Psicología Católica Integral - Mercedes Vallenilla
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Estamos ya a mitad de la cuaresma. Ese período litúrgico que la Iglesia nos ofrece de 40 días antes de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo cómo preparación para vivir de una manera más consciente ese misterio pascual.

En la segunda carta del apóstol San Pablo a los Corintios nos dice: “secundando su obra los exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios, porque él dice: en tiempo favorable te escuché, en día de salvación vine a tu ayuda. Pues ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación” (5,20-6,2)

Es tiempo favorable para la conversión del corazón. Es tiempo de perdonar.

San Pablo nos recuerda esa promesa que el Buen Pastor nos ha hecho de venir a nuestro encuentro, bajando a nuestra realidad humana y brindarnos su ayuda.

Eso es lo que está llamado a ser la Cuaresma en la vida de un cristiano. Un período que se nos ofrece para poder convertir nuestro corazón a Dios. Esto, no significa otra cosa que transformar el corazón cambiando algo viejo en algo nuevo que sea mejor. Mirar a Dios para descubrir esa mirada de amor que Él nos tiene y que desea que conozcamos, pero necesitamos invitarlo a nuestra vida para que nos ayude con su gracia a transformarla.

La promesa de Cristo es vigente hoy igual que hace dos mil años. Promete estar con nosotros todos los días de nuestra vida hasta el fin de nuestros días. Promete consolarnos. Promete ayudarnos a cargar el peso de nuestra cruz. Promete brindarnos la gracia para derramarla en nuestro corazón y no en un saco roto.

Pero para que esto ocurra somos nosotros los que debemos de mostrar en libertad ese interés de acoger y recibir esa gracia que Él por amor nos quiere otorgar.

De igual forma San Pablo menciona en algunas de sus cartas que convertirnos es transformar ese corazón de piedra en un corazón de carne que ame siempre y en todo momento, pero sobre todo que se deje amar por Dios mediante la escucha de su voz.

La palabra corazón en la Sagrada Escritura se refiere a toda la persona, a todo su interior y no a un órgano físico. Por eso en el primer libro de Samuel en 16, 7 dice: “ El hombre mira la apariencia, pero el Señor mira el Corazón».

En el lenguaje bíblico la actitud del corazón da la impronta a todo el hombre. Impronta es la huella o la marca que queda interiormente y que le da sentido a toda la existencia. El corazón es lo que define al hombre y de él es de donde sale todo lo bueno o todo lo malo. Por eso en Proverbio 15, 13 se nos recuerda que “un corazón alegre vuelve resplandeciente el rostro, pero cuando el corazón esta triste, el espíritu se torna depresivo».

Pero la manera de dejar de tener un espíritu depresivo para que el corazón se torne alegre es dejar que el amor de Dios sea derramado en ese mismo corazón para poder vivir en plenitud mediante esa experiencia del amor. Si lo llenamos de lo “malo”, de aquello que no es sano, de rencor, de odio, de división, de amarguras el corazón entonces se tornará depresivo, duro, frío, de piedra; y con ello la vida entera se tornará sin sentido.

En el Antiguo Testamento los sentimientos del hombre también eran atribuidos a Dios. Por eso se dice: El Señor se duele en su corazón (Gen. 6-6) y se elige a un hombre según su corazón (I Samuel, 13,14). Pero en el Nuevo Testamento vemos además infinidad de pasajes donde podemos apreciar de una forma clara esos sentimientos del Padre, pero ahora en el hijo que se hizo uno con nosotros, lo más parecido a nosotros para podernos animar en esta lucha que a veces representa esta vida tan llena de dolor pero a la vez con posibilidad de vivirla en el amor.

La gracia que otorga Dios es lo que puede combatir interiormente la huella del pecado original. El Señor es el único que puede quitar un corazón de piedra y otorgar un corazón de carne pero necesita que nosotros le demos permiso y expresemos en libertad ese deseo.

En el Nuevo Testamento también el corazón es el centro del alma y del espíritu. Porque el corazón es el punto de partida de la conducta humana, Dios imprimirá su ley en los corazones (Heb. 8,10) El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rom, 5,5) precisamente con la resurrección de Cristo que hizo posible todo esto.

El corazón se convierte en el «órgano» de la religión. La fidelidad a Dios no es un sentimiento es una decisión de amar a Dios siempre, en todo momento y en toda circunstancia de nuestra vida. Y Cristo con su venida no solo donó por amor su corazón, sino se donó completo cargando nuestros pecados en una muerte de cruz.

