Hace un mes desde la última vez en que me fue posible escribir en este blog, el cual he abierto por petición de mi mejor amigo el Espíritu Santo, para poder seguir llevando a cabo la misión por la cual hace casi 20 años me llamo a entregar mi vida: la misión de pastora de almas, de instrumento de su paz y de su amor para ayudar con su gracia a los corazones de tantas personas que sufren, utilizando como el “cayado” de Moisés, la espiritualidad que he vivido y cultivado desde toda una vida, así como de mi profesión como psicóloga todo orientado a brindar consuelo a las almas que sufren.

Como pudieron quizás leer en otro articulo de este blog llamado ¿Por qué yo?, ¿ Por qué a mi? Desde hace 19 años padezco una enfermedad incurable que fue diagnosticada cuando me estrenaba como misionera en Manila, Filipinas y que me ha traído una enfermedad tras otra. Actualmente padezco 6 síndromes y una enfermedad en un órgano. Con el paso de los años, mi organismo se ha ido deteriorando y envejeciendo prematuramente. He estado todos los años hospitalizada como mínimo una vez al año, el año que más tiempo estuve fueron 103 días. A su vez, he tenido 15 cirugías y he estado muy cerca de la muerte en cuatro ocasiones.

Hace un mes cuando deje de escribir, me diagnosticaron otra enfermedad y un quiste del tamaño de una pelota de softball que me estaba aplastando otro órgano. Tuve que viajar a México, DF y allá sorpresivamente me sometieron a una cirugía de urgencia. La cual sería la número 14 de mi vida, pero el quiste ya había comprometido un segundo órgano por lo que tuvieron que hacerme dos procedimientos de alto riesgo. Es decir, llevar a cabo la cirugía número 14 y la 15 en el mismo momento.

Después de haber estado muy delicada, gracias a la bondad del Señor, me encuentro de regreso en mi lugar de residencia Cancún, rodeada del amor de Dios y de mi familia. Y regreso a Uds. desde mi convalecencia para compartirles mi humilde experiencia por el camino del sufrimiento y del dolor. Única razón por la que he creado este blog: para poder brindar consuelo a todos los que sufren y para decirles, con voz fuerte y contundente que con su amor y su gracia, es como podemos únicamente sobrellevar cualquier dolor, cualquier prueba que El permita en nuestras vidas.

En esta oportunidad las palabras de San Lucas han hecho un eco en mi “y una espada de dolor traspasará tu corazón” Y no ha sido por todo el dolor físico que he experimentado de nuevo, sino por el dolor que me causa ver a mi familia sufrir. Ellos son, junto con la fe mi mayor tesoro y verlos sufrir por tantos años tantas veces es una de las penas más grandes que he experimentado en mi vida. Eso no impide que también sea capaz de ver que el sufrimiento los ha formado profundamente y todos los beneficios que nos ha traído como familia.

El sufrimiento es un misterio, pero solo el que abre su corazón para acoger la gracia venida del cielo es capaz de navegar en paz en medio de la tormenta. Hoy siento las palabras de San Pablo como mías: «He aprendido a conformarme con lo que tengo. Sé lo que es vivir en pobreza y también lo que es tener de sobra. Estoy acostumbrado a todo: lo mismo a comer bien que a pasar hambre; lo mismo a la abundancia que a la escasez. Todo lo puedo en aquel que me da fuerza. Lo que es importante que Uds. (mis hijos espirituales) se hagan cada vez más ricos ante Dios. Tengo lo que necesito y mas de lo que necesito. Y Dios con su infinita riqueza remediara con esplendidez todas mis necesidades.” Filipenses 4, 10

Y es que San Pablo no solo hablaba de las necesidades materiales, sino las necesidades del espíritu. En mi caso agregaría que ha aprendido a conformarme con lo que mi pobre físico puede dar. El, suple todo en cada una de las dimensiones de nuestro ser: la dimensión espiritual, la dimensión corporal, la dimensión psíquica y también en la dimensión afectiva. Pero solo si le damos la oportunidad de hacerlo. Nuestra libertad personal, es la llave que abre el cerrojo para que entre la gracia en nuestro interior.

