Psicología Católica Integral - Mercedes Vallenilla
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Un especial Domingo de Ramos

Hoy iniciando el Domingo de Ramos en tiempo de cuarentena. Un domingo de ramos que nunca olvidaremos. Hace poco tiempo publiqué en las redes sociales algo que suelo decir mucho cuando comparto mi historia de vida ante los auditorios. Dije que si todos alguna vez en la vida tuviéramos la oportunidad de experimentar de cerca la muerte como he tenido la bendición de experimentar, el mundo sería diferente.

Esa es la experiencia que me ha quedado después de tantas oportunidades que he tenido de sufrir y de vivir de la mano de un Dios de amor que se me ha revelado en todas y cada una de ellas. 

De igual forma, el año pasado publiqué un artículo un día de reflexión llamado “Aquí” https://psicologiacatolicaintegral.com/articulos/aqui/ donde hacía una alegoría al mundo que nos estaba tocando vivir con el pabellón de un gran psiquiátrico donde me había tocado hacer mis pasantías como estudiante de psicología. Es que así me sentía. Amenazada viviendo entre personas que perdieron el foco desbocadas donde al bien se la llama mal y al mal bien. 

¿Otra Cuaresma?

Este pasado diciembre al igual que todos agradecí un año más de vida. Agradecí a Dios sostener con su gracia y con su amor este cuerpo enfermo que me duele a diario y que solo Él me hace vivir en paz. Le dije: “Señor, por tercer año consecutivo no piso un hospital, esto si es un milagro” pero sabía en el fondo que eso pronto terminaría. A las tres semanas estaba internada en el hospital con la amenaza de una nueva cirugía, para completar con una mas las 17 que he tenido. Procedimiento que no he podido hacer por esta pandemia.

Recuerdo que en mí oración nunca ha podido faltar algo que no sólo ha estado en navidad sino también en semana santa. “Señor, otra navidad más ¿Hasta cuando tendrás paciencia? Paciencia con un mundo que no te ama. Un mundo que te ignora. Un mundo que no le importa que nazcas, mueras y resucites porque se les ha endurecido su corazón. Este diciembre me pregunté eso pensando que -sólo por uno-, Él se convencería de volver a nacer y morir por amor. 

El consuelo que siempre he tenido es que sé que no somos uno. Sino muchos reunidos en torno a ese sacrificio de amor. Con nuestras debilidades y limitaciones, intentando amar a quien no ama. Quise siempre asegurarme de ser ese uno entre muchos que dieran consuelo a ese corazón de un Dios de amor tan ignorado. 

Un holocauasto de desamor

Esta pequeña experiencia de entregar algo que no es valorado la he sentido infinidad de veces por las redes sociales e incluso con conocidos que me han bloqueado o insultado por mis supuestas constantes y molestas publicaciones. Cuando nunca he buscado imponer a nadie mis creencias cristianas, sino solo he intentado posar y poner en la mesa aquello que tanta felicidad y paz me ha dado en medio de tantas tribulaciones buscando siempre el bien, amando incluso a quien clara y flagrantemente no me ha dado más que rechazo, recibiendo a cambio indiferencia y dolor. 

Son muchas las veces que al sentir el desánimo humano normal que produce la indiferencia y las agresiones de otro cuando estás donando amor desinteresadamente, he pensado en lo qué sentirá el Señor que entregando la vida no es valorado.

Si en mi pequeña e insignificante entrega dono amor sacando tiempo de donde no lo tengo para intentar poner al servicio de otros mis conocimientos me siento muchas veces desmotivada ante aquel que se molesta y me agrede pasiva o activamente, qué sentirá el Señor cuando lo que Él entregó fue su propia vida. Mi respuesta ha sido sencilla: un holocausto de desamor. 

Al Borde del Despeñadero

Eso me ha motivado siempre a continuar en un mundo donde pocos aprecian la entrega. Sentir que, por medio de ella, soy un consuelo a ese corazón herido por el desamor de Cristo que intenta ser un redentor en medio de un mundo convertido en un gran pabellón psiquiátrico donde todos corren sin parar por tener mientras a cada paso se va desvaneciendo esa esencia de su ser.

Con esta carrera, se ha perdido la mas mínima capacidad de plantearse las preguntas más esenciales de la vida, sin que quiera el ser humano cuestionarse la poca seguridad de permanencia en esta vida, sin nada de capacidad de empatía ante el sufrimiento que otros experimentan a su lado. 