Cristo, está cargando los pecados de la humanidad sobre sus hombros, que nos está cargando a cada uno porque desea que caminemos con Él, junto a Él. Y su promesa es que con su gracia, Él desea ayudarnos a cargar el peso de nuestra cruz y que nosotros al unirnos a Él podamos cargar el peso de su cruz.

El hombre está llamado por la misericordia de Dios a ver su propia realidad limitada y pecadora con esa mirada de amor de Dios, con sus mismos ojos y Él desea a la vez mirar nuestra realidad interior con nuestros mismos ojos, pues es Él único que conoce en totalidad lo que hay en nuestros corazones.

Las heridas que muchos acumulan en el camino y que se imprimen en la psicología para luego bajar a ese corazón alejan al hombre de esta posibilidad. Es el dolor no asumido con fe, lo que hace que el corazón se convierta en un corazón de piedra pues va acumulando cada dolor como una piedra en el interior que al cabo de un tiempo endurece y entumece el corazón, cerrándonos al amor.

Es cuando la desesperanza aparece haciendo creer a la mente que “nada de lo que haga cambiará mi situación” y las personas aprenden a caminar desesperanzados.

Otros, acumulan tanto dolor en el interior en solitario, que se encierran en sí mismos viviendo su dolor en profunda soledad cortando la posibilidad de compartir el dolor con Cristo y con otros. Y cuando esto se vive por tanto tiempo, las personas comienzan a perder esa memoria afectiva del amor, no solo del amor del Creador, sino de otros olvidándose de esas experiencias positivas que la vida nos brinda a diario, además de esa conciencia de que somos hijos amados de Dios.

Muchas personas caen en crisis de confianza, no solo en la confianza en otros seres humanos, sino la confianza en los sacerdotes, en la misma Iglesia y en la bondad de las personas, porque se generaliza el error de uno en otros y de otros en todos y la persona termina dramáticamente culpando a Dios por la libertad que otros han mal ejercido.

La vida sigue su rumbo, vienen las tormentas, el desierto vivido en la soledad del dolor o de los sufrimientos que llegan también a la vida de manera abrupta o continúa y la experiencia de la cruz asumida con esta actitud ocasiona más odio, rencor, división y amargura interior.

Lo importante en la Cuaresma no es que tan lejos o separados nos encontremos de la gracia de Dios, pues para Dios no hay imposibles, sino cuánto creamos que Él puede sanar las heridas más profundas del corazón.

Esta Cuaresma, el Señor quiere que reconociendo nuestras miserias podamos acudir a Él para tener un encuentro personal con “su persona” y así sea la gracia derramada en nuestros corazones lo que nos ayude a transformar todo ese dolor en amor.

Es bueno hacer consciencia hoy qué es lo que nos impide en nuestra psicología acercar nuestro corazón a Dios. Hoy es un buen momento de sanar. Hoy es tiempo de perdonar. Hoy estamos en tiempo especial de “oferta” donde el Señor quiere derramar gracias abundantes para ayudarnos a sanar, donde podemos adquirir el boleto ganador de la lotería sin costo alguno para ganar el premio mayor de todos: el de la vida eterna.

Sabiendo que no hay ningún obstáculo real que nos separa del amor de Dios. La misericordia esta disponible para todos sin importar qué tan grande sea mi pecado y que tan abundantes sean mis miserias.

En esta Cuaresma podemos dejar que la gracia penetre todo nuestro corazón y transforme esas heridas en amor. Si queremos recibir ese amor de Dios Padre, tenemos que tomar la decisión primero de reconciliarnos con Él en nuestro propio corazón, pues las grietas que hayan quedado del pasado pueden hacer que las gracias caigan al piso como si el saco estuviera roto, porque las grietas se abren y no acogen esas gracias.

Por tal motivo, es importante reconocer en nuestra propia psicología que heridas han sido acumuladas, aquello que no quiero perdonar. Cuáles son esas piedras que he ido cargando en el camino que han endurecido mi corazón. Aquello que me hirió profundamente. Aquello que no comprendo pero que me hizo sufrir grandemente.

Si hay unidad interior el amor de Dios puede quedarse en nosotros como un contenedor y pasar a otros, pues allí es cuando nuestro corazón se abre al amor.

De igual forma, también es importante recordar que acontecimientos de nuestra historia personal nos han hecho sufrir. Todos aquellos momentos donde nos sentimos aplastados, apedreados, humillados, profundamente abandonados y podemos abrirlas con Él, ponerlas a sus pies y pedirle que las sane con su amor.

