Inicia la Semana Santa. Para muchos un período vacacional más. Para otros, una oportunidad más para cambiar. La realidad es que dependiendo de dónde y de cómo este el corazón del hombre este período significará algo relevante o simplemente una semana que pudiera dejar una factura en el corazón que separe más a Dios de la vida de quien la vive.

La realidad es que esta Semana Santa no es un recordatorio histórico de aquello que nos contaron de pequeños de todo aquello que vivió Cristo en su pasión. Y es que no está llamado a significar eso en especial en un mundo que hoy arde en llamas en países como Siria y Venezuela donde gente inocente muere y no sabe por qué, donde el odio que sale de los corazones justifica cualquier agresión, cualquier impunidad, donde la opresión del poderoso sobre el inocente se hace palpable en imágenes que no quisiéramos nunca haber visto.

Si bien es cierto que la historia de la humanidad ofrece idas y venidas, mareas altas y bajas, péndulos y estabilidad, avances y retrocesos, también es cierto que acostumbrarnos a ello y ser indiferentes también es parte de la gravedad de lo que hoy vivimos, donde cada quien lucha, desde su trinchera por salir a flote, darse sus gustos, satisfacer sus necesidades, salvar su pellejo, defender su lote de seguridad económica o de bienestar sin voltear si quiera a ver a los demás.

Del corazón del hombre es donde nace todo lo bueno o todo lo malo. Pero cuando sacamos a Dios de nuestras vidas, vamos cayendo un poco más a nosotros mismos, a esa naturaleza que se despierta en su nivel más instintivo para sobrevivir, para satisfacer los impulsos más humanos, cediendo con ello a todo aquello que poco a poco nos ayudarían a contrarrestar y recuperar ese equilibrio entre el bien y el mismo mal que se vive, pero en primera instancia en el interior del corazón del hombre; cediendo todos los días un poco a esas pequeñas cosas que cada día hacen la gran diferencia, hasta llegar un día en que el hombre ha dañado su corazón profundamente siendo capaz de cualquier cosa.

Cuando el hombre decide sacar a Dios de su vida se va perdiendo en esencia cada día un poco más, va perdiendo la unidad en su ser, el equilibrio que conduce no solo a vivir en amor y por amor sino una vida centrada en sí mismo que no permite ni acoge a nadie más en ella: ni a otros seres humanos, ni a la familia mucho menos a la sociedad donde habita centrándose de una manera desproporcionada en sí mismo usando y obviando a los demás.

Es por ello que hoy comenzamos la Semana Santa la cual representa una oportunidad para poder reencontrarnos con Dios. Un Dios que desde el inicio de la humanidad hizo una alianza de amor con el hombre que no es más que una promesa de serle fiel siempre, de amarlo siempre, de nunca dejarlo solo, de acompañarlo todos los días de su vida hasta el encuentro final en la eternidad.

En la Semana Santa rememoramos la mayor prueba de esa promesa: Cristo entrega la vida por amor. Para darnos un nuevo significado, una nueva alianza y con ello decirnos que no estamos solos en esta lucha que debemos librar para poder acceder a la vida eterna viviendo una vida terrena coherente con ese amor que ha sido y es derramado por Dios a nosotros los hombres.

Es ese amor el único que puede transformar al corazón del hombre. El amor hace superarse por el bien del amado y es la única fuerza interior que es capaz de transformar el dolor en amor. El vicio en virtud. La desesperanza en esperanza. El resentimiento en perdón en un hermoso proceso de transformación interior que –no sin dolor- nos llevará a la plenitud de vida.

Esa gran falta de amor, de esa decisión profunda del hombre de sacar a Dios en el día a día es que se ha forjado a su vez un agujero con una doble moral o el hombre ni siquiera ha sido capaz de forjar una moral donde agrupe y jerarquiza su sistema de valores. La moral nos dice lo que debemos de creer como un bien que nos permitirá desarrollarnos integralmente para llegar a esa plenitud de vida. Los principios son aquellas pautas que nos rigen y enseñan cómo vivirlos todos los días.

La búsqueda de la verdad es aquella adecuación entre la realidad objetiva y la interpretación que hacemos de ella. La libertad es el don que debemos utilizar para optar por los bienes objetivos que nuestra razón ha decidido previamente que lo son, pero solo es un bien aquello objetivo que valoramos subjetivamente como lo que nos llevará a un desarrollo integral nunca al revés.

Cristo con la entrega de su vida nos ayuda a recobrar el significado y el valor que tiene el amor como fundamento y base de los actos humanos, el sacrificio y la donación como marco referencial en donde debe entregarse ese amor. El valor de la familia como pilar de la sociedad y de la misma madurez afectiva del ser humano, el valor de la honestidad que al final es la ética que nos jerarquiza cada uno de esos valores. Todo vivido a su vez mostrándose toda la existencia humana en su esplendor: caídas y luchas. Tristezas y alegrías. Éxito y fracaso. Bienvenidas y despedidas. Nacimiento y muerte.

La Madre Teresa dijo que sin una mano dulce dispuesta a servir y un corazón generoso dispuesto a amar no creía que se podía curar esta terrible enfermedad que era la falta de amor. El amor es la fuerza que mueve al mundo. No podemos buscar nuestro bien y el de otros, vivir en una sociedad justa, educar, formar y enseñar a otros y desarrollarnos en equilibrio y plenamente sino es el amor lo que nos mueve interiormente.

El amor es lo que garantiza el escenario esencial para que aquello que deseamos exigir, trasmitir, expresar a otros y que pueda con ello, tener una resonancia no solo en el intelecto sino en el corazón del hombre que está hambriento de conocer la verdad, que está en búsqueda del amor y de quien le represente con el ejemplo de vida esa verdad.

Para ser feliz necesito saber quién soy, necesito conocer la realidad y saber cuáles son las opciones a las que debo buscar y lo que cada una de ellas implicará en mi vida. Para con ello, elegir libremente el bien que me corresponde en cada momento de mi vida.

Al final, es el amor de Dios lo que orienta la finalidad última del ser humano en esta tierra que es la de ser feliz, perfeccionándose integralmente en el amor en cada momento lo más posible. Los frutos interiores son una felicidad que podemos llamar plenitud de vida para que así podamos vivir en armonía interior y a su vez en armonía con los demás.

De eso es de lo que se trata esta Semana Santa. De darle una oportunidad al amor para así poder transformar el dolor en amor. El vicio en virtud. El odio en perdón. La tristeza por alegría. El cansancio por la fortaleza. La desesperanza por esperanza. Pero eso solo es posible si abrimos el corazón a la gracia que Jesús el Buen Pastor quiere entregarnos con su muerte, pero sobre todo con su resurrección para otorgarnos una nueva vida.  Y este es el momento oportuno para tomar esa decisión sin importar si comprendamos o no ciertas cosas, lo que importa es si estamos dispuestos a dejarlo entrar con su amor en nuestras vidas y que lave con su propia sangre todas y cada una de nuestras heridas para otorgarnos de nuevo la esperanza en un mejor mañana.

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Dra. Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con especialidad en psicología social. Maestra en Matrimonio y Familia. Doctora en Educación, con estudios de postdoctorado en Psicología. Autora de cuatro libros sobre psicoespiritualidad. Pionera en Psicología Virtual con 30*+ años de experiencia.

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