El día de ayer en Manila, Filipinas ante una gran multitud de jóvenes, el Papa Francisco habló  de una manera actual y muy significativa, del sufrimiento que experimentan los inocentes y además, del llanto del cristiano.

“¡Existe una compasión mundana que no nos sirve para nada! Una compasión que a lo mas no lleva a meter la mano en el bolsillo y a dar una moneda. Si Cristo hubiera tenido esa compasión hubiera pasado, curado a tres o cuatro y se hubiera vuelto al Padre. solamente cuando Cristo lloró y fue capaz de llorar entendió nuestros dramas”.

“Queridos chicos y chicas, al mundo de hoy le falta llorar. Lloran los marginados, lloran aquellos que son dejados de lado, lloran los despreciados, pero aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidades no sabemos llorar. Ciertas realidades de la vida se ven solamente con los ojos limpios por las lágrimas. Los invito a que cada uno se pregunte: ¿Yo aprendí a llorar? cuando veo un niño con hambre, un niño drogado en la calle, un niño que no tiene casa, un niño abandonado, un niño abusado, un niño usado como esclavo por la sociedad? O mi llanto ¿es el llanto caprichoso de aquel que llora porque le gustaría tener algo más? Y esto es lo primero que yo quisiera decirles: aprendamos a llorar, como ella nos enseñó hoy. No olvidemos este testimonio. La gran pregunta ¿por qué sufren los niños? la hizo llorando y la gran respuesta que podemos hacer todos nosotros es aprender a llorar”. (https://www.news.va/es/news/hay-que-aprender-a-llorar-explico-francisco-en-man)

Cristo, en el evangelio lloró muchas veces y experimentó diversos sentimientos humanos, pues como dice el misterio, el era verdadero Dios, pero también era verdadero hombre.

Son innumerables los relatos del evangelio donde nos describen a un Cristo que experimenta emociones humanas como la alegría, la tristeza, la indignación, el amor. Jesús se “sintió” inundado de la gracia del Espíritu Santo. Lloró sobre Jerusalén. Lloró cuando supo que su amigo Lázaro se había muerto. Se indignó en el templo y tiró las mesas de los comerciantes al ver que la casa del Padre, se había convertido en un mercado y no en una casa de oración. Jesús también se sorprendió de la incredulidad, de los lirios que crecían y se admiró tantas veces de la fe de muchos creyentes que se sintió movido por ella a corresponder obrando milagros. Jesús se sorprende y se conmueve ante el sufrimiento de los enfermos, de los pecadores, de los lisiados, de los pobres, de los niños.

El culmen de sus emociones llega cuando Jesús sintió profundo miedo en el monte de los Olivos, justo ante de su pasión. Sintió tanto miedo, que sudo gotas de sangre. Según los científicos ésta es una condición médica llamada «hematidrosis» y ocurre cuando hay un alto grado de sufrimiento psicológico.

Lo que sucede es que la angustia severa provoca la secreción de químicos que rompen los vasos capilares en las glándulas sudoríficas por lo que se segrega una pequeña cantidad de sangrado en las glándulas. El sudor termina siendo emanado por el cuerpo mezclado con la sangre. A raíz de esto, la piel quedó extremadamente frágil y débil para la flagelación. Jesús también sintió el abandono del mismo Padre antes de morir. Jesús experimentó amor. Jesús amó a sus amigos Marta, María y a Lázaro. Jesús amó al apóstol Juan. Jesús hablo del amor de los niños. Jesús nos amó hasta la muerte y una muerte de cruz.

El evangelio esta lleno de expresiones que denotan la vida psicológica de Jesús donde vemos un ejemplo claro de que el vivía libremente, pero incluso en la expresión de sus propias emociones. Es el mundo de hoy el que nos ha hecho creer que llorar es para débiles, cuando en realidad llorar es para valientes. Para aquellos que nada les impide mostrar sus emociones más sanas y hasta santas, porque ellas nos hacen presentarnos ante Dios y ante los demás con humildad como aquello que somos: unas criaturas muy necesitadas de Dios. Y si lloramos con Dios y ante Dios, de seguro será un llanto sereno y en paz porque estaremos compartiendo nuestro sufrimiento con El y El nos llenará de la gracia para continuar.

Las sociedades actuales y el mal entendimiento del feminismo, nos han hecho creer que llorar está mal. Que reconocer nuestros sentimientos y expresarlos por medio del llanto es inadecuado. Que la vulnerabilidad es signo de desequilibro emocional, incluso de inestabilidad. Y muchas veces, reprimir estas emociones con el tiempo, genera una creencia errónea en nuestro mundo cognitivo donde la persona termina creyendo que siempre debe estar feliz, pero no una felicidad plena que da el vivir de cara a su verdad, sino una felicidad aparente, no real, ficticia que da el vivir en control o represión de sus emociones, siempre aparentando estar y ser feliz pero sintiendo lo contrario en el interior.

