Psicología Católica Integral - Mercedes Vallenilla
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En varias ocasiones he escrito acerca del pasaje del Éxodo donde Moisés dialoga con Dios para intervenir por su pueblo. Un pueblo de dura cerviz, que a pesar de las muchas pruebas donde habían sido salvados por Dios, donde ese Dios había intercedido por ellos, seguían regresando a sus viejas prácticas paganas. 

Dios se molesta y podemos especular en estricto sentido humano, que parece que “perdió la paciencia”. A pesar de las advertencias y de todo lo vivido en el Éxodo de Egipto, a pesar de haber transitado por el desierto, de haber sido liberados de la esclavitud, de haber visto el mar abrirse en dos, de haber salido airosos en ese paso hacia una nueva vida no podían contenerse de saciar por medio de sus viejos hábitos sus vicios.

Dios había llamado a Moisés a la montaña para revelarle los mandamientos del amor. Pero ese pueblo no estaba respondiendo con amor a la altura de las circunstancias, del entorno y de todo lo vivido. Por el contrario, actúa regresando a la perversión, en el completo olvido de lo que las pruebas le habían enseñado, ignorando el momento histórico en el que se encontraban. Parece que se hacían “de la vista gorda” de ese contexto, regresando a la vida de “antes” como si no hubiera pasado nada. 

Parece -por su comportamiento- que estaban ya en la tierra prometida y no vagando en el desierto. Rodeados de la incertidumbre que rodeaba sus propias vidas por las circunstancias de vida. Ignorando las muertes, el hambre, las amenazas y todo lo que sucedía, ignorando ese miedo útil que nos protege en situaciones adversas a lo desconocido.

Es así como el Señor le dijo a Moisés: “Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo… Se han desviado del camino que yo les había señalado, y se han hecho un toro de metal, y se postran ante él, y le ofrecen sacrificios… Veo que es un pueblo de dura cerviz…, y mi ira se va a encender contra ellos… ¡Señor!, dijo Moisés, ¿se va a encender tu ira contra tu pueblo que sacaste de Egipto con gran poder..? ¿Tendrán que decir los egipcios que con mala intención los sacaste para hacerlos morir en las montañas y exterminarlos‟…? Por favor, acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac…. Y el señor se arrepintió de su amenaza… (Éxodo 32,7-14)

Yahvé hace lo que hace un padre que se molesta con su hijo. Lo acusa con su madre diciéndole: “tu hijo” porque afectivamente al sentirse defraudado separa al equivocado de su amor por la traición; como una forma de expresar dolor y a la vez, desvinculación afectiva siendo esta una de las formas más comunes de reprimenda del ser amado para brindarle con ello la oportunidad a la reflexión que conduce a la reconciliación.

Pero Moisés interviene como muchos de los profetas que vemos en el Antiguo y Nuevo testamento. Interviene como lo hubiera hecho una madre por su pueblo regresando ese vínculo afectivo por medio de la restauración del afecto diciendo: “Señor, es tu pueblo”. Igual que una madre le diría a un padre ofendido: “es tu hijo”. Así apela al amor. 

Esto es una llamada al amor para restaurar lo perdido, para hacer crecer la relación, avanzando en el perdón. Un amor que opera solo cuando juntamos dos palabras mágicas: miseria con misericordia. Reconocimiento con perdón. Perdón con resurrección. Condición básica para que podamos avanzar y crecer en el amor. Pero, necesita existir un reconocimiento previo del error cometido. Si no, no se puede avanzar para transitar en el camino del dolor hacia el perdón.

A pesar de que muchas veces he reflexionado sobre este pasaje del Antiguo testamento, del rol que Moisés tuvo guiando a su pueblo y del infinito amor del Abba Pater, hoy reflexiono en el pueblo de Dios. Un pueblo descrito como de dura cerviz por su incapacidad de comprender -ante que- y -ante quien- estaban o peor aún -en el paso- en que se encontraban.