En mi corazón y por mi experiencia como psicóloga sabía que algo grande tenía que pasar para evitar a la humanidad caer en el despeñadero. Siempre le decía a mi esposo: “amor, esta humanidad se está dirigiendo a un lugar muy peligroso, algo tiene que pasar”.

El deterioro que he visto de 10 años para acá es incuestionable. Incluso, en personas que se presentan como los grandes servidores católicos, pero la verdad es que algunos están llenos de mentiras y deshonestidad. Como dijo el Santo Padre, aquí estamos todos en la misma barca.

Llegó el freno de mano

Así que en este escenario personal y social ha llegado la pandemia. Llegó como estaban las conciencias, poco a poco y desprevenidamente situó a los seres humanos en el lugar de criaturas desde donde nunca tuvimos que dejar. Para enseñarnos muchas cosas y para recordarnos nuestro lugar en este mundo el cual un día muchos por medio de sus logros materiales y profesionales, quizás se creyeron dueños. 

Dios no es un Dios que castiga, sino un Dios que ama. Un Dios justo que ama. Por amor permite que sucedan cosas para nuestro bien. Porque, así como en psicología se necesita el principio de “tocar fondo” para poder reaccionar y así buscar ayuda igualmente en la espiritualidad necesitamos sentirnos que no estamos en el control de nada para poder levantar la cabeza y buscar aquello esencial que se ha perdido y quizás, no porque no haya estado allí, sino porque ha sido totalmente ignorado. 

Eso es lo que para mí significa esta pandemia. Un freno de mano que necesitaba la humanidad para regresar su mirada a lo que es esencial. Es como si un padre cansado de ver a su hijo distraerse con la fiesta, el alcohol y el celular, le quita todo aquello que lo distraía de lo bueno y lo deja encerrado en su cuarto para que reflexione y se ponga a estudiar porque al final sabe que tanta fiesta y borrachera, compromete su futuro y además su felicidad. 

Nada es Casualidad

Es así como nada es casualidad. Si bien es cierto que no veo a esto como un castigo divino sino como una enfermedad, tampoco la veo desvinculada de un sentido espiritual como muchos profesionales expertos han señalado.

Como psicóloga católica, conocedora de la teología y la filosofía cristiana, esto es una permisión de Dios que representa una excelente oportunidad para poder centrarnos en lo esencial y regresar sin los juguetes materiales, las drogas, el alcohol, los vicios y el trabajo excesivo permitiendo con ello poner la mirada en todo lo que se ha perdido, ignorado e incluso subestimado que es lo único de valor que conduce a la paz y a la verdadera vida que es la eterna.

Es por esto por lo que no considero casualidad que este virus nos haya metido de cabeza en las casas. Pero no en cualquiera casa sino con el significado esencial de volver la mirada a aquello que es tan esencial como es el valor de la familia como el proyecto más maravilloso de Dios para el hombre. 

Regresar a lo esencial

Es como si esta pandemia obliga al hombre a estar donde ha estado evadiendo estar. Ver, a quien ha estado ignorando ver. Cuidar a quien no estaba cuidando bien. Proteger, a quien no estaba protegiendo bien. Jugar, con quien no tenía tiempo de jugar. Hablar, con quien no estaba teniendo tiempo de escuchar.

Amar, a quien no estaba amando, aunque lo tuviera enfrente. Es brindar tiempo para todo aquello a lo que se aludía no se tenía tiempo. El tan ignorado hogar que es la base y la fuente de todo el amor que genera el equilibrio en la persona y que al ser ignorado desemboca en tantas disfuncionalidades personales y familiares. 

Asumir el rol de criatura a quien se estaba creyendo Dios. Ubicar en su lugar, a quien creía que su dinero y sus preciadas posesiones lo salvarían de todo. Valorar todo aquello que hoy sabemos que podemos perder. Quitar ese sensación de poder y de control sobre lo que realmente no se tiene que es la propia vida. 

Por eso, siempre además que comparto mi historia digo entre muchas cosas que la única diferencia entre muchas personas y las que hemos estado cerca de morir es simplemente que tenemos consciencia de ello a diferencia de los que no. Hemos experimentado que no estamos en el control de todo y que en pocos segundos todo puede cambiar pudiendo morir. Por eso, nos convertimos en expertos del Santo Abandono.

