Psicología Católica Integral - Mercedes Vallenilla
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En México disfrutamos de la hermosa tradición de las posadas navideñas. Esas tradiciones donde se van entregando costumbres de generación en generación. Muchas de estas tradiciones son llevadas por inmigrantes mexicanos a otros países y vividas con emoción y cierta nostalgia en el interior.

Las posadas navideñas históricamente fueron tomadas del pueblo indígena por los misioneros católicos para darle un sentido cristiano a una fiesta netamente pagana. Los misioneros aprovecharon sabiamente esta cultura popular para darle un significado cristiano. De esta manera, se invitaba al pueblo a los atrios de las Iglesias para rezar el rosario en medio de cantos y representaciones del evangelio que ayudaban a recordar los 9 meses de espera de José y María y su peregrinar en busca de posada donde naciera el Niño Dios. Al finalizar la actividad, los misioneros entregaban frutas y dulces como una manera de agradecer las gracias recibidas a aquellos que acogían este misterio en sus corazones.

Las posadas que se viven tradicionalmente en México desde comienzos de diciembre justo antes de la víspera de navidad. Ellas, nos hacen preparar nuestro corazón para el nacimiento del Niño Jesús y nos permiten al recordar su peregrinaje el poder acompañarlos con nuestro recuerdo. Actualmente se viven en diferentes ámbitos tanto familiar como laboral como una hermosa tradición donde se ha sumado el canto en dos bandos de personas que intercambian coros de canciones donde un grupo de peregrinos pide posada a otro que se encuentra del otro lado de la puerta y responde con coros a esa petición en un diálogo de amor; de esta manera se simboliza ese peregrinar de la familia de Nazaret que fue tocando puertas pidiendo posada.

Además de ello, la tradición moderna ha sumado las frutas y los dulces a una piñata de siete picos. Los siete picos de la piñata representan los siete pecados capitales. El acto de romper la piñata, representa la destrucción del mal y el triunfo del bien. Taparle los ojos a la persona que le pega a la piñata, significa la fe ciega que debemos de tener y la confianza plena en Dios. Los frutos que se derraman de la piñata, representan esos frutos que la gracia otorga al alma, todas esas cosas buenas que se desprenden en el seguimiento del cristiano.

Las posadas representan una hermosa tradición. Como muchas de las tradiciones que se viven en otros países heredadas de la evangelización que a su vez se unieron a las diferentes culturas que existían en esos momentos, estan llamadas a recordarnos para ayudarnos a vivir de una manera más profunda la Navidad para que podamos preparar ese corazón para el nacimiento del Niño Dios.

Después de todas las formas en que en cada país y en cada cultura se haya vivido el adviento como preparación a la navidad además de la Liturgia universal de la Iglesia, finalmente hemos llegado al gran día: mañana nace el Niño Jesús. Ese pequeño niño que nació en una ciudad llamada Belén que significa “la casa del pan” pues como bien lo había anunciado la profecía de Miqueas “y tú Belén de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, pues de ti saldrá un jefe que apacentará a mi pueblo Israel” (Miq 5,1)

La casa del pan, porque nació el pan de vida. Aquel que nació para darnos vida, no solo aquí en la tierra sino la vida eterna. Ese niño Jesús que nació para luego de morir quedarse con nosotros en el pan de la eucaristía como estaba anunciado por los profetas.

Cuánto simbolismo encontramos de igual forma en el pesebre de Belén. María y José, humildes y sumisos buscando como peregrinos una posada donde pudiera nacer el Niño Dios. Ese peregrinar se parece mucho al peregrinar que todos tenemos en esta vida en nuestro caminar hacia el cielo. Al igual que ellos, nuestro peregrinar tampoco es fácil, esta lleno de las mismas dificultades y circunstancias que ellos vivieron: la noche oscura, los problemas que encontramos en la vida diaria para poder atender nuestras necesidades básicas, la indiferencia de la humanidad y de las personas que nos rodean cuando pasamos un acontecimiento de dolor. El miedo por las acechanzas del camino y a lo desconocido. La soledad del dolor. Todo el mundo ocupado en lo suyo. Muchos negándole la posada, pues ni siquiera sabían quien iba a nacer. Otros, escondidos del miedo. Muchos en pecado.

María en medio de la noche –quizás -con dolores de parto-, sin tener donde recostar la cabeza. Una noche oscura sin poder ver claro donde podría encontrar un lugar donde tener a su bebé. Y José, acogiendo la voluntad de Dios con tanto amor y con tanta confianza. Tocando puertas y caminando sin parar con su confianza puesta en Dios. Qué parecido fue este peregrinar de José y María al diario peregrinar que tenemos todos hoy en día. Desde el vientre de su madre, el Niño Jesús quiso que nos identificáramos con Él. Desde antes de nacer, quiso que su vida fuera lo más parecida a la nuestra, porque Él quiso ser un ejemplo para nosotros lo más cercano posible que pudiera.

El pesebre que expresa la sencillez del lugar donde nació el redentor. Ese contraste entre la pobreza versus la grandeza, todo concentrado en un mismo lugar, en una misma persona. El pesebre que está llamado a ser como nuestro corazón. Un corazón sencillo sin muchas complicaciones, con espacio interior para que pueda nacer el Niño Dios en él. Esa humanidad del hombre que representa tanta pobreza por el pecado original versus la grandeza que puede habitar en nuestros corazones si acogemos el amor del redentor con humildad.