Esta reflexión vino a mí en un diciembre 2020 muy diferente al que siempre acostumbro a vivir. Un diciembre de pandemia rodeada de tantas personas muriendo a mi alrededor. Unos llorando, otros bailando. Unos sufriendo el dolor de la pérdida, otros como si nada estuviera pasando. Unos sin tener con qué comer por la pérdida del trabajo, otros gastando el dinero que heredaron o que quizás con su trabajo han tenido el privilegio de duplicar. Unos vinculados al contexto por la experiencia de pérdida en el dolor aunque fuera del dolor ajeno, otros desvinculados del contexto porque el dolor no les tocó el corazón. 

En la sociedad de hoy veo el mismo comportamiento del pueblo de Israel en el Éxodo de Egipto pero ahora desde esta perspectiva de pandemia. Un pueblo que había sido liberado de la esclavitud por Dios después de una larga espera, que en ese paso hacia la nueva vida vivieron muchas vicisitudes, pero que una y otra vez habían sido rescatados. Que vieron milagros, que vieron sufrimiento, que observaron el poder del omnipotente para darse cuenta de que existe uno solo que es el verdadero dador de la vida, que cayeron, pero que fueron levantados del infierno de la esclavitud es esta vida.  

A pesar de todo lo vivido, de estar en un Éxodo viviendo en el desierto, sin todo aquello que le pertenencia así como todo un modo de vida que tuvieron que dejar atrás, estando rodeados de perdidas materiales de aquello que tuvieron que dejar atrás; y además, de pérdidas humanas de aquellos que se quedaron en las duras condiciones del camino. A pesar de ello, no podían frenarse en sus deseos humanos de seguir la vida “como si nada estuviera pasando”, ignorando el contexto, sin hacer consciencia de dónde se encontraban. 

Un pueblo que no podía detenerse en sus deseos de bailar, de regresar a sus viejas prácticas, de saciar sus vicios, de vivir en desequilibrio, no acorde a las circunstancias en las que estaban sumergidos porque el hedonismo pudo más en ellos.  A pesar de la advertencia del mal que podía acecharlos, siguieron cayendo una y otra vez porque siguieron ignorando tantas advertencias y señales que surgen como signos en el camino. 

Este diciembre observé lo mismo. Personas que vivieron esta pandemia como si nada pasara. Los fanáticos religiosos que creen que la fe por si sola te protegerá de un virus altamente contagioso sin darle el justo lugar al rol que la fe tiene en la vida de una persona, pensando que la misma es un escudo protector de la negligencia y la irresponsabilidad. Personas que han expuesto a otras sin conciencia social para contagiar al que menos tiene o al que no tiene seguro médico porque “nada va a pasar” como si la certeza de la vida la tuvieran asegurada.

Otros que han vivido todo esto hablando obsesivamente de teorías de conspiración para abonar al desosiego de la gente sin prudencia y sin evidencia científica confundiendo a especular con la verdad. Sin comprender que en tiempo de crisis la prudencia es una de las mejores medicinas para mantener la calma y la ecuanimidad. Que si especulas confundes, creas miedos inútiles, pero sobre todo división afectando la unidad social que conduce a la responsabilidad, que da cauce al deber ser social. 

Otros que no pueden parar de usar sus juguetes autocompensatorios, viviendo como si nada pasara, con una omnipotencia que solo pertenece a Dios, como si su dinero los protegiera de salir exentos de esta pandemia, sin recordar que la libertad va con la responsabilidad. Para cuando “los alcanzó el Covid” después de abrazarlo con cada uno de sus actos, sentarse a asumir el rol de víctima pretendiendo ser unos “pobrecitos” de la vida; posando culpa por las consecuencias que solo pueden atribuirse a sus acciones milimétricamente irresponsables. Maximizando el efecto en ellos, borrando la culpa que diluye la responsabilidad y así, traspasándola al mejor postor: al demonio o al Covid-19.

Otros, criticando al inmunodeficiente o al hipertenso, o al diabético que si se cuida porque ya ha estado en un lugar parecido y no quiere exponerse o exponer a su familia. Forzado a vivir como no desea en su libertad vivir, siendo criticado por el rígido que carece de empatía porque la vida nunca lo ha colocado en la posición de aquel que critica. 

Otros, infundiendo por medio de la religión miedo. Usando la técnica milenaria de la conversión por medio de la condenación, que borra el amor del creador que invita y no se cansa de invitar a su casa para así ser capaces de finalmente voltear la mirada hasta el último aliento de vida a quien tiene el poder de perdonarnos, pero por las motivaciones correctas, no por miedo al infierno sino por anhelo al cielo. 

