La soledad es una de esas palabras que el ser humano rechaza per se. Lo cierto es que representa una realidad de la que no podemos escapar y que tarde o temprano nos alcanzará. Es un sentimiento que se experimenta de no estar acompañados incluso cuando si lo estemos, una dura realidad que se experimenta –al menos- alguna vez en la vida de la cual no tenemos escapatoria.
La palabra viene etimológicamente de la raíz en latín solitudinem que significa aislamiento, desaprovechar, desierto, desperdiciar, malgastar, soledad, derrochar despilfarrar, entre otras cosas.
Cuando se experimenta el sentimiento de soledad, lo que se siente es un aislamiento o alejamiento de las personas incluso con cierta desconexión del mundo, parece como si el mundo continuara con su ritmo muy ajeno al sentimiento que experimenta la persona o a la problemática que detonó ese mismo sentimiento.
Cuando se experimenta el sentimiento de soledad, se asocia con una nostalgia por lo que se fue, por lo que no fue basándonos en nuestras expectativas, por la pérdida de esa sensación interior de unidad con el mundo que nos rodea por medio de nuestras relaciones interpersonales.
El sentimiento de soledad puede surgir por múltiples circunstancias que dependerá de cada persona. Desde la más aguda que se experimenta ante una pérdida significativa en la vida de quien lo padece, pasando por convertirse en un síntoma que acompaña al diagnóstico de depresión, hasta el sentimiento más genuino que sentimos cuando nos separamos de seres queridos que -por ejemplo- emigran a otro país. La separación geográfica de otros también causa un sentimiento de soledad profundo porque no sabemos cómo viviremos sin la compañía que esa persona nos brindaba.
Las causas pueden extenderse a las pérdidas de otros seres queridos, familiares o amigos. Podemos sentirnos solos -sin estarlo- simplemente porque hemos perdido a alguien a quien amábamos. También podemos sentirnos solos incluso cuando perdemos a nuestra mascota que nos había acompañado toda la vida, pensando quién sustituirá la compañía que nos brindaba.
La soledad también se puede experimentar como un patrón emocional que se asume cuando se experimenta algún tipo de patología o sufrimiento profundo. Es decir, puede ser una opción que la persona toma como una opción personal en la manera de comportarse ante ello. El aislamiento es opcional porque la persona debido a algo que le sucedió decide “echarse a morir” o “encerrarse en su cuarto” optando conscientemente el no relacionarse con otros porque quizás no se siente comprendido por otros o porque no sabe cómo gestionar su crisis interior. Y esto es muy común en pacientes que sufren algún tipo de depresión que si bien es cierto que por su estado anímico les cuesta mucho relacionarse también es cierto que existe una parte emocional que se escuda en dicho comportamiento para protegerse del entorno o por la misma incapacidad de poder lidiar con la demandan que la vida misma conlleva. Otros se encierran en sí mismos como una de las huidas que toma la psicología ante lo que no pueden comprender, ante lo que no se sienten capaces de gestionar, ante lo que no sienten o experimentan deseos de compartir, ante justo el mismo bloqueo emocional que experimentan por el impacto emocional de lo vivido.
El aislamiento forzado lo viven los enfermos que no desean estar solos en el hospital, lo viven los que padecen enfermedades contagiosas donde la persona que lo padece en realidad no desea estar solo y tiene que vivir irremediablemente el sentimiento no como una opción personal de carácter emocional o como una consecuencia emocional sino más bien como una consecuencia de algo que ha sucedido en el orden físico.
La soledad es algo a lo que todos nos tendremos que enfrentar en menor o mayor escala. No tenemos escapatoria porque va de la mano del sufrimiento. Lo bien es cierto que el mundo contemporáneo que ha vuelto al hombre más hedonista con una desenfrenada búsqueda del placer y una huida del dolor no ha capacitado al hombre para ese momento en que la vida nos sorprende con un acontecimiento de dolor inesperado. La educación de hoy y todo lo que el mundo ha vendido como la verdadera felicidad le ha enseñado al hombre a huir de todo aquello que represente un sacrificio incluso a alejarse de todas aquellas realidades de dolor donde cuando se ve a otro sufriendo se ve como algo que solo viven los vecinos, hasta que un día sorpresivamente toca la puerta sin que el ser humano sepa cómo gestionar dicho sentimiento o las circunstancias que la misma ocasiona.
El sentimiento de soledad siempre irá acompañado de la realidad inherente de todo ser humano que es la del sufrimiento. La vida es un valle de lágrimas y todo aquel que desee vivir en plenitud toda su vida debe forzosamente aprender a comportarte en medio del mismo sufrimiento porque es inevitable vivirlo. La vida misma y las circunstancias que no podemos controlar pero que si podemos aprender cómo vivirlas requiere un aprendizaje para saber qué podemos hacer para salir adelante en medio de ello, por lo tanto requiere mientras aprendemos que nos sintamos solos.
