En el año 2001, nos tocó el gran privilegio de ir al cierre de la puerta santa con el santo Padre Juan Pablo II. Recuerdo sentados en la Plaza San Pedro, en el Vaticano esperando a que saliera el Papa. Era a principios de enero y hacía mucho frío. En eso, salió el maestro de ceremonias y comenzó a saludar a las delegaciones siguiendo el orden que marca el abecedario. Recién iniciaba cuando escuchamos las palabras “Bienvenida la delegación de Filipinas”. En ese instante, me levanté muy rápido, me subí en la silla y comencé a gritar con una gran euforia. La señora que estaba delante de mi se volteó y comentó que yo no lucia como filipina -quizás porque mis facciones no eran orientales- a lo que le respondí que había vivido en Filipinas y que la mitad de mi corazón se había quedado allá.
El maestro de ceremonias continuó con su recorrido de dar la bienvenida a las delegaciones. Cuando llegó a la M, se escuchó la palabra “México”. Más rápido que la primera vez me volví a subir a la silla gritando aún más fuerte, mientras le decía a mi hijo, “grita hijo, grita fuerte” a la vez que lo jalaba del brazo para que se subiera también a la silla por segunda vez. La señora de adelante volvió a sonreír supongo que debido a mi euforia y procedió a preguntarme ¿y ahora? a lo que le respondí “somos mexicanos naturalizados, vivimos en México y mi pequeña hija nació allá”. Ella asentó con la cabeza mientras decía: “interesante”.
Todo iba muy bien cuando ya casi al final del abecedario llego el turno para la V de “Venezuela”. En ese instante volví a levantarme de la silla aún con más euforia y entusiasmo que las veces anteriores, a la vez que gritaba muy fuerte mientras le jalaba de nuevo el brazo a mi hijo y le decía: “grita hijo, grita más fuerte”. En ese instante mi hijo con tan solo 8 años de edad me dijo un poco molesto: “pero bueno mamá ¿de dónde somos?”. La señora se volteó con cara ya un poco extrañada y me preguntó: “¿y ahora porqué grita?” Le respondí: “porque nací en mi amada Venezuela y aunque he vivido ya casi más de la mitad de mi vida fuera de ella, allí se quedó todo de mi, mis raíces, de dónde vengo, quién soy” mientras le respondí a mi hijo casi sin pensarlo “hijo, no somos ni de aquí ni de allá, tu solo grita”.
Esta anécdota me quedó resonando en el corazón por muchos años. Hasta la fecha la recuerdo cuando los venezolanos que conozco me dicen que ya soy toda una mexicana en mi manera de hablar y los mexicanos me dicen constantemente que no he perdido el acento. Al final, la frase que sin pensar le dije a mi hijo “ni de aquí, ni de allá” definió por muchos años mi sentir, haciendo un esfuerzo por sentirme parte de una nueva cultura, pero sin alcanzar nunca a serlo, recordando siempre lo que dejamos y amamos, pero a medida que fue pasando el tiempo fuimos perdiendo con ello muchos elementos que antes nos definían.
Hoy en día debido a la globalización y al uso del Internet parecen haberse acortado las fronteras. La gran mayoría de los que emigramos, lo hacemos para tener un mejor futuro y acceso a mejores oportunidades que quizás no tuvimos. En mi caso, fueron otras razones. Lo que si es cierto, es que todos los que partimos del lugar que nos vio nacer, pasamos por un proceso que se llama transculturización, cuando lo estudié en mi especialidad de psicología social nunca pensé que iba a vivirlo.
La transculturización es un proceso por el que una persona, una familia o un grupo social adopta progresiva y paulatinamente las costumbres de otra sociedad o grupo cultural. Muchas de las personas que no han emigrado, piensan que irse a vivir a otro país es fácil pues en cierto modo se idealiza en la psicología la oportunidad que se tiene a través de una huida que se llama “proyectar el ideal de vida en otra parte” y se piensa de esta manera que todo lo de afuera es mejor que lo propio y con esto no quiero decir que quizás hayan muchos elementos objetivos que hagan ver que si lo sea pues quizás la misma oportunidad por la que se emigra lo es en realidad, pero esto no quita el hecho de que emigrar no es una tarea fácil para quien emprende ese camino.
Cuando emigramos este proceso de transculturización se lleva a cabo en el interior de cada persona y cuando una familia entera emigra, cada miembro incluso lo vive de una manera muy diferente. Es un proceso interior tan personal como un cepillo de dientes. El mismo abarca elementos tan sencillos como la adquisición del lenguaje pues incluso pueden en un país una misma palabra significar algo muy grosero que en el país de origen no lo es. Implica aprender como se dice algo de uso cotidiano como puede ser una herramienta o un reto mucho más grande aún como aprender un nuevo idioma. También implica adquirir quizás un nuevo código de vestir, dado que pudiera tener el nuevo destino un clima muy diferente que el destino anterior.