Puedo seguir con mi análisis como psicóloga social. Y puedo seguir descifrando los roles polares que unos y otros han asumido dentro de esta gran diversidad social. En esta gran jungla de asfalto en que todos nos encontramos en medio de este virus tan letal.  

Sin embargo y a pesar de los diversos roles que todos hemos asumido, se nos ha olvidado que todos -sin excepción- estamos en esto y que en esta pandemia hemos sido afectados todos por igual sin importar el dinero, los estudios y la clase social. Todos hemos estado expuestos a algo que como ruleta rusa puede llevarnos a la tumba sin que realmente sepamos a ciencia cierta a nivel biológico cómo y por qué unos sí y otros no.

Creo que esto aún no es asimilado por la mayoría. Por eso, podemos observar el mismo comportamiento que el pueblo judío en el Éxodo de Egipto, solo que en el año 2020. Un pueblo que en su mayoría -quizás- no ha aprovechado esta oportunidad para cuestionar el camino, para reflexionar qué necesita cambiar, para obedecer finalmente al omnipotente. Para cambiar de rumbo la propia vida. Para corregir el error y de una vez por todas, asumir responsabilidad sobre aquello que finalmente hay que parar, para así cambiar. 

Por el contrario, hemos visto a un pueblo que en diciembre no pudo parar de festejar como si nada hubiera pasado, sin que sus pies tocaran la tierra del realismo; y justamente por ello, en consecuencia hoy está enterrando a sus muertos por unas horas de baile, regalos y festejo. Años de vidas esfumadas a cambio de unas horas de diversión. Justamente porque estaban desconectados de la realidad del contexto que interiorizada, invitaba a conectar con la realidad que todos tenemos de ser simples seres humanos mortales. 

Algunos de nosotros hemos recibido el encargo de ser mensajeros para intentar alzar la voz mucho antes de esta pandemia. Otros orando. Todos desde nuestros roles exhortar a este pueblo mientras subimos la mirada al cielo diciendo: “Padre, es tu pueblo, por favor dale una oportunidad de poder reflexionar y así cambiar para avanzar hacia la eternidad”.

Así me veo y así nos vemos en este paso hacia la mejor vida. Aportando con amor para ayudar a otros a hacer una diferencia en sus vidas. Como siempre, ante un Dios que respeta nuestra libertad, pero que requiere de nuestra colaboración para salvarnos, para sanarnos, para rescatarnos, restaurarnos y finalmente transformarnos. 

Hoy como Moisés invoco a mi Dios pidiendo una prórroga para mi pueblo. Me descalzo ante esta tierra sagrada sobre la cual está cayendo este torrencial de agua para reflexionar sobre mi propia vida y pedir por mi pueblo. Un pueblo que le faltaba antes de la pandemia un gran baño de realismo, pero cuando los signos de los tiempos lanzaron esta cascada de realismo sobre todos, muchos sacaron el paraguas para pretender que todo este baño de realidad no era con ellos como si vivieran fuera del planeta tierra. 

Hoy pido por todos. Por aquellos que se unen a mi clamor por un ápice de conciencia.  Pido por las almas de aquellos que están partiendo, por sus familiares quienes están aprendiendo a duras penas esta gran lección. 

Mientras tanto, también en el medio se van las almas víctimas que parten al cielo habiendo tenido consciencia plena para -quizás- purificar a aquellos que no se mojan aún de este gran baño de realismo porque siguen más bien sumergidos en el hedonismo, la soberbia, el egoísmo y el desamor. 

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Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con experiencia en Psicología Social y Maestría en Matrimonio y Familia. Doctora en educación de la Universidad Anáhuac, con estudios de postdoctorado. Autora de cuatro libros, pionera en Psicología Virtual con 30+ años de experiencia.

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Mercedes Vallenilla

Psicóloga católica con experiencia en Psicología Social y Maestría en Matrimonio y Familia. Doctora en educación de la Universidad Anáhuac, con estudios de postdoctorado. Autora de cuatro libros, pionera en Psicología Virtual con 30+ años de experiencia.

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