Hoy es jueves santo. Un día sumamente especial para todos nosotros los que nos llamamos por el bautismo cristianos. Estamos en la antesala a la muerte del Señor, una muerte llena de dolor pero también de amor. La muerte que representará después de tres días una victoria contundente del bien sobre el mal y que nos permitió tener nuestra visa de acceso a la vida eterna.

En este día celebramos la última cena del Señor. Esa cena que hemos visto muchos desde pequeños expresada en viejos cuadros –quizás- en la casa de la abuela. Este día ocurrieron muchas cosas. Jesús no solo cenó por última vez con sus discípulos para celebrar la Pascua Judía donde recordaban el “paso” del pueblo judío en su liberación de la esclavitud de Egipto. Además de ello, Jesús nos dejó lo que pudiéramos pensar en su propio testamento, sus últimas indicaciones a aquellos que más amaba y en los que dejó posada la esperanza y el futuro de la Iglesia después de su muerte.

Jesús comenzó la cena quizás en un ambiente tenso y de tristeza. Habían intentado apresarlo muchas veces, su tiempo en esta tierra estaba contado. El momento de la verdad había llegado, ese momento en que le pediría a su Padre Dios apartar -si era su voluntad- ese cáliz. En ese momento Jesús ya sabía a lo que iba: un camino al Gólgota lleno de vergüenza, soledad, dolor y traición.

La cena comienza con las palabras de Jesús: “Cuánto he deseado comer con ustedes”. Jesús nos expresa con ello que ese deseo que tuvo con sus discípulos se mantiene intacto el día de hoy para cada uno de nosotros: Jesús desea estar con nosotros, quedarse en nosotros, caminar hacia el cielo en esta vida con nosotros.

Significado de jueves santo

Durante la última cena Jesús instituye dos sacramentos como signos visibles de su amor para que se quedarán por siempre con nosotros y nos ayudaran a que Él se quedara en nosotros: la Eucarística y el Orden Sacerdotal. De igual forma, Jesús nos deja un mandato de amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado. Nos enseña con el lavatorio de los pies la actitud de servicio motivo central de la caridad que está llamada a ser el eje en la vida de un cristiano, la humildad en ese servicio para que podamos de igual forma ser espejos de ese amor que Él nos mostró en la cruz.

Son infinitas las enseñanzas que Él nos expresa en estos días. Jesús se dona a si mismo por amor a nosotros porque desea que hagamos comunión con Él. Por eso a la Eucarística le solemos decir cotidianamente “la comunión” porque es la forma como podemos alimentarnos diariamente para poder hacernos uno solo con Él y tomemos el alimento que nos ayudará a su vez a hacer comunión con otros. De la misma forma, en otro momento nos dejó el sacramento de la reconciliación para que podamos limpiar frecuentemente nuestras almas de ese pecado original que se manifiesta para apartarnos de esa comunión perfecta en el amor que estamos llamados a tener con Él y con los demás.

Al recordar este pasaje de la última cena, muchos piensan que fue algo que sucedió hace muchos años. Algunos hemos deseado en nuestra imaginación haber estado allí y pensar cómo nos hubiéramos comportado. Otros, simplemente nunca lo han meditado pues se les hace una historia lejana o de otro mundo. Lo cierto es que en la celebración de la misa asistimos a esa última cena porque en cada una de ellas se rememora la muerte y resurrección del Señor como si hubiera sido ese día.

Dios nos creó para vivir en comunión con Él. Nuestra vida no tiene sentido sino se vive en esa comunión. Los anhelos más profundos del corazón no se sacian de otra manera más que estando en comunión y por eso el hombre está en una constante búsqueda de sentido; pero muchas veces el hombre intenta buscar sentido, calmar sus penas en otros lugares y personas menos con el Señor.

Jesús hoy nos comienza a manifestar de nuevo su deseo de estar con nosotros, de hacer una comunión con nosotros, porque al final desea que esa comunión con Él nos prepara para al final de la vida tener una comunión con su Padre y podamos vivir en su presencia por toda una eternidad.

Jesús celebra esta cena no solo porque era una tradición judía, sino que la celebra porque estaba vinculado afectiva y espiritualmente a sus discípulos. Cristo quiso estar con ellos al igual que hoy desea estar con nosotros. Pero esa comunión con Él no podrá llevarse a cabo sino hay un deseo interior que nos movilice a buscarlo. Para estar en comunión con Él necesitamos dar un primer paso. Necesitamos vincularnos poco a poco con su pasión para comprender mejor nuestros sufrimientos y penas, para dejarlo entrar en el corazón y transformar todo ese dolor en amor.

Pero esta vinculación espiritual tiene forzosamente que pasar por una vinculación afectiva. Así como Cristo pasó 3 años compartiendo una vida cotidiana con sus discípulos, nosotros necesitamos también ir compartiendo tiempo con Él. Para ello, necesitamos dar ese primer paso para intentar conocerlo e invitarlo a nuestra cotidianidad, a nuestra vida, a nuestros problemas, a nuestras penas, también a nuestros sueños y anhelos.

