Niños emperadores, niños “Mi Rey”. No importa en qué lugar vivamos, desde Alaska a la Patagonia nos topamos a cada instante con este “tipo” de niños que no son producto sino de la mala educación que sus padres les están brindando, del deterioro de la familia en la formación de valores trascendentales, en el cambio de roles en la pareja.

Cada vez que salimos podemos toparnos con una escena de berrinches, demandas y groserías de estos niños que en Estados Unidos han sido llamados “Emperador” y acá en México podemos catalogarlos como los niños “Mi Rey”.  Niños que ejercen un enorme poder y que a la larga acumulan ira y que demandan con agresividad a toda hora y por sobre todas las cosas “algo” que creen merecer o peor aún necesitar.

Niños que no conocen los límites porque los que se debían encargar de hacérselos conocer se encuentran ausentes. Niños que demandan de todo sin haber hecho nada por ganárselo. Niños que traspasan barreras de la educación, que faltan el respeto y que sus padres sonríen mientras lo hacen. Que los dejan circular por toda la iglesia incluso hasta el altar mientras al sacerdote consagra porque se les hace chistoso verlos distraer a todo el mundo dentro de la iglesia. Niños que les hacen camas en las bancas de la misa para que estén cómodos y no se quejen de que los lleven a misa, en vez de enseñarlos a controlar su propio cuerpo tan solo 45 minutos y ofrecer el sacrificio que implica por amor a Dios y a su familia; o que les dan el IPad en todo momento para que no molesten en vez de enseñarlos a dialogar.

Para reconocer todo esto y reconocer que está mal no necesitamos ser psicólogos solo tener un poco de sentido común y de educación. Y podemos pensar qué es lo que está pasando que cada vez conocemos más niños sin educación. ¿De dónde salen estos niños emperador o mi reyes? Sería una equivocación muy grande producto de la negación pensar que estos niños nacieron así del vientre materno. Aunque es muy común que los padres al ver daños graves en la psicología de sus hijos recurran a este recurso de “que nacieron así” en vez de auto analizar que parte de responsabilidad se tiene al respecto.

Estamos siendo como adultos expuestos a una generación que ya no es la de los millennials, sino la llamada generación I. La “I” que proviene del IPhone, IWatch, IPad, y todo lo que tenga que ver con la tecnología. Pero no sería justo culpar a la tecnología cuando el problema real es que existen padres cada vez más inmaduros y poco preparados para ser los padres que deben ser.

El problema de origen que ha causado estos niños emperadores o “mi rey” radica más bien en un problema de la inmadurez de los padres. Ellos solo son un reflejo de ello. Padres que no están presentes y que si lo están es más bien una presencia-ausencia porque están más presentes digitalmente ante sus amigos de las cadenas de whats app que en la educación de los mismos. Padres que han interpretado mal que ser un buen padre es ser “cool” o “amigo” de los hijos donde decir groserías los hace ser aceptados y valorados. Padres que desean amar a los hijos dándoles regalos materiales, pensando que eso es más relevante que darles la enseñanza de ganarse las cosas con responsabilidad y sacrificio bajo el argumento de “quiero darle lo que yo no tuve”.

Padres inmaduros que exaltan los pequeños logros de los hijos y tapan los errores. Que posan la culpa en todo menos en sus hijos y que no aprovechan las ocasiones de errores para hacerlos madurar. Que no les enseñan a cumplir con sus responsabilidades más esenciales y que están acostumbrados a darles un premio por cumplir con su única responsabilidad en la vida que es estudiar.

Niños que están desbordados de tecnología sin horario y sin fin. Que no saben jugar en un jardín porque les aburre la misma naturaleza con su enorme grandeza dado que están sobre estimulados digitalmente desde bebés. Niños que no han aprendido a diferenciar entre lo que les gusta y lo que necesitan, que están sobre regalados de obsequios sin pausa ni descanso. No en vano el índice de ansiedad y suicidios en niños ha aumentado dramáticamente. Y me pregunto ¿todo se lo debemos a qué?