Pero el proceso que todos los que emigramos vivimos no solo abarca elementos objetivos sencillos como aprender a adaptarse a un clima, un idioma o un código de vestir, sino que a veces implica algo más profundo que es el adquirir e incorporar elementos culturales un poco más complejos y que solo se aprenden a conocer viviéndolos incluso equivocándonos al intentar vivirlos.
Recuerdo en este sentido mi llegada a México hace 20 años cuando la primera semana conocí a una señora que se despidió diciéndome “vamos a reunirnos en tu casa” agregando luego “porque mi casa es tu casa”. Me quedé sumamente confundida pues no entendía cómo una persona que apenas conocía quería hacer un festejo en mi casa cuando en realidad lo que ella me estaba diciendo era que su casa me la ofrecía con todo su aprecio como la mía como un signo de hospitalidad. También recuerdo la primera vez que me encontré en mi primera oficina un “altar de muertos” el día que la Iglesia celebra a los santos difuntos con las fotos de los familiares difuntos, frutos, adornos y calaveritas. Me tardé mucho tiempo en comprender aquello para luego al conocer su significado entender que representaba no solo una tradición cultural, sino que había una enorme riqueza contenida en ella.
Pero no solo nos referimos de igual forma a este tipo de elementos, sino también por ejemplo a como cada cultura expresa sus emociones tan vital hoy en día en comprender cuando estamos profesionalmente trabajando en otro país con personas de diferentes culturas. Es de saber por muchos estudios realizados por universidades de prestigio como Harvard, que diferentes culturas definen de igual forma el cómo se expresan las emociones. La cultura americana por ejemplo, son muy contenidos en ellas y suelen expresar emociones positivas cuando logran objetivos, son eficaces o productivos. La cultura alemana, es de igual forma mucho más contenida y pragmática, la forma como expresan sus emociones positivas puede incluso ser interpretada por otra cultura como la latina como un acto de rechazo. Las culturas orientales son muy diversas, la mayoría expresan emociones positivas cuando se reúnen en torno a la mesa en familia y las culturas latinas es de suma importancia expresar emociones positivas siempre, por eso nos gusta celebrar todo incluso hasta el triunfo del equipo del fútbol contrario todo con tal de reunirnos en familia para tener un motivo para celebrar. Cada cultura se mueve del polo de lo racional al polo de lo sensible.
Todos estos acontecimientos y muchos más los vivimos todos los que emigramos porque es la manera como podemos conocer ciertos modismos, signos culturales, expresiones afectivas dentro de la cultura incluso tradiciones. Todas y cada una de ellas tenemos que vivirlas para poder gradualmente ir conocimiento y así poco a poco viendo si queremos o no incorporarlos en la nuestra. Pero el proceso de transculturización aunque es personal se vive de forma gradual a través de diferentes etapas que dependiendo de algunos factores internos se lleva a cabo más rápido en algunas personas que en otras.
En primer lugar, el proceso de transculturización comienza con la pérdida parcial de ciertos elementos de la propia cultura. Al referirme a pérdida quizás no es un acto consciente en que optamos por dejar de hacer algo tradicional para nuestra cultura pues nadie desea hacer eso para desarraigarse conscientemente de lo que ama o le es familiar, me refiero a que quizás no contamos con las mismas circunstancias o medios para poderlas llevar a cabo o vivirlas. De esta manera dejamos de hacer algo que siempre hacíamos en nuestra familia de origen o ciudades, pero quizás porque no existe la manera de seguirlo haciendo.
De esta forma pasamos al tiempo a una segunda etapa quizás tampoco tan consciente y es cuando comenzamos a sustituir como consecuencia de lo primero ciertos elementos de la nueva cultura y los comenzamos a incorporar a la nuestra. En esta etapa de incorporación comienza un proceso a su vez de ensayo y error donde comenzamos a probar estos nuevos elementos para poder discernir si nos gustan o no, si los tomamos o no, si los adoptamos o no como parte de la nuestra. Y en este sentido me refiero a una gama de elementos nuevos como lo son los alimentos, las comidas, las formas de vestir, las palabras que expresan quizás algo que con las nuestras no logramos sentir que decimos lo mismo, las celebraciones o incluso las tradiciones.
En esta etapa de explorar, conocer, probar e incorporar podemos tardarnos un tiempo para después de ello podamos pasar a la última etapa del proceso de transculturización que se llama recomposición. En esta etapa, se hace un ajuste en la psicología de quienes lo viven donde se acomodan en una sola cosa todos los elementos para crear un todo. Los elementos que de la cultura propia se pueden conservar porque la misma nueva cultura permite que lo podamos seguir viviendo como formas de comer, hábitos de esparcimiento, ciertas tradiciones o creencias religiosas, así como los elementos que de la nueva cultura hemos decidido incorporar después de probarlos y adoptarlos quizás algunos de manera exacta y otros quizás con algunas variantes adaptándolos a nuestra forma de ser, nuestros gustos o nuestra forma de vivir.
