Hace poco me toco partir de emergencia a Manila, Filipinas debido a que mi hija de 16 años se encontraba en el hospital por una infección causada por “el peor tipo de amibas”. Cuando la doctora nos confirmo que debía ir, enfrentamos una cantidad de obstáculos humanos lo cual hacían la situación un poco mas angustiante.

En esos momentos que duraron toda una eternidad y con los sentimientos de una madre en todo su esplendor un pensamiento atormentaba mi corazón. Había tomado muchos aviones durante 18 años de mi vida, para auxiliar a tantas personas en su dolor y en ese momento no podía tomar uno con la misma prontitud para ir a auxiliar a mi propia hija. Solo Dios sabe, la daga que estaba traspasando mi corazón.

Durante esa noche en que no dormimos intentando solucionar muchos problemas prácticos, una gran reflexión interior me lleno de mucha paz. Pase lo que pase, ella sabe que la queremos. En mi corazón tenía la profunda certeza de que le había dicho no una, sino mil veces que la amaba. Ella había escuchado de palabra, por acciones concretas, por esos pequeños grandes actos de amor, el gran y profundo amor que nosotros -su familia- siempre le habíamos entregado. Me dio paz tener esa certeza. Me dio paz recordar que siempre le había dicho toda su vida: “Andy, gracias por haber nacido”.

A partir de allí, seguí con mi dolor de madre, pero a la vez con una profunda paz en medio de tantas presiones humanas. Andy sabía que mamá la amaba. Y es que esto es lo que me había quedado como una consecuencia positiva después 18 años de enfermedad, 13 cirugías y de haber estado 4 veces con una probabilidad alta de poder morir. Era la consecuencia positiva que mi enfermedad me había dejado. El tener una clara conciencia -a diario- de que en cualquier momento podría morir. El haber aprendido a decirle a mi familia que los amo y cuan importante son para mi. Y agradecer a cada persona por diferentes medios lo mucho que nos han ayudado.

Después de viajar 30 horas de ida y 35 de regreso a la mitad del mundo en tan solo 7 días, esta reflexión quedo haciendo un profundo eco en mi interior. Pase lo que pase, mi hija sabe que la amo. Mis seres queridos saben que los amo. Mis amigos mas cercanos saben que los quiero. La gente que valoro, sabe que los valoro. Le he dicho a las personas que me han ayudado en mi vida, que estoy agradecida. Y así, la lista fue interminable.

Hoy, tengo esa certeza. Le he dicho a la gente que la quiero, que la aprecio, que ha sido importante en mi vida. He agradecido hasta el infinito cada una de las muestras de amor y apoyo que hemos recibido. Tengo la certeza, de que he sido agradecida. Con Dios y con los demás. No una, sino mil veces. En mi corazón, hay gratitud. Es la memoria que está grabada en la musculatura de su interior. Y me siento feliz de no solo haberlo podido sentir, sino haberlo podido expresar toda una vida de muchas formas y maneras.

A partir de esa reflexión me di cuenta que últimamente he visto por los medios y en los medios que me rodean muchos homenajes póstumos. No se si están de moda, o si es un medio que utilizamos en las sociedades actuales para agradecerle a las personas que han muerto, cuan agradecidos estamos con sus propias vidas. Para decirles, una vez muertos, cuanto enriquecieron sus vidas a las nuestras, cuanto nos ayudaron, cuanto los admirábamos, cuanto los valorábamos. O simplemente, expresarles con un mensaje en Facebook, o en una pagina web, o por video, cuan grande fue su vida, o por lo mucho que nos enriquecimos con sus legados.

Y creo, que todo esto es muy bonito y esta bien en si mismo. Nos hace llorar el recordar con alegría a aquellos que partieron, pero pienso por qué será que nos cuesta tanto expresarlo en vida. Por qué, no podemos decir a las personas que queremos que de verdad lo sentimos así. Por qué no podemos decirle a alguien que lo admiramos y que su vida nos ha inspirado.

Porqué no podemos tomar un teléfono, escribir un mail, enviar un mensaje por whats app, y decirle a aquel que sabemos esta sufrimiento, cuanto sentimos lo que vive, o simplemente preguntarle qué necesita, o solo enviarle un “estoy contigo”. Por qué tenemos que amanecer un día con la noticia de que alguien a quien apreciamos o queremos ha muerto, para poderle decir en un sepelio en el silencio del corazón cuanto lo admirábamos o peor aún, cuanto lo queríamos.

