Todos hemos estado atentos a los Juegos Olímpicos de Rio 2016. Durante las comidas ha sido tema de conversación de muchas familias, los juegos se han colado en la cotidianidad de la humanidad e incluso han llegado a calar algunos momentos en el interior de nuestras emociones. En cualquier rincón del mundo, una televisión ha estado prendida sin llegar nunca a apagarse siguiendo cada quien al deportista o a la competencia que le brindara un poco de esperanza a tantos corazones a lo largo y ancho del mundo.
Estamos a punto de ver la XXXI clausura de una Olimpiada. El espíritu de Atenas se ha buscado trasmitir desde sus orígenes y aunque hay elementos muy diversos en los tiempos modernos, vemos como su espíritu pelea y se tambalea entre muchos otros elementos que los amenaza.
Fue el Francés Fierre de Fredy, mejor conocido como el Barón de Coubertin, quien intentó rescatar a los juegos olímpicos pues se habían perdido en el tiempo, cesando sus actividades por 1503 años después de haber sido suspendidas por el emperador romano Teodosio I en el año 394 D.C, debido a que fue considerada una fiesta pagana
Dentro de ese espíritu olímpico encontramos muchos elementos de valor como -por ejemplo- el sentido que se vivía quizás al inicio como una circunstancia impuesta para llevarse a cabo, el cual era la unidad de los pueblos y la búsqueda de la paz pero que con el paso del tiempo fue adquiriendo una relevancia vital en su simbolismo en cuanto a la unidad entre las naciones tan amenazada en tiempos modernos.
Este importante elemento de su identidad se remonta en esencia a Olimpia a donde venían diversos pueblos y colonias a celebrar los juegos en un territorio neutral, pues mientras se llevaban a cabo se suspendían las rivalidades entre ellos. Durante los juegos había una tregua sagrada donde cesaban todas las guerras entre los pueblos de Grecia estando los competidores durante esos días a salvo.
Otro elemento de suma importancia que conforma ese espíritu olímpico es el del emblema de los cinco aros que el Barón de Coubertin se encontró en su viaje a Atenas cuando estaba intentando reactivar los juegos después de todos esos años de ausencia. El origen del emblema se remonta a los cinco aros en el disco sagrado del rey Iphitus de Elida en el 884 A.C. pero no fue sino hasta que el barón visitó Atenas que se inspiró en los aros para los juegos otorgándole a cada uno un significado diferente al que originalmente tenían asignando. Cada aro con un color que representara a cada continente y que se mostraban unidos en un todo por el deporte como un medio universal que trascendiera más allá de las barreras de cada continente.
Paz, unidad, fraternidad y armonía para los pueblos conforman los elementos más esenciales de este espíritu olímpico. Pero al ir reflexionando estas semanas sobre lo visto en pantalla, me preguntó si este espíritu de Olimpia aún continúa, si este espíritu se preserva a lo largo de los tiempos por medio de los protagonistas además de todos los actores puestos en escena.
En lo personal me ha llamado la atención el espíritu tan critico de algunos comentaristas deportivos quien –pareciera- que han participado cada madrugada en los entrenamientos de los deportistas. He visto como alguno de ellos incluso se ha sentido ofendido por la falla de algún atleta que no ha alcanzado las expectativas proyectadas sobre su desempeño.
Para comprender el esfuerzo de cada deportista de alto rendimiento habría que detenerse a comprender la historia personal que existe en cada uno de ellos. Detrás de cada deportista olímpico sin importar si ha acumulado muchas medallas o no, hay una historia personal de valor, lucha, desprendimiento y entrega que es de admirar. Muchos de ellos son jóvenes que no contaban con grandes recursos económicos para costear incluso los equipos deportivos idóneos, entrenamientos, alimentos especiales, transportes o entrenadores. Muchos de ellos están allí gracias al sacrificio de sus padres y otros tanto al sacrificio de sus madres en especial en países de Latinoamérica donde el porcentaje de jefatura femenina es sumamente alto.
Detrás de un deportista olímpico hay horas y años de entrenamiento. Hay un enorme sacrificio personal no solo para levantarse en la madrugada a entrenar, sino para estar lejos de sus familias y de sus amigos. Hay mucha soledad. No viven una vida como llamaríamos “normal” .El sacrificio personal transciende también a un sacrificio familiar y de sus propios entrenadores.
En estas olimpiadas me ha conmovido hasta las lagrimas algunas de esas historias que hay detrás de los deportistas. Aquel que tuvo que dejar su casa a los 12 años pues su padre le prohibió por razones religiosas seguir practicando el deporte que le gustaba, la joven que ganó medalla en un deporte debido a que se le dañaron los meniscos de la rodilla en el deporte que siempre había practicado y se tuvo que dedicar a otro “por accidente”, el joven campeón de natación que lo metieron a hacer deporte porque lo molestaban en la escuela por mal estudiante o la deportista que fue criada por sus abuelos por tener padres adictos a vicios que la abandonaron de pequeña.
