Psicología Católica Integral - Mercedes Vallenilla
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Hace poco escuchamos el evangelio de San Lucas 15, 1-32. Para algunos, un evangelio muy largo, pero para otros, un evangelio lleno de una gran riqueza espiritual. Justo estando en un viaje a Colombia el pasado mes, este evangelio tuvo un enorme sentido de cara a la misión que Él me ha entregado de brindar luz, consuelo y esperanza, saliendo al rescate en su nombre de la oveja perdida, de aquella que se siente sola, extraviada, confundida. Que cree erradamente que su pecado, su dolor, sus caídas y sus fallas lo alejan del amor del creador.

Este evangelio cuenta tres historias que parecen no tener ninguna que ver con la otra. La primera historia se refiere al pastor, un oficio común en esa época. Jesús recurre a su acostumbrado recurso de las parábolas para dejarnos una enseñanza.

En este caso, nos hace reflexionar acerca de la respuesta natural que da el pastor al salir al rescate de la oveja perdida aún teniendo a las 99 ovejas en su rebaño, algo que numéricamente parece ser una respuesta desproporcionada, porque así son las respuestas de amor.

Además, menciona que cuando el pastor encuentra a la oveja se la carga sobre los hombros “muy contento”. Al llegar a la casa con la oveja perdida “reúne a los amigos y vecinos para decirles felicítenme porque he encontrado a la oveja que se había perdido”.

La segunda parábola que se menciona en este evangelio es la de la mujer que tiene diez monedas y se le pierde una. La respuesta natural de la mujer es encender la lámpara, barrer la casa -con cuidado- hasta encontrarla. Cuando la encuentra, reúne a las amigas y vecinas para decirles: “felicítenme” porque he encontrado la moneda que se ha perdido.

La última parábola de este evangelio y quizás la que más relevancia ha adquirido para los cristianos es la del Hijo pródigo que regresa a la casa del padre después de haber despilfarrado la fortuna en vicios y placeres. El padre -al recibirlo- no lo reprende por su error, sino que saca el mejor vestido, la mejor comida para poder celebrar el regreso de su hijo. Las frases que se utilizan en esta parábola son “celebremos”, “porque ha vuelto” para concluir diciendo: “estaba perdido y lo hemos encontrado”.

Estas tres parábolas existen en esencia muchas similitudes. Jesús de nuevo en ellas reafirma tres veces el mensaje que desea trasmitir por la importancia que tienen de cara a la conversión de los pecadores en los que estamos todos reflejados.

Tres representa en la Biblia totalidad, como son las dimensiones en las que nos regimos en este mundo: pasado, presente y futuro para saber que después de esta vida viene la eterna. Parece como si -de nuevo- quiere restaurar las tres negaciones de Pedro, negaciones que todos hacemos a diario no una, sino infinidad de veces para ser restauradas de forma infinita por el perdón de Dios.

En las tres parábolas existe “una” cosa que se pierde y extravía del cuidado de alguien. Una oveja, una moneda y un hijo que se retiran, se pierden, se van, dejan de estar relacionados con ese alguien que protege y al cual pertenecen. Siendo esto de gran relevancia porque la pertenencia es una necesidad afectiva vital. Necesitamos sentir el que pertenecemos porque es la manera afectiva de estar vinculados. Por eso decimos “mis amigos, mi guía espiritual, mi ministerio, mi esposo”. Sin este sentido de pertenencia, nos sentimos solos, confundidos, extraviados, como alma en pena.

En las tres parábolas de igual forma, existe una respuesta natural de búsqueda de aquel que desea encontrar lo perdido. Es más obvio en la del pastor que sale al encuentro, también en la mujer que barre y limpia. En el caso del Padre del hijo pródigo no está representando a un padre pasivo que se sentó a esperar, sino al mismo Padre Dios que espera en su casa la venida del hijo no porque no lo haya querido salir a buscar, sino porque respeta la libertad humana con la que Dios nos creo. Parafraseando a San Agustín aquel que te creo sin tu permiso, requiere de tu permiso para salvarte, sin que eso signifique que no tiene un profundo deseo de rescatarte.

Así es como el padre representa al creador. Un padre que espera paciente a que la libertad del hijo lo haga que regrese para acogerlo con amor después de haber pecado. Exactamente lo que nos sucede a unos y a otros cuando caemos y necesitamos buscar de nuevo a Dios para restaurar la ofensa con su perdón y con ello, experimentar el amor incondicional más profundo de todos.

En esta respuesta natural de búsqueda vemos que ninguno descansa hasta encontrarlo. Suponemos que el padre del hijo pródigo no descansó interiormente hasta que supo que su hijo estaba vivo, estaba bien y estaba finalmente con él.

En las tres parábolas a su vez, mencionan que una vez encontrado aquello perdido como son la oveja, la moneda y el hijo, hay una profunda alegría que lleva a una celebración. Alegría, felicidad, besos y abrazos porque al regreso de aquello extraviado, confundido y perdido al camino de la vida será siempre un motivo de celebración. Siendo esta la actitud que como cristianos necesitamos vivir ante aquel que está haciendo el intento de regresar, de mejorar, de corregir, de sanar y nunca lo contrario que es reprender y alejar.

