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Sentir lo peor, esperar lo mejor

Todos deseamos que la vida sea un paseo por el campo en un día de primavera observando lo verde de la naturaleza, los pájaros volar y las aguas de los ríos correr bajo un hermoso cielo azul rodeado del amor más puro de todos: el de la familia. Así es como emprendemos muchos proyectos personales, familiares y a veces profesionales. Así es como se sienten unos jóvenes el día de su matrimonio al salir de la iglesia, un emprendedor que inaugura su negocio o cuando vemos nacer a un hijo. Con un gran entusiasmo y quizás, con esta idea en la mente por la enorme esperanza y las ilusiones que albergamos en el interior.

Pero los que hemos vivido un poco más de tiempo experiencias de sufrimiento y de dolor constantes, sabemos que esto no es así. Sabemos que la vida misma implica que este camino muchas veces se vaya transformando en un paseo con frío, lluvia y niebla, donde quizás no estamos tan a gusto porque no vemos claro hacia dónde nos dirigimos.

la esperanza cristianaEn medio de ello, la niebla se convierte en una noche oscura, esa noche del alma donde nos experimentamos solos, nos sentimos abandonados y sin las ilusiones de ese primer día. También podemos pasar de allí al desierto, ese lugar árido donde tenemos mucha sed, pero no encontramos un oasis donde saciarnos, y pensamos qué sentido tiene vivir y en qué parte del camino sucedió esto. Recordamos con nostalgia los buenos momentos y surge un gemido del interior por el deseo de retornar a esos momentos pero no saber cómo hacerlo.

Las ilusiones de ese primer día ya no están. Y todo aquello por lo que se luchaba hasta el cansancio no existe ya. Nada de lo que antes motivaba, motiva ahora. Y nos preguntamos dónde está Dios en ese momento de nuestras vidas. Dónde quedaron el pasto verde, el agua correr y los pájaros volar. Hasta que llegamos a perder la esperanza en un mejor mañana.

La esperanza a nivel psicológico es algo muy importante porque nos permite creer que nuestra situación puede cambiar. Nos permite creer que algo bueno puede suceder. Pero cuando esa esperanza psicológica se pierde, surge la desesperanza aprendida y nos convencemos de que nada de lo que hagamos puede cambiar nuestra situación. Y creemos esto tan fuerte, que dejamos de luchar, nos abandonamos a nuestras ilusiones, deseos y anhelos, por más nobles o materiales que estos sean como sino fuéramos merecedores de ello y de una felicidad que antes si soñamos pero sobre todo esperábamos.

Cuando se pierde la esperanza a nivel psicológico, se pierde también a nivel espiritual. Y perder la esperanza a nivel espiritual es mucho más grave porque le impedimos a Dios que pueda trabajar en nuestras almas y le decimos con ello, que su poder no es suficiente para ayudarnos.

Por eso, en este período litúrgico es tan relevante recordar el sentido que tiene la esperanza cristiana y como se representa a su vez en su identidad en la psicología. Justamente porque sin esperanza no podemos entonces creer en la resurrección del Señor, quizás con dificultad en lo racional pero no en la plenitud que esto significa para nuestra alma y todo nuestro ser.

La esperanza a nivel psicológico es una emocionalidad, donde se nos presenta en nuestra mente como posible aquello que anhelamos. Es aquella que nos da fortaleza para seguir adelante cuando incluso sentimos que todo está perdido. Es aquella que nos brinda consuelo en los peores momentos. Es la que nos inspira, nos motiva y nos ayuda a ser perseverantes. La esperanza es aquel conjunto de pensamientos y creencias que nos ayudan a encontrar caminos para alcanzar nuestras metas más profundas y nos brinda a su vez confianza de que podemos alcanzarlas.

La esperanza por lo tanto, tiene a nivel psicológico, un componente emocional y otro cognitivo. El emocional conformado por esos sentimientos que nos impulsan y nos motivan a continuar, y el cognitivo conformado por los pensamientos y creencias que sostienen nuestra voluntad. Pues no somos capaces de perseguir nada sino experimentamos algo de motivación y sino creemos que eso que perseguimos en algo vale la pena. Y allí, confluye el aspecto motivacional conformado por ambos elementos que conforman a su vez la esperanza a nivel psicológico.

