Psicología Católica Integral - Mercedes Vallenilla
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Cada vez que salgo a un lugar público con mi familia o de viaje, observo una misma constante: las familias y las parejas no se hablan durante la comida porque están todos sumergidos en el celular. Y es que no hay que ser psicólogo para darnos cuenta de que son cada vez más las personas que no dialogan entre si, sino bajan la cabeza e interactúan con su celular como si fuera lo más valioso en sus vidas.

Recuerdo una vez en un restaurante italiano, una familia grande con 4 hijos, padres y abuelos. Los niños tenían puestos sus audífonos súper modernos, los papás en sus celulares seguramente viendo el Facebook y los abuelos con cara de tristeza viéndose entre ellos. En nuestra mesa, comentábamos lo que hubiéramos dado nosotros -como extranjeros- que hemos vivido por más de 20 años fuera de la patria que nos vio nacer, por tener esa oportunidad de que mis hijos compartieran un poco de la sabiduría de los abuelos.

Esas historias insustituibles que ellos siempre tienen que contar sobre la herencia cultural y anecdótica de la familia, sobre el país que éramos antes, sobre los recuerdos chistosos de nosotros – sus padres- cuando éramos niños. En fin, compartir el amor entre la familia, el respeto por los ancianos, es vital para la supervivencia de la propia familia.

De igual forma, recuerdo las tantas veces que he visto en un restaurante una familia de padres jóvenes que prefieren sentar al bebé en su sillita de comer con su Ipad, para que juegue o vea una película y así, no moleste a los padres que de igual forma no están conversando entre ellos, sino que a su vez, están revisando el Facebook.

Todo esto me ha hecho recordar el rito del matrimonio y la promesa que ante el altar le hice a mi marido hace 23 años atrás: “Prometo serte fiel, en lo prospero y en lo adverso, en la salud y la enfermedad todos los días de mi vida”.

El matrimonio es un llamado al amor, a la fidelidad por siempre, pues es una maravillosa invitación y una oportunidad para que seamos imagen del amor de ágape, de ese amor incondicional y de comunión con Dios en el respeto mutuo y la donación total de si mismos, no solo entre nosotros mismos, sino una donación total a nuestros hijos que son fruto de ese amor. Dos distintas personas que se unen en cuerpo y espíritu y se donan por completo, se someten a la voluntad de Dios en totalidad y exclusividad.

El hombre imitando a Jesús: donándose a la mujer, a sus hijos y a su Iglesia. La mujer, imitando el amor de la Iglesia que recibe ese amor y acoge a todos donándose a si misma principalmente a su esposo, luego a sus hijos y después a los demás. Los dos unidos en totalidad y exclusividad a la  voluntad de Dios. El nuevo Adán y la nueva Eva. Jesús y María.

Por medio del sacramento del matrimonio nuestros cuerpos son el medio y el signo visible de ese amor. El sacerdote pregunta:  ¿venís a contraer Matrimonio sin ser coaccionados, libre y voluntariamente? Si venimos libremente. El sacerdote dice: Así, pues, ya que queréis contraer santo Matrimonio, unid vuestras manos, y manifestad vuestro consentimiento ante Dios y su Iglesia.

El varón y la mujer dicen cada uno:  “Yo, te recibo a ti, como esposa y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida hasta que la muerte nos separe”.

Al recordar todo el sentido cristiano que tiene el matrimonio y la familia, que no es otra que ayudarnos mutuamente a llegar al cielo, a vivir una vida plena y feliz con Cristo, en ayudarnos a descubrir nuestra misión en esta vida, a realizarnos en plenitud en la vocación que cada uno descubra, en sostenernos en las buenas y las malas, en consolarnos mutuamente, la realidad que vemos no solo en las parejas sino en las familias que solo hablan con su celular esta tan lejos de esto. Pues parece que a quien han prometido ser fieles en las buenas y las malas, en la salud y enfermedad, en la pobreza y la riqueza es en gran parte al celular.

Una familia que reza unida permanece unida. Pero una familia que también dialoga, permanece también unida.

El dialogo en familia es como el corazón que bombea la sangre en el cuerpo. Por medio del dialogo en familia podemos fortalecer los vínculos del amor, compartir todo aquello que nos ocupa a cada miembro, las alegrías, las tristezas, esas pequeñas grandes cosas del día pero que el amor entre los miembros nos ayuda a sostener. En mi casa, la comida es el mejor lugar donde compartimos todo aquello que deseamos compartir, no solo lo triste y adverso, sino también los logros personales que cada uno alcanza diariamente. Reímos y lloramos. Nos enojamos y nos reconciliamos. Pedimos consejos y nos auxiliamos. Nos decimos lo que no nos gusta y lo que si apreciamos del otro. Todo en una misma mesa unidos por el vínculo de sangre, pero también por el vínculo más fuerte de todos que es el del amor de Dios que ha sido derramado entre nosotros.