En esta etapa de recomposición todos estos elementos se agrupan en un todo. El resultado de ello es una nueva identidad con todos estos elementos mixtos que han resultado en una sola cosa. Esto es un proceso muy necesario que ocurra en el interior de cada persona que emigra pues mientras no lo haga así, ocurrirá una enorme disonancia interior en la mente que llevará a la persona a una completa inadaptación lo que a su vez, ocasionará que la persona no logre ser feliz en el nuevo estilo de vida, con la nueva cultura, en el nuevo país que le ha tocado vivir y quizás esa oportunidad inicial se vea truncada en su potencial porque la persona no logra conciliar la nueva realidad con la que dejó, experimentándolo como una pérdida emocional constante.
Este es el elemento crucial del proceso de transculturización. La función que cumple en el interior de la persona que es el ayudarla a adaptarse a los cambios que la vida misma conlleva a la hora de emigrar. Podemos reflexionar con ello porque es tan importante adaptarse a la nueva cultura y la respuesta que surge de mi reflexión es muy de sentido común ya que sin importar las razones por las que se emigra, si una persona ha tomado la decisión de dejar lo que más ama que son sus seres queridos, sus raíces, todo lo que le ha sido familiar en su vida debe en consecuencia una vez tomada esa decisión buscar adaptarse en la nueva cultura que ha optado por vivir para poder buscar llevar a plenitud el potencial que esa misma oportunidad tiene y representa. Al final considero que nadie busca emigrar, salir de una zona de confort y desvincularse afectivamente con lo que más le importa para no ser feliz.
En este sentido me ha tocado conocer como migrante a otros migrantes de otras culturas que sufren mucho al migrar. Sin embargo, si esto es el costo natural que todos lo que migramos tenemos que pagar por tener mejores posibilidades de vida, hay un sufrimiento que estamos ocasionando un poco de “gratis” al no colaborar en el proceso de transculturización que hace que el proceso de migrar sea aun más doloroso, difícil y tedioso de lo que está llamado a ser. Y es allí cuando quizás estemos acentuando el sentimiento interior de no ser “ni de aquí, ni de allá” con el paso de los años.
Migrar es difícil, pero si hemos tomado la decisión de hacerlo debemos colaborar para que la experiencia sea grata y podamos adaptarnos fácilmente a la nueva cultura. Esto en ningún momento significa desechar totalmente la propia, tampoco implica asumir en totalidad la nueva porque sino aquello parecería inapropiado, lo que significa es que debemos de estar abiertos para comprender que habrán ciertos elementos de nuestra propia cultura que tendremos que dejar y otros elementos de la nueva cultura que debemos de asumir como propios.
Por esta razón, el proceso de transculturización en cierta medida depende de los rasgos de personalidad, de nuestra capacidad de adaptarnos que implica –por ejemplo- poder ser moldeables para poder transformar ciertos hábitos, el poder estar abiertos para poder probar, salir, hacer cosas nuevas, conocer nuevos amigos, vincularse de diferentes maneras no solo afectivamente para sentirnos valorados y parte de, usar ropa diferente, pero sobre todo el tener el deseo de hacer del nuevo lugar un lugar donde no solo la persona, sino la familia pueda ser feliz.
Para podernos adaptar y con ello experimentar un proceso de transculturización pleno, debemos además de estar abiertos a no negar las raíces propias y nunca avergonzarnos de ellas. También esto implica no desear de forma desproporcionada convertirse en una persona que no se es, intentando asumir todos los elementos de la nueva cultura. Tampoco es conveniente estar todo el tiempo comparando ambos países, pues al comparar evitaremos dar valoraciones adecuadas y equilibradas. De igual forma practicar lo que considero es el ABC del migrante que implica nunca criticar a la cultura nueva por ser diferente a la propia, pues cada cultura tiene siempre una enorme riqueza que puede ensanchar nuestros horizontes y enriquecernos interiormente de muchas maneras.
Después de vivir 21 años en 3 países diferentes, he aprendido que toda cultura tiene cosas positivas y negativas que ofrecernos, pero depende solo de nosotros que queramos verlo con objetividad, pues no hay país perfecto ni una ciudad perfecta, solo dependerá del cristal con que queramos ver las cosas y de la actitud que asumamos al verlas. Nunca maximizar la cultura propia pues idealizar lo que dejamos no ayudará a que nos adaptemos con realismo, conservar lo que consideremos en nuestro sistema de creencias como vital e incorporar lo que consideremos es coherente con lo que deseamos ser y vivir.
Al final, el proceso de transculturización no solo nos permite adaptarnos a una nueva cultura y con ello, ayudarnos interiormente a que nuestros propósitos al migrar se lleven a cabo. Sino que a su vez, nos permite formar una nueva identidad de nuestra persona sin lo que perdimos y con lo que ganamos por medio de ella. Y una identidad sólida personal ayudará a crear una identidad sólida en la familia y con ello, ayudarnos a vivir en plenitud por el sentido de afiliación y pertenencia afectiva que otorga, para que un día podamos decir “soy de aquí pero también soy de allá”.