Y al creer esto de manera inconsciente o consciente, se reprime y evade lo que se siente, trayendo una condición peor a mediano y largo plazo que es la insensibilidad ante el sufrimiento propio, pero también ante el ajeno. El corazón se endurece por fuera, el alma se endurece en su parte exterior, la de los sentidos y la persona se bloquea en su capacidad de experimentar estas emociones en especial la del llanto, la compasión, la alegría o la tristeza. Y llega un día, que pierde su capacidad de expresarla haciéndose poco empático. Pues llorar, no es lo que hace daño, sino reprimir el llanto. Si una persona no es capaz de comprender los sentimientos propios y expresarlos, tampoco estará en capacidad de reconocer los ajenos.

Lo mejor es dejar que llegue el dolor, el llanto, la desilusión. Después de todo, nunca estamos solos en esto, El se quedó en la eucaristía con nosotros. Las lágrimas purifican el alma y el dolor nos muestra esos espacios maravillosos y hasta entonces desconocidos. Los sentimientos buscan formas sustitutivas de salir sino los dejamos salir de forma natural.

Dios hizo el cuerpo perfecto. El llorar y suspirar profundamente después de un shock emocional, de una pérdida o de un mal momento es sano porque se disipan una gran cantidad de tóxinas que se generan en nuestro cuerpo producto del impacto emocional que la pérdida o el evento ha producido. Por eso, después de un buen llanto nos sentimos relajados, en paz, más motivados. Y decimos “lo necesitaba”.

Hemos vivido en la creencia de que llorar es para débiles. Y es todo lo contrario. Llorar es para valientes. Sentir es para valientes. Débiles son los que no se atreven con valentía a reconocer, identificar y afrontar sus sentimientos.

Inhibir el llanto ocasiona más problemas porque esos sentimientos que necesitan drenar por medio del llanto, buscan drenar de otras maneras y allí es cuando también comenzamos a enfermarnos y a agredir activa o pasivamente a los que nos rodean.

Los sentimientos son parte fundamental de nuestra condición humana. Ellos tienen varias características que debemos de conocer. Los mismos son universales, es decir, todos los seres humanos los tenemos. También son subjetivos, esto no quiere decir que no sean verdaderos, sino que pertenecen al interior de la persona y resulta muy difícil de comprender cómo los vive la otra persona. Es decir, la forma como una persona vive la tristeza es diferente o tiene otros matices a como la vive otra. Por otra parte, están llamados a ser neutros. Deben de ser neutros; es decir, no son ni buenos ni malos, simplemente son parte neutral de la vida.

Pero, cuando no los sabemos canalizar cómo pesan y se convierten en algo a lo que no están llamados a convertirse pues debemos de aprender a no vivir de los sentimientos, porque estos serían como un barco sin vela, a donde sopla, iremos nosotros con el viento. O si dejan de soplar nos quedamos en medio de la bahía varados. De igual forma, si nos acostumbramos a vivir de un sentimiento positivo, cuando éstos no lleguen nos desplomaremos. O vivir de sentimientos negativos, carcome el corazón y éste se llena de muchos resentimientos. Por último, los sentimientos son transitorios. Algún día pasan si conectamos con ellos, los canalizamos y encauzamos.

El proceso normal de un sentimiento que se deja fluir con libertad es como una curva de Gauss: inicia, llega a su punto más alto y se diluye el mismo. Sin embargo, si se evade, si se reprime, si se niega y se le impide llegar a ese punto más alto en vez de diluirse se alarga y se complica.

Tenemos que aprender a llorar. Pues como católicos estamos llamados no solo a imitar a Cristo en su propia vida con nuestros actos, viviendo la caridad con otros sino en especial imitar sus mismos sentimientos. Cómo dice el Papa Francisco, llorar no solo nos ayudará a comprender nuestros dramas, sino los de los demás.

En Cristo, encontraremos todos y cada uno de aquellos sentimientos que estaban en su corazón y que lo llevaron a vivir –por amor- una muerte de cruz. ‘habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn 13, 1). “Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). El dolor cuando es compartido, es comprendido no solo por el que lo escucha, sino por el que lo padece y comparte. Y de seguro al compartirlo, nuestras lágrimas también serán vistas en el cielo.

Picture of Dra. Mercedes Vallenilla

Dra. Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con especialidad en psicología social. Maestra en Matrimonio y Familia. Doctora en Educación, con estudios de postdoctorado en Psicología. Autora de cuatro libros sobre psicoespiritualidad. Pionera en Psicología Virtual con 30*+ años de experiencia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.