Psicología Católica Integral - Mercedes Vallenilla
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

En este mundo en que nos ha tocado vivir, suceden cosas que nos desconciertan. Quizás esta frase me recuerda a lo que muchas veces le escuché a mi abuelita. Sé que algunos dirán que, al envejecer, siempre pensamos que la época que se vive es peor que la anterior. Lo sé. Sé que a mis 49 años hoy sueno quizás como que llegué ya a la vejez.

Me tocó a mi decirlo

A pesar de ello, no puedo más que pensar que quizás entonces es mi turno de decirlo. Hoy, me toca a mí decirlo. Pues ante el desconcierto de ver el comportamiento de algunas personas, de padecer injusticias de otros, de ver la desfachatez con la que algunos se conducen por la vida no puedo más que decirlo mientras me doy el permiso de sentir que a veces estoy en el patio trasero de un hospital psiquiátrico deseando regresarme de inmediato a mi casa con mi familia y a interactuar únicamente con mi circulo de amigos porque allí es el lugar donde me siento segura.

Así es como quizás me he sentido en semanas pasadas. Y aunque ese sentimiento no ha robado mi paz y la plenitud de vida con la que vivo todos los días y mucho menos me ha robado la alegría y la esperanza de servir, el sentimiento que me ha embargado es ese: estar en el medio del patio de la institución psiquiátrica donde hice mis primeras prácticas como futura profesional. Y esto nada tiene que ver con lo que escucho de mis pacientes a diario, sino con lo que vivo y veo fuera de mi consulta en ese lugar llamado sociedad.

Sentimiento social

Parece mentira. Pero eso fue lo que mi memoria afectiva me arrojó mientras rezaba ante el Santísimo. Ese mismo sentimiento que experimenté cuando en mis prácticas escogí el viejo psiquiátrico que estaba en Caracas, mi ciudad natal.

Recordé el día que entré. Después de pasearme por todos los pabellones donde los pacientes estaban divididos por trastornos mentales, decidí irme por el más peligroso: el pabellón C del hospital. Allí estaban todos los que presentaban patologías graves, aquellos que daban por perdidos. Con los que “ya no había nada más que hacer”.

La tarea que tenía era entrar en el pabellón y prevenir en la medida de lo posible un accidente. La gran mayoría usaba camisas de fuerza. Daban vueltas en circulo. Algunos sentados en el piso con la mirada perdida. El olor a orina y a fármacos era tan fuerte que mi memoria olfativa se quedaba impregnada por varios días.

Al principio sentí mucho miedo, pero ese miedo fue transformándose en compasión. Ellos parecían no darse cuenta de mi presencia y algunos gritaban ante ella. A mi solo me tocaba observar, aprender e intervenir cuando fuera necesario en alguna contingencia. Aprendí a no espantarme y auto gestionar mis miedos. Aprendí a observar el comportamiento que parecía monótono e inobservable. Aprendí a descubrir el dolor de quien no es capaz de expresarlo. Aprendí no solo a ver la mente sino el alma de quien está atrapado en un infierno en vida.

Un gran aprendizaje

Ese tiempo en el patio del pabellón cuando sacaban a todos los enfermos “al sol”, en lo que parecía una cárcel, reflexionaba qué habrían vivido cada una de esas personas en sus vidas para llegar allí. Pensaba lo que les pudo haber sucedido y lo que no contaban sus historias clínicas. Cómo se podía llegar hasta allí.

De igual forma, pensaba en sus familias y el dolor que sentirían de haberlos dejado allí. También pensaba qué era lo que podía hacer por ellos y cómo podría mostrarles empatía para consolarlos en su dolor a quien no tiene capacidad de experimentar aparentemente el amor.

Perdí el miedo muy rápido. Pero nunca le perdí el respeto a ese lugar lleno de personas enfermas que experimentaban un gran sufrimiento. Pero el respeto era justamente al dolor que habían vivido en sus vidas y al sufrimiento que presenciaba ante ellos. Los respetaba a todos y a cada uno sin importar que tan mal estuvieran.

Ese lugar me dejó grandes enseñanzas a mi vida y la firme convicción de que lo que por vocación había sido elegida por Dios valía la pena. Esto me reafirmó a seguir formándome para estar preparada para consolar a otros en su dolor, de la manera como Dios me lo pidiera a cada paso del camino.

