Este 1 de noviembre celebraremos la fiesta de Todos Los Santos. Es importante recordar que ellos están allí, con la memoria de sus vidas para inspirarnos y ayudarnos a perseverar en el camino de la vida.
Como católicos estamos acostumbrados a solo recordarlos desde su santidad. Pero no nos damos cuenta de que ellos también fueron personas comunes que sintieron, padecieron, dudaron, se cayeron pero que se levantaron luchando hasta el final.
Lo que los hizo santos es haber vivido vidas ordinarias de forma extraordinaria. Perserverar en el dolor con la mirada puesta en Dios. Su fe los sostuvo contra viento y marea. Sintieron la “noche oscura del alma” usando la pedagogía de San Juan de la Cruz donde el alma experimenta esa ausencia aparente y total De Dios.
Al recordarlos es importante reflexionar que para el crecimiento espiritual Dios se sirve de dos cosas: del silencio y del consuelo. Cuando Dios calla, estamos obligados a madurar en la fe, a recordarnos acudiendo a nuestra memoria afectiva en ese primer momento cuando experimentamos la llama de su amor.
El consuelo nos devuelve a nuestra conciencia de que hemos sido amados así como la conciencia de que hemos recibido un regalo. La alegría viene de lo alto por eso, como lo vivieron Los Santos hay que tener paciencia cuando Dios calla. Esperar. Y el consuelo llegará.
¡Gracias a todos Los Santos porque con su vida nos enseñaron a caminar en medio del dolor con amor sin perder la mirada en el final, donde descansaremos por toda la eternidad!