La vida es un don gratuito

De allí es que considero que ahora surge el miedo de muchos. Un miedo inútil porque no está orientado a defendernos por medio de los cuidados que necesitamos tener, sino que a muchos paraliza porque de pronto -por esta pandemia- se dieron cuenta de que no podemos controlar todo y mucho menos la propia vida. 

Es así como el sentir que puedes morir, paraliza a muchos. Cuando la realidad es que lo único que ha cambiado en esta pandemia es que para muchos esa conciencia de esa posibilidad de morir está siendo real, cuando la realidad es que era igual de factible antes de que ella ocurriera solo que muchos no eran conscientes de ello. 

Al final, eso es lo que ha cambiado en primera instancia y a partir de ello, tendrán que cambiar forzosamente muchas cosas esperando que la humanidad no regrese a ser igual. Ha cambiado principalmente esa sensación de control sobre la propia vida. Cuando la realidad es que antes de la pandemia igual estaban nuestras vidas fuera de nuestro control y cualquier cosa podía suceder solo que muchos no eran conscientes de ello. 

Un Bien Mayor

Para mi la esencia de todas las permisiones de Dios son siempre por un bien mayor. Por eso, creo que la humanidad sí necesitaba un freno de mano. Y en este sentido, no lo digo exceptuándome en ello, para mi también todo sigue siendo una oportunidad para cambiar y ser mejor.

Más humildes y más claros en nuestro rol en este mundo. Sé que sólo sigo aquí habiendo podido morir porque un Dios de amor así lo ha decidido. Valorando lo que como don inmerecido he recibido incluyendo ver la luna para al día siguiente poder ver el sol y agradecerlo como don. 

Es por eso por lo que considero que no es casualidad que esta pandemia haya iniciado en cuaresma y que incluya a su vez la semana santa que inicia hoy con el domingo de ramos. En esa alegoría que podemos hacer en este día a partir de un hecho histórico como él que ocurrió hoy siendo Jesús recibido y alabado con las palmas por una humanidad que poco después le volteó la mirada. 

Números en la Biblia

Como bien sabemos, los números en la Biblia significan cantidad, simbolismo y trasmiten a su vez un mensaje. Un número simbólico representa la cantidad de años, las personas a la distancia o en que parte se menciona la cita.

Aunque la Biblia no explica que simboliza cada número, los estudiosos han podido determinar qué simbolizan muchos de ellos para podernos explicar. El simbolismo del número expresa una idea o un mensaje que no siempre es posible determinarlo por uno mismo y por eso, necesitamos formarnos al respecto para comprender que simboliza. 

En este caso haré referencia al número cuarenta que es lo que duró la cuaresma que marca el período de preparación para la semana santa y que justamente hemos vivido parte de ella en cuarentena.

Un cuarentena que también utiliza el número 40 de forma precisa para indicar que es el tiempo en que cuando ocurre una enfermedad infecciosa necesitamos estar aislados para evitar el contagio que enferma a otros y que, a la vez, se necesita para que el cuerpo sane.

¿Qué representa el 40?

El número 40 representa el cambio. Ahora en el sentido bíblico el cambio se refiere al cambio de un período a otro o los años en que cambió una generación a otra. En este sentido vemos por ejemplo que el diluvio universal duro justamente esos 40 días y esas 40 noches para simbolizar el cambio que sucedió para que existiera una nueva humanidad. 

En la Biblia vemos otro ejemplo en el Antiguo Testamento y lo presenta los 40 años que los Israelitas permanecieron en el desierto viajando para encontrar la tierra prometida entre sus constantes infidelidades a ese Dios de amor que los había liberado de la esclavitud y que había tenido mucha paciencia con ellos en sus actos de idolatría adorando a sus dioses a pesar de todos los milagros que su Dios les había hecho vivir para liberarlos. 

En este sentido, son 40 años que toma cambiar de una generación infiel a otra hasta que llegan a la tierra prometida. Es interpretado como un período de purificación y preparación para que se produjera el cambio necesario para poder entrar a la tierra prometida. 

Cambio personal

En otro ejemplo de cómo ocurre este cambio en el ámbito personal encontramos a Moisés ( Éxodo 24:18) que permanece 40 días en el Monte Sinaí en oración y ayuno para el cambio que necesitaba experimentar y así poder ser instrumento dócil a la escucha de Dios. Elías después de que fue alimentado con el pan del cielo atravesó 40 días el desierto hasta el Monte de Dios (1 Reyes 19:8) Él peregrina otros 40 días hasta allí. 