El sentimiento regresó

Esta semana así me he sentido, con ese mismo sentimiento que experimenté al inicio de mis prácticas en el pabellón C del psiquiátrico de Caracas. Y no es por el dolor que escucho a diario de mis pacientes que son almas buenas y sencillas, que han asumido responsabilidad sobre sus heridas emocionales y que trabajan todos los días por sanarlas aguantando que les diga lo que veo, porque saben que la verdad los hará finalmente libres.

El sentimiento ha surgido porque la disfuncionalidad hoy te la encuentras en cada esquina donde menos y de quien menos te lo esperabas. En la calle, en el supermercado, en la tienda de autoservicio. Cuando vas a hacer ejercicio. Cuando manejas. Cuando vas al consultorio del doctor. Cuando visitas un lugar público. Cuando intentas estacionarte.

Disfunción social parte 1

Cuando esperabas que otro pagara una deuda adquirida. Cuando actuando con una moral correcta las cosas se interpretan a la inversa. Cuando la falta de respeto no conoce los límites. Cuando no existe la palabra dada. Cuando al mal se le llama bien y al bien se le llama lo contrario a la sensatez.

Cuando el creer en Dios sin juzgar a nadie y con equilibrio se le llama fanatismo. Y a la bondad se le llama una excelente oportunidad para sacar provecho. Cuando el amor y el interés se fueron al campo un día, pero más pudo el interés que el amor que supuestamente le tenía.

Cuando la responsabilidad y la puntualidad dejaron de ser una forma de respeto al tiempo del otro. Cuando a la fidelidad se le llama estar pasado de moda y el querer vivir para preservarla se le llama anticuado. Cuando al sacrificio se le llama perder el tiempo. Y la expresión al amor se le llama cursilería. Cuando mantener un criterio fundamentado con certezas se le llama opinión. Y a la opinión que por definición es “criterio sin certezas” se la llama verdad. 

Disfunción social parte 2

Cuando las personas han decidido elegir la ignorancia voluntaria porque no desean conocer la verdad. Cuando el mundo emocional ha secuestrado por completo a la capacidad de pensar. Y la vida se ha entregado a manos de la gana, que no lleva a nadie a ningún lugar. Cuando al bien se le llama mal y al mal se le llama placer.

Al blanco se le llama negro y al negro se le llama blanco. Cuando al honesto se le llama agresivo y a la sabiduría se le llama presunción. Cuando al fijar postura ante algo eres llamado radical sin importar que la hayas fijado con respeto. Cuando el inmaduro culpa al maduro porque así se libra de asumir responsabilidad. Cuando el ser honestos se le llama exageración porque ya no es importante serlo.

Cuando el ser humano determina que el verdadero amor no existe y que se puede ser feliz prescindiendo de él. Cuando por voluntad propia y por heridas emocionales se ha decidido cerrarse al amor, truncando con ello la posibilidad de dar vida. Cuando adultos pensantes dejaron de pensar porque le creen más a un niño que a su propia capacidad de juzgar con equilibrio y objetividad los hechos de la realidad.

Cuando hacer el amor ya no está más reservado a quien elegiste para amarlo con garantías por el resto de tu vida, sino más bien a tener “relaciones sexuales” en el asiento de atrás del coche entregando lo más valioso e íntimo del ser a quien apenas acabas de conocer y que, además, tiene altos grados de alcohol encima por lo que no recordarán sus rostros a la mañana siguiente porque ni siquiera se pudieron ver bien.

Disfunción social parte 3

Cuando le entregan su confianza y le dicen “te amo” a quien apenas acaban de conocer. Cuando la amistad verdadera no existe porque no conocen lo que es ser y tener a un amigo, dado que la capacidad de amar está truncada y llaman “amigo” a quien se comporta como enemigo que te incita a hacer el mal en vez de invitarte a hacer el bien.

Cuando las heridas emocionales hacen que se distorsione la mirada sobre los demás poniendo etiquetas que no concuerdan con la realidad. Cuando existen tantos complejosque terminan llamando al don de la sabiduría simple soberbia y a los logros profesionales fruto del sudor del trabajo por años “narcisismo”. 

