Durante mis últimos años en la escuela de preparatoria tuve un profesor de Química que era toda una institución en el colegio, pues había formado a una generación anterior a la nuestra. El mismo, le había dado clases a mi tía. Alto, con pelo canoso, su bata blanca impecable sin arrugas y un gran bigote que se subía cuando algo no le parecía. Era un extraordinario profesor.

Siempre estuve reprobada en su materia, como buena humanista, nunca entendí una sola clase de Química. Sin embargo, lo recuerdo vívidamente y con agrado, pues él fue la primera persona que me habló de lo que significaba el sentido común en la vida de una persona.

Hoy en día me recuerdo casi a diario de mi profesor de Química diciéndonos una y otra vez “niñas, sentido común”. Y es que pareciera que vivimos en un mundo donde se nos ha olvidado lo que esto significa cuando en realidad es el más importante de todos los sentidos. Lo recuerdo, cuando voy al supermercado y veo a una señora que apurada se estaciona en el único lugar de personas con capacidades diferentes. O cuando vemos a una persona que se estaciona mal, ocupando dos cajones de estacionamiento. O cuando se estaciona de forma tan torcida, que el otro coche no tiene espacio para estacionarse.

Es falta de sentido común cuando vamos en un elevador lleno de extraños manteniendo una conversación privada en un alto tono de voz por el celular. O cuando el niño arma un berrinche en pleno acto litúrgico sin que los papás se levanten para llevarlo hasta atrás. Es cuando no recogemos la basura que generamos después de un día en la playa o en el parque. Es cuando me cuelo en la fila del colegio de mis hijos. Es cuando salgo a pasear con mi perro bravo sin cadena. Cuando no tiro la basura que quedo después de comer comida rápida en un food court.

Cuando un vendedor esta atendiendo a otra persona y en vez de esperar a que termine, interrumpo queriendo que me atienda a mi primero. Cuando no hay lugar en el camión o en el metro y entra una persona de la tercera edad a quien nadie le cede su lugar. Cuando uso un baño público y lo dejo en muy mal estado porque no me importa quien vendrá. Cuando visito a un amigo en el hospital y ponemos música o nos morimos de la risa sin pensar que en la habitación de al lado hay un paciente muy grave. O simplemente, cuando lanzo la basura por la ventana del coche.

Es tan fácil vivir bajo el sentido común. Significa únicamente pensar en qué cosas podrían facilitar la convivencia humana, incluso entre extraños. Es no pensar únicamente en mi, sino pensar que formo parte de una sociedad, una comunidad, una familia y que mis acciones afectan directamente a otras personas.

También el sentido común es básico para incluso la propia supervivencia, pues me hace proyectar de manera sana y equilibrada, los potenciales riesgos que puedo vivir en caso de tomar malas decisiones. Sin sentido común, es probable que no perciba el peligro y arriesgue mi propia integridad o la de mi familia por ejemplo, al intentar pasar un camión en plena curva porque creo que me dará tiempo o el chófer del camión se frenará para que yo pase.

Muchos autores han definido al sentido común como una facultad que posee la generalidad de las personas, para juzgar razonablemente las cosas, los eventos o las situaciones. El sentido común son los conocimientos y las creencias compartidos por un grupo y que son considerados por las personas que lo conforman, como prudentes, lógicos o válidos; es decir, que han sido previamente aceptados por un grupo de personas en el pasado y se viven en el presente.

Quizás el vivir con un sentido común, no dependa simplemente de una cuestión de educación. También es una cuestión de formación, pues el sentido común lo dicta la conciencia del bien y el mal, de aquello que es correcto o incorrecto, esa conciencia que vamos adquiriendo de los diferentes aprendizajes que tenemos en el hogar.

Por esta razón, se considera que el sentido común es una potencia pasiva del ser humano que se puede activar con el paso de los años mediante la educación y formación de estos códigos, significados y creencias que reciba muchas veces hasta de manera imperceptible en mi propio grupo familiar o en la misma escuela. Pues, existe una capacidad natural en el ser humano para desarrollarlo y esta no depende por ejemplo de la posición económica o de los conocimientos adquiridos.

Quizás la falta de sentido común también sea una cuestión de egoísmo, una de las grandes raíces del pecado. Pues, si solo pienso en mi y nunca en los demás, si solo estoy centrado en lo que me gustaría, lo que me agrada, lo que deseo, lo cómodo, lo que siento, lo que necesito, pues es probable que me lance a diario todos los días por satisfacerlo, sin detenerme ni un segundo a pensar si eso que estoy buscando perjudique a otro, incomode la vida de otros, pero mucho menos pensar, si algo de lo que hago le podría facilitar la vida a otra persona aunque no la conozca.

Estoy convencida, que si le enseñamos a nuestros hijos lo que es el sentido común, es muy seguro que podremos ir haciendo el entorno donde nos desenvolvemos un lugar mas justo y más equilibrado, que facilite la convivencia en la sociedad. Pero para que esto también pueda formarse, es necesario enseñarles a nuestros hijos algo mucho más profundo, que es vivir centrados en Cristo, pues El es el único que nos ayuda a donarnos con generosidad. Es el que le da sentido a toda las pequeñas grandes entregas a diario, es quien nos ayuda a no buscarnos a nosotros mismos, sino a buscar hacer felices a los demás.

Y al vivir centrados pensando en como Cristo actuaría, que sentiría, como reaccionaría en tal o cual situación, nos ayudará a mitigar esa tendencia intrínseca que todos tenemos de ser egocéntricos. Trabajar todos los días por intentar vivir de cara a un sentido común y además teniendo la motivación espiritual de parecernos a Cristo, nos hará más generosos y por lo tanto, estaremos transformándonos en primer lugar, a nosotros mismos, para luego transformar nuestro entorno y así a nuestra familia entera y a la sociedad.

Es mejor intentar ser cristocéntricos, que simplemente ser egocéntricos. Y un buen comienzo sería, intentar preguntarme como está mi sentido común.

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Dra. Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con especialidad en psicología social. Maestra en Matrimonio y Familia. Doctora en Educación, con estudios de postdoctorado en Psicología. Autora de cuatro libros sobre psicoespiritualidad. Pionera en Psicología Virtual con 30*+ años de experiencia.

2 respuestas

  1. Que gran labor y misión de ayudar con tu testimonio de vida y poniendo al servicio de los demás tus dones y la fidelidad a lo que El Espiritu Santo pone 31 tu corazón, todo por amor.

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