Quizás es la soberbia que tanto ocupa la vida. La soberbia intelectual que nos hace creernos superiores a otros, o la soberbia “afectiva” que nos hace pensar que si decimos a alguien cuanto la apreciamos, estaremos rebajándonos o exponiendo el propio corazón. Es terrible la sinergia de vida lo que ha ocasionado en el ser humano. Es terrible no tener tiempo para decir un “te quiero”, porque hay que trabajar para tener y no vivir para amar. Este mundo se ha convertido, en un mundo de adictos al trabajo, con cero capacidad de empatía, que han olvidado la razón por la cual Dios nos creo: solo por amor.

Y es que Dios puso estas necesidades afectivas en nuestra vida para ser llenadas de manera sana y equilibrada, pero no por medio de cosas o de lo que hacemos en si mismo, sino de personas. Es sano sentirnos amados. Es sano expresar los sentimientos, el agradecimiento, el amor a nuestros semejantes no solo de palabra, sino también con hechos concretos de vida.

Y a veces enviamos mensajes de cadenas por mail o por whats app, pero no somos capaces de decir un: “te quiero”, “te amo” “te aprecio” “eres importante en mi vida”, “significas mucho para mi tu amistad”, “te valoramos y apreciamos profundamente”, “como estás”, “felicidades”, “como te sientes”, “te extrañamos mucho” etc. Y eso complementa y enriquece nuestra vida. A veces he pensado que hay personas que invierten tanto tiempo en cosas que no tienen sentido, o a cuidar las bienes materiales que con o sin esfuerzo han heredado o se desgastan trabajando en nombre del amor, o incluso trabajar sin descanso por aquellas que si parecen tener un sentido a los ojos de Dios, pero que no son capaces de expresar el amor o la gratitud que llevan por dentro.

Esta sencilla palabra será al final de la vida lo único que podremos llevarnos al cielo y por lo único que seremos juzgados en la verdadera vida: solo por el amor. Lo material y el quehacer cotidiano, se convierte en una prisión del corazón, que termina esclavizando al amor. Los medios terminan siendo usados como fines.

La comunión con los demás también es útil y necesaria en nuestra comunión con Dios y viceversa. Porque Dios, es un Dios de amor. Dios es amor. Y ese amor, habita en nuestro corazón y ha sido donado para que a su vez, lo donemos a otros, no para que lo conservemos egoístamente solo para nosotros, o solo para unos pocos. Primero, con los seres que mas amamos: nuestra propia familia. Pues no debemos ser luz del mundo y oscuridad de la casa. Luego, con los que nos rodean. Con aquellos de los grupos a los que decimos afiliarnos para poder cumplir con nuestra misión de trascender. O con aquellos amigos que Dios pone en nuestro camino. Y también, porque no, con aquellos que no conocemos.

Y esto aplica para cualquier estado de vida y puede ser manifestado de maneras muy sencillas por múltiples vías. Pero para poder amar a otros, es primero necesario sentirnos profundamente amados por Dios. Su amor, es el que ordena los demás afectos que integran nuestra dimensión afectiva. Y al final, es lo que nos ayuda a vivir equilibradamente y en sinergia con todas nuestras dimensiones. Así fue pensado por Dios.

Por esta razón, pienso que los homenajes póstumos son muy bonitos para los que nos quedamos en la tierra y de seguro, el que se va al cielo sonreirá entre ángeles y serafines viendo su video con las fotos de su vida teniendo de fondo una hermosa canción. Sin embargo, no creo en los homenajes póstumos, creo más bien en el amor que somos capaces de manifestar hoy a nuestros semejantes. Y no solo por medio de lo que hacemos sino acompañarlo con palabras y con actos sencillos de amor. No hay nada más satisfactorio que poner la cabeza en la almohada teniendo la certeza que hemos vivido entregando amor. El día que me toque partir a la casa del Padre, por lo único que deseo ser recordada el día de mi sepelio, es por el amor que en nombre de Dios fui capaz de entregar a los demás.

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Dra. Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con especialidad en psicología social. Maestra en Matrimonio y Familia. Doctora en Educación, con estudios de postdoctorado en Psicología. Autora de cuatro libros sobre psicoespiritualidad. Pionera en Psicología Virtual con 30*+ años de experiencia.

3 respuestas

  1. Mercedes, gracias por compartir estas reflexiones tan acertadas y sin duda inspiradas por el Espiritu Santo. Hay un santo que algo así decía: «En vida hermano, en vida»…así que….doy gracias a Dios por el don de tu amistad! Te quiero mucho!!

  2. Mercedes, solo quien ha vivido la experiencia de ser amada por Dios es capaz de vivir su vida como nos la muestras en esta experiencia. Sigue comunicándonos tu forma de vivir, es un testimonio cristiano que hace mucha falta. Dios te siga bendiciendo!

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