Cuando el egoísmo reina y la generosidad es oportunidad para sacar algo de ese que dona lo que puede con amor. Cuando hay tantos falsos profetas asumiendo profesiones que no les corresponden porque no se han preparado para ello y así darle el disparo final en la sien a quien ingenuamente confió en él. Cuando no hay corresponsabilidad en el amor ni interés alguno por aquel que te atendió y se interesó por ti.

Cuando al experto de exitosa profesión le cuestionan su criterio porque la soberbia y la autosuficiencia surge cuando se decide por voluntad propia vivir sin Dios. Cuando los patos les disparan a las escopetas porque el conocimiento ya no es relevante en la búsqueda de la verdad porque todo “depende de”. Cuando el enfermo moribundo que no conoce nada de enfermedades le dice al doctor que su diagnóstico está errado desde la cama del hospital.

¿Un gran psiquiátrico social?

Por todo esto y mucho más el sentimiento que experimenté cuando iba al pabellón C del psiquiátrico de Caracas regresó estas semanas. Parece que el mundo se ha convertido en algunos lugares, en un gran psiquiátrico, donde la gente interactúa desconectada no solo de su moral, sino de esa ética individual conformada por valores universales como son el respeto, la honestidad y la igualdad, que ayuda a vivir en sociedad porque es un bien subjetivo que se valora objetivamente por todos. 

No pienso en el fin del mundo porque mi fe es tan grande que solo Dios sabe cuándo será. No es mi estilo ser apocalíptica, sino más bien motivadora. He intentado toda mi vida amar a otros un poquito como Él me ha amado, para que ese amor sea un espejo que consuele, ilumine y guíe a otros.

No tengo miedo a nada ni siquiera a morir, pues Él siempre ha sido fiel y sé que lo mejor está por venir.  El cielo es un anhelo para mí, porque sé que será mucho mejor que este pedazo de tierra donde intento a diario vivir y ser feliz haciendo a otros felices en el intento. Pero lo que si he pensado mucho estas pasadas semanas después de ciertas experiencias vividas es en la decadencia del ser humano que me recuerda a la caída del Imperio Romano.

Renace mi confianza

A pesar de todo esto, de las injusticias vividas, de que tenga la tentación de no confiar más y de que experimente el sentimiento de estar viviendo en el pabellón C del psiquiátrico de Caracas, mi Señor me regresa la confianza de que en este mundo no se mueve una hoja sin su permiso y que su omnipotencia todo lo puede. Que ha valido la pena y siempre valdrá la pena intentar hacer el bien y conducirte por la vida con coherencia a una moral recta que no solo no le hace daño a otros, sino que busca genuinamente hacer el bien a otros. 

Mi fe me regresa esa esperanza de sentir lo peor esperando lo mejor. Me regresa a recordarme que debo como San Pablo seguir corriendo la carrera, pero conservando la fe. Me dice en cada mensaje recibido de desconocidos por las redes sociales que, si existen personas por allí, regadas por el mundo que piensan, sienten y sueñan al igual que yo en un mundo mejor. Que creen que la felicidad verdadera solo puede provenir de aquel que con humildad busca depender de un Dios de amor para que guíe la propia existencia y así introducir un orden dentro de tanto desorden y caos social.

Mi confianza está en Dios

Ese sentimiento se ha ido encauzando con una oración que hice en el altar y que Él me pidió compartir por las redes sociales hace unas semanas atrás. Hoy comparto lo que para mi es un consuelo diario en esta lucha por hacer el bien contra todo mal. Recordándome que no estoy sola, pues no solo cuento con la compañía de ese Dios de amor que me ha amado siempre primero, sino con este pequeño oasis de amor al que llamo “familia”, que me ha sido dado como don para poder descansar de los pabellones C que me encuentro con mayor frecuencia en diferentes escenarios llamado sociedad en mi caminar por la vida.

Él se quedó aquí…

La Eucaristía es el primer lugar donde acudo cada mañana al levantarme. Aquí es donde llego sin aliento y salgo renovada. Aquí es donde le digo que no puedo continuar y Él me dice: “no te preocupes, yo te cargaré en mis brazos”. Aquí es donde me siento incapaz de sobrellevar tanto dolor en mi cuerpo y el que se lleva en las entrañas del alma y Él me dice que se sintió igual y que es solo su amor el día de hoy el que me hará capaz. 