Los Reyes magos, que no eran en realidad reyes, sino sabios orientales que estudiaban la astrología que son movidos en su interior por la gracia que brinda Dios para adorar al Niño y que quizás en cierto modo representan esa sabiduría que Dios otorga a aquel que desea vivir su vida en el seguimiento de Cristo. Los santos reyes que siguieron la estrella de Belén y que al llegar al pesebre le obsequiaron oro por ser rey, incienso por ser Dios y mirra por ser hombre. La actitud del hombre sabio que al decidir en libertad seguir a Cristo, rinde alabanza y culto únicamente a quien debe rendirlo en esta vida: al hijo de Dios.

La estrella que guió a los reyes, como un signo visible del amor de Dios que se encuentra en el cielo y que nos guía al encuentro con nuestro Salvador hoy igual que como guió a los reyes. Esa estrella que representan esos signos visibles del amor de Dios en nuestras vidas, la fe que nos brinda luz para nuestro peregrinar y que Él quiere suscitar en nuestras vidas para llevarnos al encuentro con nuestro salvador, pero que tenemos que tener fe para poderlo percibir y acoger.

El niño que nace desapercibido ante la humanidad pero en la presencia de dos animales: la mula y el buey. “Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo” dijo el profeta Isaías (Is. 1,3) La mula y el buey que representan a toda la humanidad desprovista de entendimiento antes del nacimiento de Jesús, pero que custodian su nacimiento y nos indican que ahora con la presencia del niño podemos y necesitamos de su alimento para poder tener vida y una verdadera vida. Ellos representan a la humanidad que está llamada a reconocer quien le da el alimento para tener acceso a la verdadera vida que es la eterna y le da un nuevo sentido y un nuevo entendimiento a quien no lo tenía antes de conocerlo.

La elección de los pastores como los primeros que fueron avisados del nacimiento del Cordero de Dios nos habla de la conexión con las raíces del pueblo de Dios. El pueblo de Dios surgió de un pastor: Abraham. Moisés vivía como pastor. El rey David es ungido cuando era pastor. En las profecías del antiguo testamento se insisté que el Mesías sería pastor: «Yo suscitaré, para ponérselo al frente, un solo pastor que los apacentará, mi siervo David, él los apacentará y será su pastor» (Ez 34,23).

Dios mismo llama a su pueblo su rebaño. Jesús se llamará el Buen Pastor. Los pastores anunciarán al Pastor del nuevo Pueblo de Dios que acaba de nacer. Ellos por ser los primeros a los que se reveló la noticia del nacimiento del redentor, estaban llamados a esparcir y comunicar la noticia: la buena nueva. Parece que los pastores representan a todos los sacerdotes del mundo y a todo aquella persona que se convierte en testigo del amor que comunica la buena nueva para trasmitirla a otros. Que salen a esparcir la noticia con prontitud porque un fuego los quemaba en el corazón. El fuego del amor que Jesús quiere prender al hacer morada en nuestro corazón.

El nacimiento de Belén nos recuerda todo esto. En el vemos expresada la bondad de Dios Padre con el género humano que envió a su hijo para que tengamos una verdadera vida al abrirnos las puertas del cielo. Nos expresa la paz entre los hombres y entre los pueblos y la unión entre las familias al ver el ejemplo de la pequeña familia de Nazaret como una pequeña iglesia doméstica.

El centro de toda la navidad debe estar en Jesús quien nace porque desea hacer una morada en nuestros corazones. Él necesita de nosotros. Él quiere estar con nosotros. Y nos invita a pasar de las posadas que nos ayudan a preparar el corazón a hacer una morada para que podamos ofrecerle nuestro corazón para cobijarlo con nuestro amor y Él con el suyo.

Nuestro corazón está llamado a ser ese pesebre interior donde puede nacer el Niño Dios. No importa como esté; así de sencillo, pobre, quizás un poco sucio Él desea nacer en él. Solo necesita que nosotros queramos, humildad y sencillez para acogerlo. Que nuestro corazón se parezca un poco a ese pesebre de Belén.

Ojalá y no desaprovechemos esta nueva oportunidad que Él en su bondad nos quiere regalar una vez más. Él quiere sanar nuestras heridas con su gracia. Él quiere darnos con su amor la fortaleza para continuar. Él quiere que nos experimentemos profundamente amados. Él quiere que su amor llene todo nuestro interior. El Niño Jesús hoy quiere nacer en tu corazón.

!Feliz Navidad a todos!

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Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con experiencia en Psicología Social y Maestría en Matrimonio y Familia. Doctora en educación de la Universidad Anáhuac, con estudios de postdoctorado. Autora de cuatro libros, pionera en Psicología Virtual con 30+ años de experiencia.

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Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con experiencia en Psicología Social y Maestría en Matrimonio y Familia. Doctora en educación de la Universidad Anáhuac, con estudios de postdoctorado. Autora de cuatro libros, pionera en Psicología Virtual con 30+ años de experiencia.

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