Luego estos niños que se convierten en el centro de la existencia del hogar crecen y comienzan a descarriarse y los padres vuelven a posar culpa en los maestros que no los comprenden o en la adolescencia que está terrible. Sin detenerse a pensar por un segundo qué hice yo o dejé de hacer para que hoy tengamos éste resultado. Qué cuota de responsabilidad tengo al respecto. Es curioso como muchos padres con hijos problemas culpan a todos menos a ellos mismos de lo que les pasa a sus hijos.

La incapacidad de los hijos se gesta diariamente y no en el vientre materno sino en la cotidianidad de la vida misma. O por el contrario a diario se les capacita para salir adelante y poder afrontar lo que la vida misma depare. Un exceso de amor hace el mismo daño que una ausencia de amor. Una madre sobre protectora hace el mismo daño que una madre ausente.

Una madre sobre protectora incapacita al hijo a que gradual y paulatinamente se le vayan prendiendo sus recursos personales para salir adelante. Con cosas tan sencillas como “te corto tu carnita mi rey” cuando ya el niño tiene edad para comenzar a aprender a usar los cubiertos. O “yo te prendo el agua caliente para que no te quemes” cuando el niño ya tiene edad para comenzar a prender el agua caliente. Madres que no logran soltar a los hijos porque les da miedo que se ensucien o les pase algo. Que los peinan para el colegio a diario cuando ya no tiene edad para evitar que se burlen de ellos o que queden mal ante otros. Madres que les cambian la camisa porque está sudado o que se preocupan porque no se comieron el sanduchito en el recreo. Madres que, si les da calentura, se angustian en demasía. Madres que se privan de alguna necesidad básica en el hogar con tal de que “la princesa” pueda tener el carro eléctrico de la Barbie.

Todo esto incapacita a los niños a que puedan enfrentarse a las dificultades de la vida. Este exceso de amor y sobre protección que no los hace sentir queridos, sino muy mimados y que al darle este amor en exceso se está distorsionando sus necesidades afectivas vitales trayendo problemas serios en un futuro cuando deseen establecer relaciones interpersonales pues es como si les enseñamos que lo normal es comer 8 veces al día y no 3 veces al día, o que es mejor bañarse 5 veces al día y no 1 vez al día.

Una madre ausente también incapacita con la falta de amor. El niño aprende a duros golpes sin guía y sin normas a valerse por sí mismo de una forma muy cruda. No hay quien lo forme, eduque y lo enseñe de forma equilibrada y muchos crecen con carencias afectivas serias y una enorme inseguridad emocional llegando a establecer relaciones interpersonales inadecuadas, llegado incluso a sentirse abandonado, a distorsionar el amor con una amistad hasta del mismo sexo porque se lleva dentro una enorme carencia afectiva o a querer controlar a las novias estableciendo relaciones de codependencia afectiva siendo la base de la violencia futura en la pareja.

El valor en la educación de los hijos por parte de los padres es insustituible. No puede ni debe ser relegada a nadie. Si el niño cuenta con sus padres, ambos deben participar activamente en la educación de los mismos, no solo porque cada uno tiene un rol esencial en la impronta que deja en la psicología y en particular en la afectividad, sino porque es lo que al final dará la plenitud y madurez en la psique de los mismos.

En vez de cortarle la carnita, es mejor enseñarle a tomar los cubiertos y a hacerlo por sí mismo. En vez de abrirle el agua caliente es mejor enseñarle a hacerlo. En vez de estar encima para que se abrigue, es mejor dejarlo que le dé gripa para que aprenda la lección y nunca más vuelva a hacerlo. Si nosotros los padres lo resolvemos todo a los hijos, les estamos robando las oportunidades para que puedan por si mismos prender sus recursos, enfrentarse a las dificultades de la vida misma, aprender lo que la vida les depare así sea en las cosas más cotidianas de la misma. Pues sino los enseñamos a cada paso del camino, cómo podrán ellos valerse por sí mismo cuando lleguen las dificultades o cuando nosotros no estemos para ellos.