Los esposos hemos prometido sernos fiel en todas las circunstancias de vida, pero nos lo hemos prometido el uno para el otro. Nunca prometimos en un altar ser fiel a un celular, sino a una persona que elegimos en libertad para compartirlo todo por el resto de nuestros días. Y si los padres no dialogamos con nuestros hijos en un restaurante o en la mesa de la propia casa, cómo podemos pedirles y exigirles que ellos sean fieles en sus propios propósitos de vida, incluso como aprenderán a ser fieles en el amor.

La fidelidad en el amor en el antiguo testamento es un acto de voluntad, una alianza que se sostiene por siempre. Y la sede que alberga esa posibilidad es el propio corazón de la persona, pero no el corazón que está impreso en millones de artículos rojos para el día de los enamorados, sin el que llevamos impreso dentro de nosotros mismos.

Está comprobado por medio de infinidad de estudios el valor que tienen las relaciones interpersonales y las habilidades sociales en la vida de una persona, así como en la capacidad de empatía. Son consideradas de tal relevancia que forman parte de las cinco dimensiones de la inteligencia emocional.

Un niño que no aprende a dialogar en familia, será un joven incapaz de expresar sus sentimientos, de comprender a los demás, de ayudarlos a desarrollarse, de percibir lo que sucede en su entorno no solo familiar, sino laboral, desarrollará una total incapacidad para sacar el mejor provecho de las diversidades de las personas y trabajar en equipo aprovechándolas al máximo. Es decir, heredará en un peor grado la herencia familiar de la «no comunicación en familia», pudiendo fracasar en una alta probabilidad sus relaciones con su pareja o su familia y en un rango más amplio con su jefe y sus compañeros de trabajo. Perpetuará un patrón familiar inadecuado, agudizándose los problemas y ocasionando heridas emocionales en ellos.

Pero además de eso, dialogar en familia ayuda a satisfacer las necesidades básicas afectivas del ser humano como son el sentido de pertenencia a una familia como grupo primario al cual estamos llamados a sentir que pertenecemos, o la de simplemente sentirnos amados porque los seres que amamos dedican tiempo a escucharnos, o la de sentirnos valorados por lo que somos, no por lo que hacemos pues nuestro entorno familiar otorga valor a aquello a lo que nosotros le damos valor.

Además de eso, el dialogar con los hijos solo por medio de mensajes, o ensenarlos a dialogar con sus amigos solo por medio de los iconos del celular o notas de voz, los incapacitará enormemente para que desarrollen su propia seguridad personal, emocional y social, incapacidad que se mostrará en el no poder ser capaces de tomar decisiones por si mismos desde las cosas sencillas como qué comida pedir en un restaurante o que vestido comprar, o de enfrentar conflictos, de hablar para llegar a acuerdos y consensos, pero sobre todo de ser creativos y aprovechar la riqueza que una buena conversación con un amigo que trae siempre de positivo, o simplemente disfrutar esas pequeñas cosas de la vida mientras se sientan a la mesa un fin de semana de vacaciones en la playa.

Intentar comenzar no permitiendo que la familia se siente a la mesa con el celular, puede ser un buen inicio para fomentar el dialogo en familia e interesarnos de esa manera en escuchar lo que cada uno quiera compartir. Recuerde, a quien hemos prometido ser fieles es a nuestras parejas y a nuestras familias, nunca a un celular ni tampoco a las personas con las que intentamos comunicarnos por medio de ellos. Sería paradójico ser fieles a las que no tenemos en frente pero no ser fieles a las que si tenemos en frente. Las personas deben sentirse amadas y las cosas usadas, nunca a la inversa.

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Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con experiencia en Psicología Social y Maestría en Matrimonio y Familia. Doctora en educación de la Universidad Anáhuac, con estudios de postdoctorado. Autora de cuatro libros, pionera en Psicología Virtual con 30+ años de experiencia.

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Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con experiencia en Psicología Social y Maestría en Matrimonio y Familia. Doctora en educación de la Universidad Anáhuac, con estudios de postdoctorado. Autora de cuatro libros, pionera en Psicología Virtual con 30+ años de experiencia.

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