La soledad en consecuencia es un sentimiento que se da en medio de un sufrimiento de diferente escala dependiendo del acontecimiento que se viva. Lo que si es cierto es que cuando éste aparece y nos vemos cara a cara con él, lo peor que podemos hacer es encerrarnos en nosotros mismos: en nuestros pensamientos, en nuestros sentimientos, en nuestras conductas erráticas, en nuestras mínimas relaciones, porque eso no nos abre a la posibilidad de poder comprender lo que quizás no podemos comprender por nosotros mismos. El dolor y el sufrimiento cuando es compartido es comprendido.
Este encuentro con la soledad, es algo positivo no negativo. Pero va a depender de cómo lo asumamos en la vida y del significado que le demos. Es un encuentro positivo porque en realidad representa una oportunidad para crecer en el autoconocimiento personal y ahondar en aquellos espacios más profundos de nuestro ser que la dinámica de la vida misma quizás no nos permitió enfrentarlo en el pasado o bien porque no tuvimos la oportunidad de aprender o bien porque no nos detuvimos en ese desenfreno por llegar a tener lo que planteamos como un sentido quizás equivocado de vida.
Por este motivo, cuando el sentimiento de soledad hace acto de presencia en la vida, debemos entonces asumirlo como una oportunidad para podernos conocer y confrontarnos y de esta manera, para podernos adentran en nuestro ser y poder reorientar nuestra propia existencia. Es un momento que si se asume positivamente ayuda al hombre en la búsqueda de la verdad de sí mismo, porque nos muestra el camino que debemos recorrer en el interior para poder vivir en plenitud y nos confronta con esa necesidad que tenemos y que quizás no ha sido consciente en el pasado de poder responder a preguntas esenciales que guíen los actos de cada día haciendo un valioso cuestionamiento al hombre moderno que vive desenfrenadamente y, por ende, no se ha detenido a buscar la verdad.
Este momento de soledad interior llama a la reflexión ya que muchos de los problemas que presentan los seres humanos de hoy es que no se han cuestionado puntos esenciales para la vida misma y que por esta razón, viven desintegrados, con tristeza o viven haciendo lo que los demás hacen sin cuestionarlo o peor aún, viven expuestos a lo que la cultura demanda o impone adoptando un sistema de creencias personal que no les es propio porque no han llegado a él de forma racional por medio de un ejercicio interior que confronte al hombre con aquello en lo que cree y el por qué lo cree o al contrario por qué no cree lo que el mundo a través de su cultura impone.
En el artículo “Philosophy: who needs it” (Ayn Rand, 2004) la autora describe las ramas de la filosofía tan descartada en tiempos modernos, pero tan esencial en tiempos de crisis personales cuando llega ese sentimiento profundo de soledad interior.
La primera rama es la metafísica que estudia la existencia en sí misma ayudando al hombre a responder preguntas tan esenciales y básicas como quién soy, a dónde voy, de dónde vengo, a dónde quiero llegar, qué sentido tiene esta vida, qué sentido tiene vivir y morir, qué opto por creer, cuál es mi misión en esta vida.
Pero el hombre no puede llegar a responder estos cuestionamientos esenciales sino se vale de la segunda rama que la filosofía como ciencia pone a su disposición que es la epistemología. La misma es definida como el estudio del conocimiento: fundamentos, principios, metodología del conocimiento del hombre. Pues es aquí, por medio de la epistemología donde el hombre sustenta por qué cree lo que ha decidido creer, y para ello se necesita un buen uso de la capacidad de reflexionar.
Una vez que el hombre ha respondido al porqué, pasamos a la tercera rama de la filosofía que es la ética. En ella, la filosofía ayuda al hombre internalizar los valores que regirán su vida y la jerarquía que establezca en una conciencia moral que definirá la naturaleza de las opciones que hará a diario por el resto de su vida. Sabiendo que estas opciones definirán el curso de su propia vida y lo beneficiarán o afectarán profundamente.
Las respuestas dadas en esta etapa nos introducen en la cuarta rama de la filosofía que es la política. En este sentido interpreto que se refiere a que, si somos capaces de haber definido un sistema de creencias moralmente correcto con valores éticos, seremos capaces como consecuencia de vivir en un sistema social adecuado que busque no solo el bien personal, sino que nuestras acciones contribuirán al beneficio del grupo social y familiar donde uno se encuentre inmerso. Las bases en consecuencia de un sistema social adecuado, parten de un sistema ético adecuado y la filosofía como ciencia sirve de medio para poder ayudar al hombre a definir esto.