Muchas veces esta sobre protección de los hijos es más un problema en la afectividad de los padres. Los niños no necesitan ser amados así, más bien son los padres que tienen necesidades afectivas no resueltas y que necesitan sentirse necesitados así por los hijos. Pero no porque estos tengan necesidades reales, más bien son necesidades de ellos mismos.

Es muy importante por ello, aprender a ponerle limite a los hijos. Ellos necesitan que les digamos que no. De lo contrario, podrán crecer como niños que se cansan demasiado rápido de la vida misma, porque se acostumbraron a que siempre obtuvieron todo de la forma más fácil. A la larga, esto los lleva a un enorme vacío existencial, pues si tengo todo, si a todo me dicen que sí se pierde el sentido de reto, de lucha, de esforzarse por algo, de tener ilusión por aquello que deseo. De ser mejor. Y no solo llega con ello el vacío existencial sino una enorme intolerancia a la frustración porque no se acostumbraron a que muchas veces en la vida las cosas no salen como lo proyectamos o a pesar del esfuerzo no funcionan como lo esperábamos. Y cuando llega el revés, se deshacen como galletas mojadas, se derrumban porque no solo se acostumbraron a que todo era posible y que todo se conseguía en la vida con poco esfuerzo y sin ganárselo, sino que no saben cómo lidiar con el aparente fracaso.  Y en este contexto aparece una enorme falta de sentido de la vida.

Ame a sus hijos de forma equilibrada. No les de todo. No lo consientan por todo. Eso no es amor. Intente enseñarle a pensar ante un acontecimiento o problema que cuota de responsabilidad pudo haber tenido. Enséñele a pedir perdón y a continuar adelante con más fuerza que el primer día. Dígale que la vida no es fácil, pero que vale la pena vivirla. Enséñele el valor de lo material y lo que cuesta ganarse cada cosa para que esté ubicado. No le dé el coche de moda pues cuando sea más grande ningún coche lo llenará y deseará más bien tener un cohete que lo lleve a la luna. Haga que se gana a pulso lo que desea, con esfuerzo y sacrificio diario. A que luche por sus metas y se levante de los fracasos sabiendo que todo en la vida nos ofrece una oportunidad para aprender y mejorar.

Enséñele a conocerse a sí mismo y que pueda conectar con Dios y con los demás de manera positiva y estable. Dígale que hay personas que les gusta y viven del conflicto, pero que en esta casa reina el espíritu positivo porque al mal tiempo siempre se pondrá buena cara y porque nunca hay mal que por bien no venga. Enséñele que hay personas que sufren más que uno y si no lo cree, llévelo de visita a un hospital para que aprenda a ser sensible, lo que es la empatía y a considerar siempre a los demás. Viva Usted con coherencia de vida. Haga y viva lo que le predica.

Pero por sobre todas las cosas enséñele que el amor verdadero, el que dura y hace feliz no se obtiene en la tienda de la esquina y tampoco por Amazon; sino que se trabaja día a día porque el verdadero amor no está en lo que hacemos o en los errores que cometemos, sino en la entrega diaria que hacemos buscando siempre el bien del amado y cumplir una vida de cara a Dios respetando siempre a los demás.

Para ampliar esta información, escucha la entrevista de radio por Radio Claret América en el enlace:

Picture of Dra. Mercedes Vallenilla

Dra. Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con especialidad en psicología social. Maestra en Matrimonio y Familia. Doctora en Educación, con estudios de postdoctorado en Psicología. Autora de cuatro libros sobre psicoespiritualidad. Pionera en Psicología Virtual con 30*+ años de experiencia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.