No podemos llegar a una relación de comunión en el amor con algún extraño, ya que así como nunca confiamos en un extraño a la primera, así como nunca nos comprometemos en una relación de pareja con una persona a la que nunca frecuentamos y menos conocemos a la primera, tampoco podremos llegar a una relación de comunión con Él si siempre permanecerá en nuestras vidas en calidad de extraño. Poco a poco es que se crece en la confianza y como consecuencia en el amor. Necesitamos dar ese primer paso para poderle dar la oportunidad de experimentar su amor. Nadie que se sienta amado por Él, ha quedado indiferente.

Cristo hoy nos invita a dar ese primer paso. Ese primer paso que nos podrá llevar a un encuentro de amor, a una comunión en el amor. Poco a poco el amor del Señor va modelando nuestro corazón para hacerlo más semejante al suyo, de esta forma esos encuentros con el Señor en la comunión, en los sacramentos, en la palabra, por medio del amor que nos expresan las personas que nos aman y que deseamos expresarlo también, nos podrá a su vez ir modelando tanto nuestro corazón que nos convertiremos en instrumentos de su amor siendo espejos para otros. Cristo hoy se nos presenta como un espejo del amor de su Padre, Él quiere ser un espejo de amor para nosotros y así nosotros podamos ser espejos de amor con otros para juntos llegar al amor de nuestro Padre Dios.

No importa lo lejos que hoy estés de este ideal interior. Cristo hoy comenzando su agonía adquiere un poder sobre tú corazón que permitirá que la gracia transforme todo tu ser. Y si tu quieres, tu podrás adquirir un poder en el suyo. Pero aquello que no se repite en nuestro corazón, en nuestra mente, en nuestras conductas o acciones, no se hace permanente. Necesitamos dar el primer paso, ejercitándonos en todas esas buenas acciones y anhelos que tenemos para que poco a poco podamos nosotros también prepararnos para ese encuentro final y definitivo, cara a cara con Dios.

Los apóstoles en esta última cena al escuchar el anuncio del Señor de que uno de ellos lo traicionaría, comenzaron a preguntar si era cada uno de ellos el que lo haría. En esta actitud vemos a los apóstoles más preocupados por ser en lo personal “el traidor” que por que lo fuera alguno de los demás discípulos. ¡Qué hermosa actitud de revisión de la conciencia interior de cada uno! Ante la posible culpa que generará la exhortación del Señor, cada uno reacciona examinando su conciencia, su vida personal y no posando la culpa o culpando a otros con el dedo.

En esta actitud de los apóstoles vemos también reflejado un principio básico en la psicología: lo que no se asume no se redime. Es decir, todas aquellas faltas que hayamos hecho con voluntad o sin voluntad de pecar, todo aquello que no es reconocido a nivel consciente no puede ser integrado de manera sana. Todos esos errores que hayamos cometido y que no son asumidos sobre todo en sus consecuencias, enfrentado con las personas, no puede ser perdonado pero no porque Dios no tenga el deseo de hacerlo o los demás no quieran hacerlo, sino porque Él no puede perdonar lo que por cada uno no es asumido como un pecado o una falta.

De igual forma ningún ser humano puede seguir con una relación que no haya sido asumida por otra parte. Es decir, si alguien no reconoce y asume un error cometido buscando no solo pedir perdón sin acomodar las consecuencias de ese daño, no puede ser ese acto redimido por Dios y menos por la parte afectada. No hay falta o mal entendido que no pueda ser acomodado sino se habla, pues lo que no se habla no se arregla pero por esto, para ser redimido debe primero ser asumido. Todo lo que deseamos reparar, acomodar o integrar, debe necesariamente pasar por el filtro de la conciencia, para que una vez reconocido pueda ser perdonado y con ello redimido e integrado en la propia vida y en la de otros con paz y serenidad.

La relación que Jesús mantuvo con sus apóstoles es un modelo de relación humana perfecta. Y no precisamente porque no hayan habido errores, agravios, ofensas y traición, sino porque hubo mucho amor. Jesús fue extremadamente paciente para que sus apóstoles comprendieran sus enseñanzas. Fue tolerante ante sus errores. Fue misericordioso cuando lo dejaban solo, incluso en la peor noche que pasará en el Gólgota. Jesús no solo fue un excelente Maestro sino que fue un excelente amigo. Jesús soportó todo por amor.

Que la muerte de Jesús que vamos a recordar a partir de esta noche y en estos días del Triduo Sacro sean una oportunidad diferente en nuestras vidas para encontrarnos finalmente con el amor del Señor. Para que nuestra vida se convierta en una verdadera comunión donde podamos reconciliarnos con Él, con nosotros mismos y con los demás.

Hoy estamos invitados a una cena. Jesús nos invita a su cena: desea lavar nuestras heridas con amor. Tenemos una nueva oportunidad para aceptar su amistad, su sacrificio, su amor y así podamos vivir en comunión con Él. Viviendo en comunión con su amor, únicamente es como podremos vivir en comunión con los demás mediante verdaderos encuentros de servicio y de amor, para finalmente llegar al encuentro final de todos cuando estemos cara a cara con Dios. Ojalá Jesús pueda decir de nosotros hoy: “Cuánto he deseado comer esta cena contigo”.

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Dra. Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con especialidad en psicología social. Maestra en Matrimonio y Familia. Doctora en Educación, con estudios de postdoctorado en Psicología. Autora de cuatro libros sobre psicoespiritualidad. Pionera en Psicología Virtual con 30*+ años de experiencia.

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