La última rama de la filosofía es la estética definida como el estudio del arte donde se conjuntan todas las ramas anteriores. En este sentido considero que, si el hombre se ha servido de todo esto que ofrece la filosofía para responder a todas las interrogantes interiores y haber pasado por todas estas etapas de forma profunda, al final viviremos en armonía integral con todos los elementos de una forma “estética” dando fluidez sin que “choquen”, se entorpezcan o se confronten unos con otros sino todo lo contrario. Un ejemplo de esto, es el arte donde se ven todos los elementos con fluidez armónica.
Como menciona la autora, la seguridad y la confianza, hasta el mismo éxito en la vida será vivido diferente dependiendo del tipo de respuestas que demos a diario.
Hay factores interiores que afectan la falta de definición. La autora describe el rol quizás exagerado que el mundo emocional ha adquirido en la actualidad y que en mi ejercicio profesional veo a diario. Como consecuencia, muchos terminan viviendo de lo que sienten y no de lo que piensan; otros creen que lo que sienten termina siendo una verdad absoluta (me siento solo, estoy solo) sin pasar a contrarrestarlo con la verdad.
Otra razón definida por la autora como consecuencia de esto, ha sido el papel que la cultura ha ejercido en la vida de los seres humanos imponiendo la manera de pensar sin cuestionarla antes de adquirirla como propia. El hombre que no define lo que cree, termina asumiendo una forma de pensar que le es ajena y que no responde a su ser por lo que termina pensando lo que los demás piensan porque todo el mundo lo piensa así. Al final, ocurre una especie de “secuestro a la razón”.
Las ramas de la filosofía expuestas de esta manera por la autora, se proponen como una escalera que nos sirve para llevarnos a ir de la mano en coherencia. A medida que somos capaces de poder definir interiormente cada una de ellas, es que podremos desde mi perspectiva vivir una vida plena. La habilidad de pensar en los momentos especialmente de soledad y sufrimiento es esencial para poder responder a nuestra propia existencia y vivir en coherencia.
Cada valor, cada pensamiento necesita ser descubierto por nosotros mismos y en los momentos de mayor sufrimiento o de mayor soledad son oportunidades para emprender este camino y esta tarea. Al no tener claro lo que pensamos y porqué lo pensamos, en qué creemos y porqué lo creemos, estamos condenados a vivir a merced de nuestros propios sentimientos, de lo que piensen los demás y de la misma cultura tan cambiante en estos días adoptando un consciente colectivo ajeno al nuestro y con ello, quizás perdiendo un poco de nosotros mismos cada día.
Pero la raíz latina de soledad también incluye en su significado la palabra desierto. Es por esto que, en espiritualidad cristiana, el desierto ha sido abordado por muchos padres espirituales que plantean que este momento es un espacio que facilita el encuentro consigo mismo y con nuestro creador.
En la tradición bíblica, el desierto tiene todo un simbolismo: al desierto se sale, por el desierto se camina, a través del desierto se conquista la tierra y hasta se huye del desierto, también se es tentado en el desierto. Entre los cristianos de los primeros siglos, salir al desierto se convirtió́ en un gesto para manifestar la ruptura, la denuncia y el deseo de renovación del cristianismo. Por esta razón, cuando nos sentimos en soledad espiritualmente podemos pensar que es un lugar o espacio donde Dios está más cerca de nosotros porque no hay humanamente nadie más, al menos así lo sentimos sin importar que estemos rodeados de personas y además de personas que nos aman. Es decir, es una oportunidad cuando nos sentimos así de poder encontrarnos a solas con Dios y poder retornar a nuestro camino de santidad acogiendo la voluntad de Dios y pudiéndonos superar como personas sacando una mejor versión de nosotros mismos.
En el desierto a su vez, tenemos la oportunidad de vivir y probar nuestra libertad en totalidad. Es solo en ese espacio donde surge la tentación y la lucha como vemos en las tentaciones que sufrió Cristo en el desierto, justo en ese espacio es un espacio donde debemos optar en libertad para luchar contra esas tentaciones interiores en especial con el desanimo y la desesperanza que nos hace creer que nada de lo que hagamos cambiará nuestra situación y por ende, condenaos al pensar en ello la onmipotencia de Dios.
Al final, el desierto que es acompañado de esa profunda soledad es mucho más que un sentimiento, sino que es algo mucho más amplio y trascendente porque es un lugar de intimidad y de profundo encuentro con nosotros mismos y con Dios que por amor nos derramará su gracia para poder salir de ello. Cristo, el hijo de Dios también se sintió solo en muchos momentos de su vida, pero en especial en el momento de la cruz llegando a experimentar el abandono humano y la soledad interior.
Abrirnos a la gracia de Dios, abrirnos a nosotros mismos para que aprendamos a ser nuestra mejor compañía y abrirnos a las relaciones personales y familiares son nuestra mejor opción porque al final nos estamos abriendo al amor de Dios y al amor de otros, tomando todo como una excelente oportunidad para transformar nuestro interior y poder encontrar un sentido nuevo trascendente y existencial a nuestra propia vida.