Pero todo esto ha sido únicamente posible, gracias a tres pilares en mi vida: la fe, como don que busco cultivar a diario y hacerla crecer por medio de muchas horas de oración y los sacramentos recibidos frecuentemente. Pues a veces, pretendemos caminar sin recurrir a la fuente inagotable de donde proviene la gracia: la eucarística, la confesión y la oración.

El segundo pilar, el amor de Dios como fuerza polar que me eleva desde la fragilidad de mis huesos y la debilidad de mi carne en una cama clínica al cielo y que experimento de manera profunda y sensible en mi alma por parte del Padre, de mi Señor, del Espíritu Santo que me sopla fortaleza, me consuela, me anima a continuar. Y de la Virgen María, mi morenita. Mi madre del cielo, que me besa en la frente y que sabe lo que hay en mi corazón.

Y por último, la fuerza del amor de mi propia familia, a quien llamo mi pequeña familia de Nazaret. Palpar el amor que hay entre nosotros, me levanta de la cama. La familia que esta llamada a jalar junto y a jalar parejo. Como el alpinista: amarrados todos de la misma cuerda, subiendo la cuesta. Y cuando cae uno, todos jalan la cuerda y resisten con la fuerza del amor la caída al acantilado.

En esta ocasión he podido experimentar de nuevo la primacía de la gracia la cual reposa siempre en las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad. Y que significa que sino abrimos el corazón para acoger la gracia venida del cielo, nada podemos en este vida, creo que sin ella ni siquiera podríamos genera el más mínimo buen pensamiento. No es nuestro esfuerzo personal, nuestras capacidades lo que hace que podamos sobrellevar aquellas pruebas que El permita en nuestra vida.

Tampoco es nuestro esfuerzo en si mismo y nuestras capacidades en si mismas, las que hacen que nuestros ministerios funcionen y den frutos. Nosotros solos no podemos, pero cuando acogemos y abrimos el corazón para acoger la gracia que viene del cielo, podemos decir como San Pablo que todo lo podemos en aquel que nos conforta. Y El, baña de gracia y de frutos abundantes nuestra misión. Estamos llamados a crecer en virtud: crecer en nuestra fe y en nuestra esperanza, crecer en nuestra caridad, pues ella, el amor, es la fuerza que mueve al mundo, todo inspirado en el Rey de reyes Nuestro Salvador quien se dio por nosotros, solo por amor.

Crecer en la fe significa no tener elementos racionales quizás para comprender todo. Simplemente creer, por amor, que todo lo que El permita en nuestra vida, esta orientado a acercarnos a su corazón. Por parte mía, creo firmemente que El es mi Padre y que como buen Padre, permite que experimente en mi vida todo aquello que me acerque mucho más a su corazón. Para que pueda llevar a cabo, ese plan que desde la eternidad el pensó para mi.

El sentido de mi sufrimiento y de todo el sufrimiento que experimentamos en la vida, puede sostenernos. El saber porque sufrimos, nos ayuda y nos enseña al cómo lo sufrimos. Pues hay una gran diferencia entre sufrir revelándonos al plan de Dios, con odio, división entre nosotros y resentimientos; y sufrir con paz en el interior acogiéndonos a la gracia del Señor ofreciendo todo lo que tengamos que vivir con profundo amor y dándole un sentido de trascendencia de cara a la eternidad.

El príncipe del mal, el enemigo y rey de la mentira, les ha hecho a muchos perder la esperanza en medio de un sufrimiento. Y si perdemos la esperanza, la gracia no puede sostenernos en medio de la prueba, porque en el fondo le estamos diciendo al Señor: “Tu gracia no puede sostenerme. No eres lo suficientemente poderoso como para cambiar mi situación, como para fortalecerme” Y si creemos esto, estamos atando a nuestro Padre Dios, de manos. Así, El no puede ayudarnos. Necesitamos más bien decirle: «Señor, aunque no vea, creo» Creo que tu puedes cambiar mi situación. Nada temo mi Señor, porque tu estás conmigo.

