¿Qué es la paz?
Paz, del latín -pax- definida desde una perspectiva positiva como la unidad entre las partes. También es definida como un estado de quietud y equilibrio existente entre las partes de un todo debido a que no se encuentran enfrentadas. Podemos hablar de paz mental a ese estado de quietud de la mente o también definida como la ausencia de inquietud, violencia o guerra.
La guerra muchas veces puede ocurrir cuando en el interior no hay unidad en el ser. No significa necesariamente guerra entre naciones, sino que también se puede gestar esta guerra en el interior del corazón del hombre que crea zozobra, inquietud, falta de armonía y puede llevar al mismo a actos de violencia hacia otros robando la paz a otros.
En este sentido, no estoy refiriéndome únicamente a la falta de quietud de la mente, sino en toda la unidad del ser que abarca todas sus dimensiones: la mente y el alma. Creando una fragmentación que lleva al caos interior y a la falta de sentido en la vida donde la persona humana se sumerge en una vida llena de falta de coherencia entre lo que quiere y vive.
Hoy en día muchas personas viven sin paz. Muchos buscan pedir ayuda porque no tienen paz. No saben la causa de su falta de paz y tampoco saben cómo poder hacer para recuperarla. Siendo la paz una condición esencial para vivir en plenitud la vida.
¿Por qué se vive sin paz?
La paz es el gran ausente en el interior del hombre de hoy. Porque justamente el hombre de hoy es fruto de una enorme desintegración familiar o por otras causas viene cargando heridas emocionales profundas en su ser.
El pecado original siempre nos hace tender a pecar y por lo tanto a perder la paz, pero a través del sacramento de la penitencia podemos recuperar esa paz en el alma cuando nos sabemos y nos sentimos perdonados. La misericordia de Dios regresa la paz que da la gracia y que por lo tanto es un don que el Espíritu Santo otorga a quien de forma humilde le pide perdón por sus faltas. La fidelidad de Dios a quien desea vivir la vida incluyéndolo en la suya, es la paz que conduce a la felicidad.
Con este pecado original y su consecuente tarea de conocernos para poder fomentar las virtudes contrarias puedo decir que ya era suficiente tarea para el hombre. Pero, al sumarse todas las heridas emocionales que se traen y que se supone no debieron crearse según el plan original de Dios, entonces la tarea del hombre roba por partida doble la paz que estaba llamada a reinar en los corazones.
Por lo tanto, el hombre moderno ahora no solo tiene que intentar luchar para que su pecado original no lo conduzca al mal robándole la paz, sino que estas heridas emocionales potencian con creces ese pecado original. Y la tarea del hombre se hace doblemente más difícil de cumplir mermando el interior por la enorme falta de paz que experimenta.
¿Qué ocasiona la falta de paz?
Llegando a este punto, el hombre se vuelca sobre si mismo, sobre sus propias heridas apareciendo en el rostro una mirada sin perspectiva, perdiendo con ello la vivencia del don de la vida en plenitud y la finalidad de la creación que es que vivamos con y en el amor. Pero para vivir en el amor necesariamente hay que tener paz.
La mirada por tanto se vuelca sobre si mismo con una especia de egocentrismo emocional, no solo por el pecado sino porque solo hay capacidad para verse la herida encerrándose en si misma la persona, atrapada en sus pensamientos, en sus sentimientos o en sus conductas que terminan desembocando en vicios que llevan al pecado.
El hombre a estas alturas camina la vida como si llevara una «mochila» (backpack) de piedras a la espalda, donde la columna vertebral al paso del tiempo se va doblando hasta romperse, porque no está hecha para cargar ese peso sobre la espalda sino solo su cuerpo haciendo pesado el camino de la vida.
Y aquí ya se desarrolló una sinergia tal que crea un circulo vicioso difícil de romper por si mismo sin ayuda. Pues, se busca calmar esa falta de paz con vicios que solo la calmaran momentáneamente, pero que al despertar habrá sumido al ser en un lugar más profundo perdiendo a medida que se avanza cada vez un poco más de paz.
Todos de alguna manera hemos sido heridos. Algunos de una manera más profunda que otros. Pero quizás la gran diferencia que veo hoy es si la persona es consciente de esa herida o no lo es. Eso al final marca la enorme gran diferencia porque si se es consciente de la herida que se trae en el interior del corazón es como entonces puede aceptar la responsabilidad que conduce a sanar.
Pero, sino se es consciente nunca se aceptará la herida que se trae y la persona podrá estar toda la vida posando culpas de lo que le pasa y justificando el cómo actúa reforzando todos los vicios y conductas disfuncionales que se generen y que se irán acrecentando con el tiempo. Nadie puede sanarse solo, requerimos de la ayuda de Dios y de otros para poder ver lo que nosotros mismos en nuestro cuerpo no alcanzamos a ver.