En el Nuevo Testamento vemos como Jesús permanece ayunando 40 días porque es el tiempo que necesitaba para el cambio de su vida privada para salir a su vida pública y así cumplir con la misión que el Padre le había encomendado.

Creo que firmemente que toda esta pandemia es una excelente oportunidad para el cambio. No en vano la palabra en griego de crisis llamada “Krinein” se refiera a un juicio, cuestionamiento para poder tomar una decisión o cambio. Así como la palabra crisis en chino llamada “Weiiji” significa  “peligro u oportunidad” para generar un cambio donde o nos perdemos en ello o nos construimos en mejores personas. 

Tentar significa ser probados en el espíritu, tener una oportunidad de podernos purificar en aquello que no es esencial y que hemos estado distraídos descuidando lo que más valor tiene con el único propósito de generar un cambio en nosotros y que como humanidad dejemos de seguir vagando por este mundo, ignorando como ovejas al pastor.

Dios sabe mejor

Todo esto al final, conforma un misterio. Porqué Dios obra así es lo mismo que preguntarnos porqué escogió para su hijo morir en la cruz como la forma de redención del hombre. Lo que si podemos saber es que el sufrimiento asumido con humildad y sencillez de corazón está orientado a ser un bien para nuestras vidas.

Dios al permitir esa apretura del alma es que podemos conocernos en el fondo de ella y así derrumbar con ello todas las murallas interiores que nos impiden vivir de cara a Dios. Él sabe mejor lo que necesitamos vivir para estar cerca de su corazón.

En ese desorden que pueda causar todo este encierro, en el silencio del corazón, sin aquello que nos aleja de Dios es que se puede encontrar todo aquello que el alma aún no ha encontrado. Pero primero, necesita prescindir de sus juguetes exteriores, sus distracciones para poder darse cuenta de aquello esencial que ha perdido y así volverlo a encontrar en su vida.

40: una oportunidad

Estos cuarenta días representados por la cuarentena para que podamos tener esa oportunidad de sanar y de no seguir enfermando a otros, de poder aislarnos para orar y reflexionar en qué nos hemos equivocado.

Heredar con ello un mundo mejor, no solo por la limpieza que el planeta está teniendo con la contaminación que no se está generando, con la naturaleza misma que está teniendo un respiro de nosotros los hombres, con los animales que están regresando a tomar los espacios que le fueron arrebatados. Con los océanos que se están limpiando.

La misma naturaleza humana que ha sido contaminada porque se ha enfermado por años de algo mucho más fuerte que un virus y que es la soberbia que lo hizo perder su lugar de criatura necesitada de Dios en esta tierra prescindiendo en todo de su creador. 

Y ahora, el hombre se encuentra parado ante una realidad desbordada donde ni siquiera ha sido capaz de poder inventar una vacuna que detenga esta enfermedad, porque quizás era necesario experimentar de regreso la vulnerabilidad para que se bajara de su pedestal.

La verdadera paz

Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. La salud, la familia, el amor de Dios, el trabajo, la comida, los medicamentos, el hospital y todo aquello que estábamos ignorando quizás ya no están para que podamos asumir de nuevo nuestra condición de criaturas necesitadas de ese Dios de amor que nos está ofreciendo una contundente oportunidad para volver a las verdaderas raíces y así poder cambiar. 

Al final, de allí proviene la verdadera paz. Saber que la verdadera vida no es ésta y que allá en el cielo ya no sufriremos más. Al menos a mí tener esa certeza me da mucha paz aunque no tenga nada solucionado, mucho menos controlado y por ello, así vivo esta espera con o sin pandemia hasta que me toque partir a la casa de mi Padre.

Depende solo de ti que quieras tomar esta oportunidad de cambio que en estos 40 días se nos están otorgado aprendiendo de la manera más dura pero a la vez más profunda el valor de la verdadera vida que es la eterna.

Al final, eso es lo más trascendente y lo que verdaderamente está en juego. Ánimo hermano. Nunca es tarde para cambiar tu propia vida.

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Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con experiencia en Psicología Social y Maestría en Matrimonio y Familia. Doctora en educación de la Universidad Anáhuac, con estudios de postdoctorado. Autora de cuatro libros, pionera en Psicología Virtual con 30+ años de experiencia.

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Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con experiencia en Psicología Social y Maestría en Matrimonio y Familia. Doctora en educación de la Universidad Anáhuac, con estudios de postdoctorado. Autora de cuatro libros, pionera en Psicología Virtual con 30+ años de experiencia.

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