Aquí es donde le digo que he caído y que no sé cómo poderme levantar de nuevo a luchar porque estoy muy cansada de hacerlo, y Él me responde: “yo caí tres veces para poderte levantar tantas veces como sea necesario”.

Aquí es donde lloro las injusticias, los engaños y las ingratitudes de los hombres. Él me dice: “yo fui rechazado por los que más quería y traicionado por aquellos en los que más confiaba. Mi amor, el de tu pequeña familia y el amor de esos valiosos amigos te será suficiente. Soy solo yo quien restauraré con creces todas las traiciones vividas y repararé todo el daño causado”.

Aquí es donde le digo que estoy enferma y Él me responde que la única enfermedad grave es la del alma y que de eso estoy sana. Me dice que Él quiere con su gracia sanar a todo el que se lo pida con fe y que desea seguir contando conmigo para poderlo hacer.

Aquí le digo mis preocupaciones presentes y futuras y Él me responde: “deja que yo me encargue. Vive todos los días como si fuera el último día de tu vida y sigue ocupándote de mis cosas que yo me ocuparé de las tuyas porque soy solo yo el que tengo el poder de hacerlo”.

Aquí le digo que en este mundo hay un gran sufrimiento y a la vez una enorme falta de respeto y empatía. Él me responde: “lo sé y por eso te pido que abraces en mi nombre al que sufre, consueles al que se siente solo, le des luz al que está confundido y sigas diciéndole al mundo que los amo y que mi amor espera por ellos. Que solo necesitan abrirme las puertas de su corazón y yo les haré saber cuánto los amo”.

Aquí es donde mis triunfos se convierten en sus triunfos y mis derrotas Él las asume como suyas, porque aquí me recuerda que nuestra alianza de amor fue sellada con su vida que será entregada de nuevo en la cruz. 

Dios del Amor

Eso y mucho mas es lo que vengo a recibir cada mañana. Este es el lugar de la misericordia, donde me siento muy amada y donde todo es paz. Dónde encuentro la fuerza para continuar. Donde recibo la gracia para perdonar. Donde me arrodillo a pedirle por aquel que ha traicionado mi confianza. Por aquel que esperaba mucho más. Por todos esos lobos vestidos de corderos que engañan al pasar y que son los que al final merecen vestir una camisa de fuerza para que no hagan ni un solo daño más.

Aquí nunca me siento sola y desamparada. Aquí es donde Él me dice lo que quiere de mí y me enseña el camino mientras su madre me ve diciéndome “No tengas miedo. Yo Estaré contigo hasta el final de tus días”. 

Aquí es donde me revela el para qué y no tanto el por qué de tantas preguntas sin respuestas mientras me sube a la cruz para cargarme como a su pequeña niña a la que pide consuelo mientras consuela. 

La respuesta…

Esto no está reservado solo para mí, sino también para ti. No importa en qué parte del camino te encuentres solo importa que lo dejes entrar a tu corazón para que su gracia y su amor te sane, te sostenga, te consuele y repare todo lo que se ha roto en ti.

Toma hoy la decisión y te prometo que Él será el amigo fiel que nunca será capaz de defraudarte a pesar de que algunos días sientas como me he sentido yo que este mundo se convirtió en el pabellón psiquiátrico de un enorme hospital. Gracias a Dios, que al final es solo eso: un sentimiento que sí se tiene fe y convicción se desvanecerá.

Picture of Mercedes Vallenilla

Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con experiencia en Psicología Social y Maestría en Matrimonio y Familia. Doctora en educación de la Universidad Anáhuac, con estudios de postdoctorado. Autora de cuatro libros, pionera en Psicología Virtual con 30+ años de experiencia.

Picture of Mercedes Vallenilla

Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con experiencia en Psicología Social y Maestría en Matrimonio y Familia. Doctora en educación de la Universidad Anáhuac, con estudios de postdoctorado. Autora de cuatro libros, pionera en Psicología Virtual con 30+ años de experiencia.

Un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.