bendecirá tu casa que es tu alma. Promete que grabará tu nombre en su corazón. Promete darte refugio toda tu vida. Promete paz a tu corazón. Promete un océano de misericordia derramado en tu corazón. Promete que progresarás en el camino al cielo. Promete que recibirás el don de mover corazones endurecidos, sobre todo de aquellos soberbios que creen saber que se la saben todas. 

Ricky no murió ese día. Pero la muerte más importante no fue la muerte física, porque de esa casi ni nos enteramos, sino la muerte del espíritu que a muchos por cosas mucho más sencillas los hacen estar presentes -ausentes- robándose la posibilidad con cada aliento de vida de vivir  en plenitud la vida misma que como don les ha sido otorgado sin que se den cuenta de ello. Esa, si es la peor muerte a la que cualquier ser humano debería de temer: la falta de sentido existencial de la propia vida que le roba todas las potencias del ser incapacitándolo para amar. Al final, el dolor no le robó el amor. 

Ricky representa una gran victoria, la victoria de sobreponerse a sí mismo. De la esperanza sobre la desesperanza. Del perdón sobre el odio. De la sonrisa bondadosa sobre el mal que corroponde el alma. Representa el “hasta 70 veces 7” sobre el “ojo por ojo, diente por diente”. Del amor sobre el resentimento. De la alegría sobre la depresión. Del echarse a morir al levantarse a luchar. Del no tengo ganas a mi inteligencia y voluntad pueden más que mis ganas. De los deseos de vivir por el duelo justificado de una naturaleza humana que tiene el derecho de gemir.

Testigos…

Ante la pregunta ¿para qué nos sirve conocer estas historias? me viene a la mente infinidad de respuestas que se resumen en la frase que Pablo VI nos dejó, “el mundo tiene necesidad de testigos más que de maestros”. Es allí cuando la historia de Ricky, recobra sentido, sobre todo cuando vemos a diario la renuncia de algunos en la conquista de sí mismos porque algo no les gustó. Cuando vemos a diario que ante cualquier pequeña dificultad se claudica ante la opción de elegir un bien para sí mismo. Cuando el ser humano esta tan lleno de soberbia que se cree tarea terminada porque aún no ha sido golpeado por la vida.

Cuando vemos «adolescentes» de 40, 50 y hasta 60 años posando culpas en otros por sus propios fracasos y con ello, deslindándose de la responsabilidad que solo ellos tienen de cara a Dios con su ser. Cuando cualquier insignificante confrontación se convierte en una excusa para asumir el rol de víctima y actuar como el ofendido por la vida por otros. Cuando se culpa a Dios por aquello que solo fue responsabilidad del hombre que no sabe elegir, no queda más que poner en la palestra a quien si tenía el derecho de asumir el rol de víctima y de perderse intentando encontrarse pero no lo hizo a tan corta edad. 

Te felicito Ricky. Personas como tú, pocos. Gracias por inspirar mi vida y la de todos aquellos que han tenido y tendrán la fortuna en el futuro de conocerte. Eres un don para muchos y lo serás para todo aquel que se cruce en tu camino. Las lecciones que aprendiste y aplicaste sin ni siquiera haber asistido a la universidad de la vida, ya te graduaron de un doctorado en la mejor y  más prestigiosa universidad. Vale la pena verte de cerca vivir tu vida a plenitud porque da emoción encontrarse con personas como tú en este caminar sobre piedras tan duro e injusto en que a veces se torna la vida. 

Valiente Guerrero…

Muchas felicidades pequeño gran guerrero sobreviviente valiente por esta victoria de la conquista de ti mismo sobre el dolor. Sigue caminando con paso firme sin importar que algunos días tus piernas tiemblen y se tambaleen. Estoy segura que -después de lo que haz vivido- te levantarás de nuevo a luchar siendo el testigo que todos necesitamos ver, para recuperar nuestra capacidad de asombro y valorar lo que como don nos ha sido otorgado de forma gratuita: la vida misma. 

Después de haber venido de ultratumba, lo mejor está por venir. Sigue demostrándonos cuánto vale la pena vivir y que si tenemos ojos de fe, podremos llegar a ser un sobreviviente feliz como tú. Por parte mía, me siento honrada de conocerte asegurándote que siempre podrás contar conmigo porque creo profundamente en ti. Ánimo hijo. Somos muchos los que te apreciamos y sé que tus padres sonríen en el cielo al verte porque el dolor, no te robó el amor. ¡Muchas Gracias sobreviviente guerrero!

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Dra. Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con especialidad en psicología social. Maestra en Matrimonio y Familia. Doctora en Educación, con estudios de postdoctorado en Psicología. Autora de cuatro libros sobre psicoespiritualidad. Pionera en Psicología Virtual con 30*+ años de experiencia.

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