Pero esta celebración es siempre con un festejo donde se invitan a los amigos y vecinos, como queriendo decir que el hecho del regreso de lo perdido fue tan importante que no solo se quedó con la invitación de los más cercanos como pueden ser los amigos, sino que fue todavía más allá extendiéndola hasta invitar a los vecinos.

En la última parábola del Hijo pródigo se hace referencia a que fue tan grande el festejo, que mando a sacar “lo mejor” para esa fiesta, en señal de que no había que escatimar en la celebración para dar una referencia clara del tamaño de alegría y del enorme significado que el regreso a la casa del Padre de un alma representa para Dios.

Además de ello, el que encuentra pide que se le felicite. Esto hace referencia a la reafirmación que la familia, los amigos, la comunidad cristiana debe tener cuando alguien se ha dedicado a la búsqueda y salvación de las almas, a una buena misión, a un ministerio, a entregar la vida o a evangelizar porque representa en pequeño al mismo Dios. Al final, se reconoce que esa es la misión del cristiano, ayudar al que estaba perdido a regresar al camino para encontrarse al final con Dios.

En estas tres parábolas estamos representados todos. De hecho, todos somos el que busca y a veces somos los encontrados. Aquí se ve reflejada el mismo camino de la vida, donde nos podemos perder, confundir, extraviar, quedarnos parados o incluso haber tomado un camino equivocado, pero siempre con la posibilidad de ser encontrados y encontrar el camino de nuevo hasta el día que nos toque partir.

Todos podemos ser la oveja, la moneda y también el hijo pródigo. La oveja que se pierde porque quizás experimenta mucho sufrimiento en su interior y se cansó de ser la oveja negra, que se ve y se siente diferente a las demás, pero que no sabe como quitarse el negro y vestirse de blanco para con ello, meterse como una más dentro del rebaño.

La moneda en que estamos representados todos al perdernos en lo material, en los vicios, en todo aquello que es un deseo desenfrenado por tener y que hace perder lo que más valor tiene y que suele ser lo que tenemos enfrente.

El hijo pródigo cuya codicia, vanidad y soberbia lo llevaron a perder lo que más valor tenía recordándonos que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde.

Pero en estas tres parábolas Jesús nos quiere dejar en claro el valor que tiene una sola alma de cara a una eternidad. Así es el camino de santidad y la vida de una persona que se llame cristiano la cual no tiene sentido sino va al rescate y la búsqueda de “una” oveja, de esa moneda y de ese hijo que se han extraviado del camino.

Esto, nos hace referencia no solo al camino que como cristianos debemos de transitar ayudando a otros mientras nos ayudamos a nosotros mismos, sino a su vez del valor que en el cielo se le da al rescate de una sola alma.

Por eso es por lo que no debe haber descanso en la búsqueda personal para vivir en el amor del creador en esta tierra, primero en el interior para que luego pueda ser compartido con lo que más amamos y luego; entre amigos siendo fermento en la sociedad. Un camino constante, que nunca acaba con la lógica que inicia en la persona, en el matrimonio y en la familia cristiana.

En estas parábolas se menciona que la búsqueda debe hacerse “con cuidado” y “sin descanso”. Esto hace referencia al cuidado interior, que debe ser diario y delicado de aquello que nos llena profundamente en el interior por medio de la vida espiritual. Nos habla de la trascendencia y del valor que nuestras vidas tienen de cara a una eternidad. Nos habla de que, para poderla obtener, debemos de poner los medios porque no somos basureros que nos llenemos con cualquier cosa, sino almas que viven en un cuerpo y que debe ser nutrida interiormente por medio de la búsqueda con cuidado de esa gracia.

Al final, nos habla de la importancia de alegrarnos y de felicitar a aquel que ha dedicado su vida y su tiempo a abonar a este mundo algo mejor. Nos habla de la comunión de los cristianos que debemos de sentir, vivir y expresar en esta tierra por medio de nuestra alegría y de nuestra “felicidad” por aquello que otro hermano ha logrado. No solo por la alegría de quien ha regresado a la casa del padre, sino por aquel que emprendió la búsqueda de aquello perdido, en vez de reclamar, sentir celos e ignorar a aquel que con su esfuerzo y su fe esta tratando de sembrar un poco de trascendencia en la vida de otros.

La alegría que se experimenta en la tierra y además en el cielo porque haya sido encontrado una sola cosa perdida, sea moneda, oveja o hijo, es la misma alegría que el Abba Pater experimenta en el cielo porque eso hará posible el regreso a la verdadera casa, la Casa del Padre donde está el destino final de esta peregrinar.

Pero para ello, hay que ponerse en camino sin que importe si hoy eres la moneda, la oveja y el hijo que necesita ser rescatado o si por el contrario, eres aquel que está en una mejor posibilidad de rescatar. Recordando que al final, todos somos pastores y a la vez todos somos ovejas.

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Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con experiencia en Psicología Social y Maestría en Matrimonio y Familia. Doctora en educación de la Universidad Anáhuac, con estudios de postdoctorado. Autora de cuatro libros, pionera en Psicología Virtual con 30+ años de experiencia.

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Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con experiencia en Psicología Social y Maestría en Matrimonio y Familia. Doctora en educación de la Universidad Anáhuac, con estudios de postdoctorado. Autora de cuatro libros, pionera en Psicología Virtual con 30+ años de experiencia.

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