De igual manera, todos y cada uno de ellos, no solo las estrellas que muerden sus medallas en el pódium han luchado incansablemente por estar allí con horas y horas de entrenamiento. Además de ello han tenido a su vez que aprender a manejar interiormente toda la presión que experimentan a medida que van compitiendo y a la vez adquiriendo logros. A todo esto hay que sumarle la autogestión de los sentimientos durante esos duros entrenamientos estando muchos lejos de sus casas sin el soporte afectivo de su familia.
Sin embargo, también he visto la disonancia que algunos elementos han introducido en los juegos y que me hace meditar si el espíritu de la antigua Olimpia sigue en ellos. Uno de esos elementos ha sido el constante abucheo de los espectadores locales hacia otros deportistas que les ha tocado competir con nativos del país sede. Y aquí no estamos hablando del estadio Maracaná precisamente en un partido de fútbol donde es ya bastante común que esto suceda. Estoy hablando -por ejemplo- del deplorable abucheo al atleta francés Renaud Lavillenie al que fue sometido precisamente en uno de los deportes más representativos del recuerdo de Atenas en el estadio más emblemático de los juegos.
De igual forma, me llama la atención el mal espíritu deportivo de una atleta asiática quien en su derrota en Yudo se negó a darle la mano a su competidora. Pero creo que el culmen del anti espíritu de Olimpia, se lo llevaron justamente representantes del país que más acumuló medallas en los juegos, los nadadores americanos que encubrieron su exceso de alcohol y sus conductas de vandalismo al romper la puerta de un baño en una estación de gasolina, inventando una historia falsa sobre un supuesto asalto. Conducta que llama la atención cuando provienen de un país donde se jura decir la verdad, solo la verdad y nada más que la verdad y se ha hecho como un modo de vida que marca un estricto código de ética dentro del comportamiento comunitario y social en ese país.
En todos y cada uno de los sentidos, en cada uno de los escenarios donde nos situemos bien sean reporteros, atletas o espectadores, hay una enorme falta de manejo de la frustración en muchos de ellos. Y me pregunto -por ejemplo- si ante cada uno de esos atletas que no pudieron gestionar sus emociones ante su aparente fracaso hay en conjunto al trabajo físico diario un trabajo sobre el manejo de los rasgos de personalidad que no son favorables, un autoconocimiento de sus propias emociones para posterior a ello aprender a gestionarlas; sobre la tolerancia a la frustración, sobre el ajuste de las expectativas ideales alineadas a la realidad, sobre la aceptación de si mismo, sobre valores básicos como el respeto o sobre el sentido trascendente de lo que se hace , del por qué se hace y del cómo se hace.
Y en el mismo sentido me pregunto si en cada uno de esos reporteros de deportes que se les veía tan enojados no es más bien un signo de frustración sobre si mismos, sobre sus expectativas truncadas que los lleva a maximizar y a esperar un heroísmo sin medida de estos jóvenes ante la posibilidad de una medalla. Estamos como padres y como cultura preparados para tolerar las frustraciones que la vida diaria nos depara, estamos formando y educándonos interiormente para que podamos autogestionar aquellas emociones que de forma natural surgen ante lo que no fue. Ante aquello por lo que tanto trabajamos y creímos pero un día se fue, ante lo que pudo ser, ante lo que dejamos incluso partir por la falta de apoyo de otros o por no tener una escala adecuada de valores.
Todo esto me hace pensar en lo que como sociedad y lo que como humanidad hemos forjado: una total incapacidad para manejar y tolerar de manera sana la frustración que lleva con los años a la violencia desproporcionada; quizás, porque hemos vivido imbuidos en la cultura del trabajo fácil, de los logros efímeros, en el deseo hedonista de lograr todo a costa del esfuerzo de otros incluso abucheando a otros. En el querer a como de lugar algo pasando por encima de otros sin tomar en cuenta lo que esto implica para otros.
No comprendo a los reporteros que han narrado con enojo los aparentes fracasos de estos jóvenes deportistas muchos de ellos que sin ser nadadores han tenido que nadar contra corriente en países con pocas o inexistentes políticas gubernamentales que los apoyaran. No comprendo el abucheo constante de una fanaticada que pretende con eso ayudar a su compatriota a ganar por medio de la falta de concentración lograda en el oponente. No comprendo a una deportista que se enoja porque su rival fue mejor y se niega delante de millones de espectadores mundiales a darle la mano. Así como tampoco comprendo que necesidad tenían unos deportistas de inventar una historia inverosímil posando la culpa en otros para encubrir sus propios actos irresponsables y cuidar con ello su imagen.