Cuando perdemos la esperanza a nivel psicológico la mente comienza como espiral a hacer un sesgo negativo, donde el cerebro -por sentido de supervivencia- busca prestar más atención a los acontecimientos negativos de la vida cotidiana que a los positivos y la percepción de la realidad se sesga distorsionando la realidad objetiva, no solo a nivel personal sino familiar. Esto ocurre porque la mente cree que estamos en peligro y desea preservar nuestra estabilidad y supervivencia comprometiendo nuestra atención con el aparente suceso.

En este contexto si la mente falla interviniendo racionalmente para poder ordenar la mente del acontecimiento vivido, entonces surge otro sesgo que se llama sesgo confirmatorio, donde la mente solo comienza a atender, prestar atención y hacer consciente solo los hechos o acontecimientos negativos que confirmen lo que ya nos hemos creído y descartan los acontecimientos o hechos positivos que desmiente lo que hemos creído.

La realidad es que está demostrado que aunque estemos viviendo situaciones difíciles, vivimos más acontecimientos positivos que negativos (off set positivo) solo que por este sentido de supervivencia, el cerebro hace que le prestemos más atención a los negativos que a los positivos.  Pero ¿cómo podemos entonces recuperar la esperanza a nivel psicológico? Y con ello, poder matizar y encauzar a estos dos sesgos y que no nos dominen a nuestra mente alterando nuestra percepción de la realidad objetiva.

Lo primero es que podamos comprender que si podemos sentir lo peor y a su vez esperar lo mejor. Los sentimientos negativos no deben impedirnos el que podamos a pesar de ellos, esperar lo mejor de nuestras circunstancias de vida y de la situación que se nos presenta. Para ello, necesitamos ensanchar nuestras emociones positivas intentando hacer consciente todos aquellos momentos y circunstancias de vida que nos permiten experimentarlas, sin confundirlas con placer o con una felicidad superficial o efímera que proviene de los vicios o auto compensaciones, sino conectar con esos momentos que son positivos pero que muchas veces no los hacemos conscientes.

También es importante no asumir un rol de víctima. Pues una persona que se compadece constantemente de su situación se experimenta como una pobre victima de la vida y de las circunstancias y eso le impide abrirse a la esperanza, asumir responsabilidad sobre su situación y hacer algo para movilizarse por salir de ella. Vincularse afectivamente de forma sana y natural con diferentes círculos de familiares y amigos ayuda mucho a la mente a quitar el foco sobre lo negativo, favoreciendo el que podamos no solo ver la realidad y aquello positivo que nos pasa, sino generar emociones positivas.

Buscar brindar una mano al que sufre ayuda mucho a recobrar la esperanza porque no solo nos otorga la oportunidad de poder donarnos por amor a otros y eso a su vez nos retorna más amor, sino porque nos ayude a ver que hay personas que sufren mucho más que nosotros y que tienen realidades muchos más difíciles de las que podemos estar pasando y eso nos hace relativizar la nuestra en su justo lugar y valor.

También puede ser de mucho valor el segmentar la meta para vivir lo que me toca hoy. Mantener una atención plena sobre el presente y vivir atendiendo a la dificultad del hoy  sin buscar anticipar el mañana, porque podemos experimentar interiormente un enorme peso y eso nos cierra a la esperanza, haciéndonos claudicar al esfuerzo que tenemos que invertir.

Por último, podemos priorizar para crear circunstancias favorables que nos puedan ayudar a continuar y hacer una lista de aquellas cosas que tenemos que agradecer, que son buenas y positivas. Como dice el refrán “contar nuestras bendiciones”.

Pero si nos quedamos solo con estas recomendaciones a nivel humano para recuperar la esperanza psicológica, estaremos solo a medio camino. El recuperar la esperanza a nivel de nuestra mente es el primer paso y el camino que nos ayudará a transitar para llegar a la esperanza a nivel espiritual.

La esperanza espiritual es una virtud teologal. Es una disposición constante del alma que impulsa las acciones del hombre conforme a la ley moral, y que tiene como objetivo y fin a Dios. Una virtud es algo que deseamos vivir a diario por ello se constituye como en un “buen habito del alma”. Pero la esperanza no puede comprenderse sola, sino se comprenden las otras dos virtudes teologales como son la caridad y la fe.

La caridad por tanto, es el amor. Es tan importante que la llamamos “virtud reina”. Es por amor y en el amor donde el ser humano vive su existencia plena. Por amor vinimos al mundo y por amor seremos juzgados y por el, Cristo murió en la cruz, solo por amor al Padre y a nosotros sus hijos para que pudiéramos alcanzar el amor mas pleno de todos.