Las heridas roban la paz interior porque dividen al ser. División entre lo que estaba llamado desde la creación a ser y en cómo se está comportando ese ser debido al pecado y a esas heridas que no le permiten al hombre ser coherentes incluso con lo que a veces se desea.
Entonces a medida que pasa el tiempo, esas heridas crean un abismo que van dividiendo al ser cada vez más y más, hasta llegar a una ruptura interior que fragmenta todo conduciendo a una profunda inquietud, zozobra y falta de paz interior. La grieta de la fragmentación se convierte en un cráter, donde el pecado original y las heridas emocionales implotan dentro del ser.
Y como el hombre vive en sociedad, expresa esa falta de armonía interior en el exterior y se expresa entonces la violencia, la rivalidad, la división no solo dentro de él sino fuera de él creando un caos en otros porque esos otros se convierten en receptores de su -no paz-. Y el hombre no comprende la raíz de este desorden, de esta falta de paz que se gesta en el interior y que se expresa en el exterior principalmente dentro del seno de la familia y más tarde en la misma sociedad.
¿Quién representa la paz?
A Jesús se le conocía como el príncipe de la paz. Cuando estamos ante Él, es cuando justamente experimentamos esa paz en el interior, en lo más profundo del alma que penetra toda la realidad del ser. La oración brinda paz. Los sacramentos brindan paz. Una paz que nace desde dentro y que se expresa de manera natural a otros. La sola presencia del Señor en el alma, crea una paz tan grande que otros la sienten. Pero solo esto es posible cuando las heridas emocionales han sanado.
Ese es y debe ser hoy el llamado más importante del cristiano. Vivir en paz. Buscar la paz. Crear paz. Ser esos constructores artífices de la paz en el corazón y como consecuencia en nuestras familias y por ende en la sociedad donde se desarrolle todo los días de la vida. Por esto decimos incluso en la misa: la paz esté contigo. Y lo hacemos delante de Dios.
¿Dónde se busca la paz?
Las múltiples filosofías de hoy orientadas a buscar la felicidad no brindarán nunca la paz de la que estamos hablando y que solo puede brindar una relación intima con el creador. Esta relación con Dios es para todos, para cualquiera que lo desee. Para el que opte por conocer a Dios pues nadie puede amar a quien no conoce. Y luego de ello, seguirlo.
Él es la fuente inagotable de paz. Las filosofías de vida, solo harán felices en la superficie y por un tiempo al hombre, pero solo Dios puede hacernos felices en lo más profundo del ser y por toda una vida hasta llegar a merecer la otra vida que es la final y la eterna.
Quien tiene a Dios, tiene paz. Y esa paz lo lleva a pensar bien de otros. Pues la falta de paz se puede expresar en tan pequeños detalles como los mismos pensamientos que genera su mente. Quien tiene paz en el alma, hasta sus pensamientos son coherentes entre eso que piensa y eso que experimenta. En consecuencia también actuará con paz, construyendo la paz, viviendo en paz, haciendo a otros estar en paz y heredando la paz a los corazones de los que más ama dentro del seno de su propia familia.
¿Se puede tener paz en medio de un gran sufrimiento?
Había una vez un Rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta. Muchos artistas intentaron. El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solamente dos fueron las que a él realmente le gustaron.
La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban unas plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre estas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos quienes miraron esta pintura pensaron que esta reflejaba la paz perfecta.
La segunda pintura también tenía montañas. Pero estas eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no se revelaba para nada pacifico.
El Rey observaba cuidadosamente las pinturas. Se dio cuenta que en la cascada había una grieta en la Roca. En esta grieta se encontraba un nido. Allí, en medio del rugir de la violenta caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en el medio de su nido. El Rey escogió la segunda pintura. El pensó que la Paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor.
Ser constructores de la paz
La verdadera paz significa que a pesar de estar en medio de todas estas situaciones de vida permanecemos calmados, primero dentro de nuestro propio corazón. Dios es el único que puede lograr esa unidad en el ser que traiga como consecuencia el vivir con paz en el interior sin importar cuánto estemos sufriendo.
Quien tiene a Dios, tiene paz porque tiene armonía dentro de él. La paz puede convivir de manera perfecta incluso con el dolor. Búscalo y verás como Él te regresará la paz. Y si sospechas por algún síntoma que estás herido, busca ayuda de inmediato.
La paz verdadera nunca dejará de estar presente. De esta manera, la paz dejará de ser el gran ausente no solo en tu vida, sino en la de tu familia y porqué no, en la misma sociedad.