Reconciliarnos con Dios implica abrir el corazón al poder sanador de Dios. Implica aceptar eso de “malo” que hay en mí. Implica integrar en mi propia psicología aquello que no me gusta, aquello que hice del cual no me siento quizás orgulloso, aquello que me avergüenza profundamente pues no hay pecado tan grave que pueda separarnos de su amor.

Al abrir nuestras heridas a Dios estamos con ello buscando integrar esos hechos de dolor a nuestra propia psicología pues aquello que no se integra nos desintegra y nos cierra al poder sanador de Dios.

Al reconciliarnos con Dios, estamos reconciliándonos con nosotros mismos y a partir de allí es que podemos reconciliarnos con los demás. Principalmente con aquellos que tengo más cerca, con mi propia familia.

Quien se encierra en su dolor está condenado a vivir muriendo todos los días un poco a sí mismo, porque nos cierra como agua de un estanque al amor de Dios y en consecuencia al amor de los demás. Quien se abre al amor de Dios, esa experiencia no solo sana, sino que nos convierte en un rio cuya agua pasa constantemente y se llena de vida y da vida a otros porque recibe y dona el amor que experimenta de Dios estableciendo relaciones recíprocas de amor.

Necesitamos darnos cuenta que no estamos solos. Cuando Jesús oraba decía: “Padre Nuestro que estás en el cielo”. Al decir “nuestro” estaba usando un pronombre personal como señal de que podemos todos hacerlo “nuestro”. Dios Padre, es nuestro papá.

Al decir que está en el cielo en el contexto bíblico significa que está por encima de nosotros con un poder tan grande mayor a todo poder humano, incluso de lo que el espíritu del mal a veces nos hace creer o de aquel dolor que nos hirió profundamente.

Dios Padre se nos revela como un Dios con una enorme grandeza, “Altísimo”, pero a la vez como un Dios cercano, amable, comprensivo, bondadoso que nos da confianza pero a la vez seguridad en el camino pues al experimentar su amor nos sentiremos siempre protegidos. Un Dios Padre que nos amo tanto que escogió como plan de salvación para nuestras vidas enviar a lo que mas amaba: a su propio hijo.

Dios Padre quiere en esta Cuaresma que optemos en libertad por Él. Pudo rescatarnos de otra forma, pero escogió por amor enviar a su propio hijo a morir en la cruz. Por amor quiere que optemos por Él. Por amor Cristo acepta morir por nosotros. Por amor entregó a su único hijo. Por amor quiere que seamos libres. Por amor quiere que acojamos este tiempo para perdonar. Es el Espíritu Santo quien nos abre ese deseo de abrir nuestro corazón por amor a Dios para sanar.

Los teólogos dicen que Dios es Uno y Trino. Nos hablan del misterio de la Santísima Trinidad, como un Dios que es uno pero a la vez tres personas diferentes representadas por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Los filósofos dicen que Dios es omnisciente, significa que Dios conoce todo y a todas las cosas reales y posibles, visibles o invisibles pues es su creador.

Los psicólogos mantienen en su mayoría que Dios no tiene cabida en la psicoterapia y depende más bien de la corriente donde se sitúen niegan su existencia o lo definen de diversas maneras y otros pocos lo incorporamos en nuestros abordajes como eje central de nuestra praxis. Pero lo importante en esta Cuaresma que inicia en este Año Santo jubilar, es que no nos preguntemos tanto en lo que creen los demás, sino más bien preguntarnos ¿Quién es Dios para mi?, ¿ Y qué quiero que sea para mi vida?

Hoy, es tiempo de sanar, es tiempo de perdonar. Tenemos por delante 40 días de oportunidades. El cielo esta en barata con muchas ofertas de gracias, de reconciliación, de perdón, de misericordia y de amor. No desaproveches este tiempo especial que se nos ofrece como una valiosa oportunidad para sanar. Porque nunca es tarde para cambiar tu vida.

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Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con experiencia en Psicología Social y Maestría en Matrimonio y Familia. Doctora en educación de la Universidad Anáhuac, con estudios de postdoctorado. Autora de cuatro libros, pionera en Psicología Virtual con 30+ años de experiencia.

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Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con experiencia en Psicología Social y Maestría en Matrimonio y Familia. Doctora en educación de la Universidad Anáhuac, con estudios de postdoctorado. Autora de cuatro libros, pionera en Psicología Virtual con 30+ años de experiencia.

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