Por eso es tan importante darnos cuenta si nuestra mente ha caído en lo que los psicólogos llamamos “desesperanza aprendida” lo cual se traduce que aprendemos a estar desesperanzados, – sin esperanza- sin creer realmente que nuestra situación puede cambiar pues nos convencemos de ello. Aprendemos a comportarnos como víctimas de la situación que nos acontece, como víctima de los demás, como víctima de las circunstancias y nos revestimos con un disfraz de desesperanza. Y quizás, hasta abandonamos los medios por los cuales podemos fortalecernos, nos apartamos de Dios y nos hundimos cada vez mas en una situación de pesimismo y desamor, en un pozo profundo de odio, de resentimiento, de división dañándonos irremediablemente en el interior y dañando a los que más queremos en este mundo: nuestra propia familia.

Y es que hay una gran diferencia entre sufrir con y por Cristo, y sufrir del lado del rey de la mentira. Pero para sufrir con Cristo y dejar que su gracia nos sostenga, debemos reconciliarnos con Dios para luego poder reconciliarnos con los demás. Y así, poder poner todos los medios para poder transitar por medio de la tormenta con paz.

El Cristo al que seguimos nosotros los católicos bautizados, es un Cristo de paz y de amor. El, es el Buen Pastor que acabamos de celebrar en la Solemnidad de Cristo Rey. Es pastor, que nos guía, que dio la vida por cada uno y la sigue dando en cada uno. Es el Buen Pastor que desea y quiere rescatarnos como esa oveja perdida, caída en la cañada, rota, adolorida. Pero solo puede hacerlo, si nos acercamos a El. Si lo dejamos rescatarnos.

Cristo, el Rey. Pilato le preguntó: Entonces ¿tú eres rey?» Jesús contestó: «Tú lo has dicho: Yo soy Rey. Para esto nací, para esto vine al mundo, para ser testigo de la Verdad». (Jn 18, 36-37). Cristo Rey quien no es Rey de este mundo, sino el de la verdadera vida, la eterna. Y Cristo, el juez. El que nos llevará ante Dios Padre, para juzgarnos por como hemos vivido esta vida y dependiendo de eso, vivir por toda una eternidad el gozo de la presencia de Dios o de ser desterrados al fuego de infierno.

Queridos hermanos. No se dejen engañar por el príncipe de la mentira. Todo lo podemos en aquel que nos conforta. Es una promesa de amor que El nos ha hecho: “estaré contigo hasta el final de los tiempos”. El quiere revestirnos de su fuerza, pero debemos dejar que lo haga. El se ha quedado con nosotros: su cuerpo y su sangre están a diario al alcance de nosotros. El es fiel, y nunca falla, nunca defrauda. El es el amigo fiel que nunca abandona. Y quiere construirnos desde nuestras lágrimas. Darnos la gracia y fortalecernos para continuar. No importa lo que hayamos hecho ayer. Solo importa lo que estemos dispuestos a hacer hoy. Su misericordia y su amor, es mas grande que todo. No es por nuestras propias capacidades o por nuestro propio esfuerzo en si mismo como podemos transitar con paz en medio de la prueba. Es la gracia que podemos recibir del corazón del Buen Pastor, la que esta llamada a ayudarnos a caminar. Su gracia, siempre está primero.

Mi gozo puede más que mi dolor. Se, por la fe, que mi ofrecimiento es agradable a los ojos de Dios. Nada temo mi Señor, porque tu estás conmigo, dentro de mi corazón. Tu gozo, puede ser más grande que tu dolor. No esperes más, búscalo. El te esta esperando en el al altar para amarte, consolarte, fortalecerte. Sanarte. Perdonarte. El quiere ayudarte a cargar el peso de tu cruz. Si le abres tu corazón, El podrá tener un poder ilimitado en tu corazón, y tú lo tendrás en el suyo. Permanece en El, para que El pueda permanecer en ti. Nunca es tarde para cambiar.

Dios los bendiga siempre.

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Dra. Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con especialidad en psicología social. Maestra en Matrimonio y Familia. Doctora en Educación, con estudios de postdoctorado en Psicología. Autora de cuatro libros sobre psicoespiritualidad. Pionera en Psicología Virtual con 30*+ años de experiencia.

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