Pudiéramos pensar en todas las creencias erradas que se posan en el fondo de la propia conciencia y que sostienen un bajo umbral de tolerancia a la frustración donde la persona termina creyendo que nunca se debe en la vida sentir frustrado y que si se trabaja duro siempre se debe salir bien o dar los resultados esperados. También me hace reflexionar sobre la manera como la sociedad canaliza las propias frustraciones a través del aparente fracaso de estos atletas como un medio que permite encauzar la propia frustración personal y que como sociedad acumulamos por los mismos problemas sociales que presentamos y vivimos a diario. Y esto nada tiene que ver con el deseo que toda persona, que todo jugador, incluso que todo espectador desea de ver ganar a un compatriota, sino que –al parecer- el deportista que nada tiene que ver con esto, se convierte cuando pierde su competencia en el foco por medio del cual se expresan todas las frustraciones de una sociedad entera insatisfecha o por el contrario se realizan positivamente a su vez en ellos todos esos sueños e ilusiones truncadas que como sociedad tenemos cuando se gana su competencia. Parece entonces que a través de ellos la sociedad materializa todas las frustraciones personales o consuma a plenitud todas esas esperanzas que se albergan en el interior.
La vida es una carrera de fondo de 10 mil metros intercalada otras veces con carreras de velocidad, otras veces se convierte en una carrera de obstáculos que debemos de saltar bajo el sol. En algunas ocasiones podremos correr, en otras marchar, en otras caminar y en infinidad de ocasiones tendremos que remar contra corriente para no ahogarnos. En muchas de ellas nos lesionaremos y en otras caeremos pero si tenemos humildad podremos siempre aprender algo de ellas que nos permitan ir hacia adelante por mejorar, pues todo contribuye a nuestro crecimiento personal si lo tomamos con madurez y lo orientamos a ello.
Pero lo importante no es el resultado de cada carrera en si misma, sino el llegar al final de una meta conservando con dignidad e integridad todos los valores básicos que nos deben distinguir como seres humanos y como sociedad. Y es precisamente por esto que muchos testimonios a lo largo de la historia han enaltecido el espíritu de los juegos olímpicos cuando hemos visto a tantos atletas llegar a la meta lesionados o arrastrados o siendo cargados por otros.
En la vida muy pocos cosas terminan con un resultado matemático de esfuerzo igual al resultado esperado. Hay muchas veces en la vida, que hacemos las cosas con un enorme esfuerzo, amor y mucha dedicación pero al final aparecen circunstancias tan sencillas como el viento, la lluvia y el sol, las heridas o percepciones de otros, incluso los propios miedos o emociones que se desbordan en cascada y que hacen que el desempeño no sea el esperado.
Para poder aprender a manejar la frustración necesitamos incluso permitirnos cometer errores en nuestra vida y a estos errores no podemos llamarlos fracasos pues equivocarnos va incluido con nuestra condición de seres humanos imperfectos y siempre limitados. Pero es claro que cuando las personas no conocen sus propios sentimientos y necesidades personales, no aprenden con ello a desarrollar un buen umbral de tolerancia a la frustración y es allí cuando posan culpas en otros para justificar esos errores que se pueden cometer. Para poder madurar necesitamos equivocarnos, necesitamos aprender de nuestros propios fracasos para asumir responsabilidad sobre nosotros mismos dejando de posar culpas en otros. Asumir responsabilidad sobre uno mismo, sobre lo que somos pero sobre todo lo que podemos y deseamos llegar a ser es básico en la vida para poder crecer, no solo a nivel personal sino como sociedad.
Es allí cuando valdría la pena recordar el espíritu de Olimpia por medio de las palabras que el Barón De Coubertin en 1908 expresó durante los Juegos de Londres: “Lo importante en los Juegos Olímpicos no es ganar, sino competir. Lo esencial en la vida no es conquistar, sino pelear correctamente.”
En lo más destacado de estos juegos donde se aprecia el espíritu de Olimpia, nos quedamos en definitiva con el testimonio de la joven americana Abbey D´agostino después de haber sido tirada al piso. En el reportaje realizado por el portal católico Religión y Libertad nos recuerda no solo el verdadero significado del espíritu deportivo sino el verdadero sentido de los valores humanos más altivos y trascendentes vividos por encima de los intereses personales. (https://movil.religionenlibertad.com/articulo_rel.asp?idarticulo=51422)
Como decía Mark Jenkins la aventura real –autodeterminada, automotivada y a menudo riesgosa- te fuerza a tener encuentros en carne propia con el mundo. El mundo tal como es, no como te lo imaginas. Tu cuerpo va a chocar con la tierra y tú serás testigo de eso. De esta manera te verás obligado a lidiar con la bondad ilimitada y a la vez con la crueldad insondable de la humanidad –y quizás te darás cuenta que tú mismo eres capaz de ambas. Esto te cambiará y después de eso nada será blanco y negro nuevamente.