Psicología Católica Integral - Mercedes Vallenilla
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Hace algún tiempo estaba haciendo la compra del súper. Estaba en el pasillo tomando un paquete de pasta, cuando escuché un grito. Un niño como de 8 años de edad, le gritaba a la mamá: “esta bien, no me compres nada. No quiero que te ocupes más de mi, ni hagas nada más por mi”. El niño le saco la lengua a la mamá, le dio una patada en la pantorrilla y corrió por el pasillo hasta desaparecer. La mamá – con un poco de vergüenza- me sonreía.

Me quede pensando en qué momento nos convertimos en la generación de los obedientes. Obedecimos a nuestros padres y obedecemos a nuestros hijos. Cuándo fue que esta generación claudicó al rol único e intransferible de educar o peor aún, en qué momento cedimos el rol de educador a nuestros propios hijos cuando su único rol “formal” de niños en esta vida es la de ser estudiantes, no maestros.

Estamos siendo gobernados por niños malcriados que no conocen el respeto porque nosotros no se los hemos enseñado. Todo niño nace como decimos los psicólogos como una “tabla rasa”; es decir, como un pizarrón blanco donde podemos escribir hermosas historias de vida, o garabatos y rayones que nadie entienda y que afectarán su futuro dramáticamente.

Es única y exclusivamente nuestra función el educar y formar para la vida. Significa no solo abrazarlos y darles amor, sino reprenderlos sin violencia cuando sea necesario y las veces que sea necesario. La autoestima de un hijo no se dañara porque los castiguemos cuando le han faltado el respeto a otra persona. En cambio, si se dañara profundamente cuando los eduquemos siendo padres permisivos que confunden la complacencia con el amor.

Los niños necesitan sentirse queridos, es cierto. Pero también necesitan que les marquemos los límites, que los formemos, que les enseñemos a comportarse de manera adecuada. Enseñarlos a vivir con sentido común buscando un bien para otros que no conocen, pero que forman parte de su propia sociedad. Todo esto les dará buenos cimientos para que puedan construir un futuro y encontrar su misión en este mundo. Para que sepan desarrollarse como seres humanos estables que puedan mantener de adultos, relaciones interpersonales adecuadas con su pareja, con sus compañeros de trabajo y con el mundo.

Antes de enseñarle a su hijo a usar un Ipad o a jugar “candy crush” en el Facebook o algún video juego, primero es mejor enseñarle a amar a Dios, a los demás y a respetar a sus semejantes. Sino, el día de mañana seremos gobernados por niños que se convirtieron de adultos en expertos en tecnología, pero incapaces de dialogar para solucionar un problema con su pareja. Adultos expertos en comunicarse mediante iconos de programas de chat, pero que no saben reír con un chiste familiar en la mesa. Y todo porque nosotros nos convertimos en la generación de los obedientes.

En el plan de Dios no estaba que echáramos a perder a nuestros hijos de esta manera. No creo que cuando Jesús en el evangelio dijo: “Háganse como niños” se refería a este tipo de niños. Sino más bien a la inocencia, a la bondad, a la sencillez y a la simplicidad con la que un niño debe de ser amado, crecer para así poder amar de manera sana y madura cuando sea grande. Pero como podrá un niño que no está siendo educado, mantener de adulto no solo una relación estable con sus semejantes, sino con el mismo creador. Como podrá albergar el amor de Dios en su vida, sino sabe como respetar y acoger el amor de los mismos padres. Niños que crecen pensando que son merecedores de todo, no solo de lo material sino incluso del mismo amor.

Los hijos son regalos de Dios. Y nuestra vocación como padres no consiste en poblar la tierra de ellos, sino ayudarlos a vivir una vida que les permita llegar al cielo. Invertimos dinero en su educación porque queremos darles las bases para que puedan tener éxito en la vida, pero no les damos los cimientos que les permitan llegar a construir la verdadera casa de sus vidas: la fe, el amor a los semejantes, el respeto hacia sus padres y hacia los demás. No les de todo lo que piden. Solo lo que es necesario. No los complazca en todo, sino se convertirán en barriles sin fondo que no se llenarán con nada. Amelo, pero con el amor puro y verdadero que es aquel que se expresa, pero también que reprende cuando sea necesario y las veces que sea necesario. Demuestre su amor, pero también su autoridad.

Haga un inmenso favor a la sociedad y a sus futuros nietos: “No tenga miedo de educar a sus hijos”. Nosotros los padres, no estamos llamados a ser la generación de los obedientes. Los niños están llamados a ser espejos de la bondad de Dios. Pero si los educamos mal, solo se convertirán en esos espejos rotos donde se ven las brujas de los cuentos de hadas.

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Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con experiencia en Psicología Social y Maestría en Matrimonio y Familia. Doctora en educación de la Universidad Anáhuac, con estudios de postdoctorado. Autora de cuatro libros, pionera en Psicología Virtual con 30+ años de experiencia.

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Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con experiencia en Psicología Social y Maestría en Matrimonio y Familia. Doctora en educación de la Universidad Anáhuac, con estudios de postdoctorado. Autora de cuatro libros, pionera en Psicología Virtual con 30+ años de experiencia.

Un comentario

  1. Deseo que muchos padres de familia puedan leer este articulo, les iluminará en su hermosa y ardua labor. Lo promocionaré! Gracias Mercedes!

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