El amor es la fuerza que mueve al mundo, por ello San Pablo dijo en su carta a los corintios “Aunque tuviera tanta fe como para trasladar montañas, sino tengo amor no  tengo nada” (1 Cor 12,2) San Juan de la Cruz dijo “a la tarde, se te examinará sobre el amor” y la Madre Teresa de Calcuta dijo “sin una mano dulce dispuesta a servir y un corazón generoso dispuesto a amar, no creo que se pueda curar esta terrible enfermedad que es la falta de amor” Ellos, al igual que todos los santos, dieron una importancia vital al amor.

La esperanza cristiana, por tanto, es como si fuera la pecera donde necesita habitar el amor. Es el lugar, el hábitat, el espacio adecuado, donde solo el amor puede florecer en el alma, experimentarse y vivir para ello. No solo de parte de Dios, sino del amor que proviene de los demás. Esto quiere decir que sin esperanza cristiana, es difícil que pueda un alma abrirse al amor, porque sería como si esperáramos que un pez viviera en una pecera sin agua. Usando el sentido común, no podemos donar amor por medio de la voluntad, sino creemos que vale la pena hacerlo y sino tenemos en el interior albergado la esperanza de que esa entrega o acción puede tener una repercusión positiva para nosotros y para otros.

Y la fe, complementa esta triada. Creer en aquello que no se ve, pero que se cree desde el interior que es posible; y porque se cree, se espera con ilusión y alegría. Aquello que parece imposible, la fe lo hace posible, por el simple milagro de creer. San Juan Climaco decía que el hombre de fe no es solamente el que cree en Dios, sino el que cree que lo puede obtener todo de Dios. Santo Tomás decía “Señor, creo, aunque no vea”.

Hay muchas personas que sus experiencias negativas, sus mismas heridas emocionales, su vanidad y ego, les ha hecho creer que Dios no puede hacerlos felices. Y buscan por ello la felicidad en todas las cosas y todas partes, menos en Dios. Fama, poder, auto compensaciones de todo tipo, incluso camuflajeadas bajo un bien a otros, pero que a la larga llevan al hombre a experimentar un enorme vacío existencial, donde se siente que se tiene todo, pero algo falta. Otros, que si piensan que Dios puede hacerlos felices, pero se llenan de miedos, de angustias, de mucha intranquilidad y no buscan a Dios consumiéndose en un quehacer sin sentido.

El desaliento llega a la puerta del alma, con un cansancio que se experimenta en que la vida ha comenzado a perder su sentido en todo aquello que antes ilusionaba. Del desaliento, se pasa a la desconfianza porque se deja creer en todo lo bueno olvidándose de la experiencia vivida y con ello, se debilita la voluntad porque ya no se percibe como posible aquello por lo cual se luchaba. El hombre se abandona a las circunstancias de turno y se deja con ello de aspirar a la verdadera felicidad.

La duda afecta la fe. La desconfianza a la esperanza. Y el pecado al amor. Y en este escenario, necesitamos que renazca la esperanza, una verdad donde apoyarnos y una promesa que recordar. Y esa promesa es que Cristo vino a morir por mi y por cada uno de nosotros. Entrego su vida justamente para que seamos felices en esta tierra y con ello, podamos aspirar a la verdadera vida que será en el cielo.

Pero sin la esperanza a nivel psicológico y mucho menos la espiritual, esto no será posible. Pues quien vive en el presente sin esperanza, vive de la queja; mientras quien se abre a la esperanza se abre a un futuro lleno de muchas cosas positivas y buenas, lleno de amor porque vive la promesa hecha por Cristo de nunca dejarnos solos y de hacernos muy felices, si lo acogemos en nuestro interior.

En este periodo de la Pascua donde celebramos la resurrección, Cristo viene a renovar esa promesa de estar con nosotros siempre, en todo momento, en toda circunstancia todos los días de nuestras vidas. Pero debemos abrirnos a la esperanza, para que esto sea posible, sabiendo que de Dios obtendremos tanto como esperamos (San Juan de la Cruz) y que Dios nos dará según nuestra esperanza. Su gracia puede transformar toda nuestra mente y nuestra alma. Todo nuestro ser. Solo debemos de abrirnos a ella ¡Felices Pascuas de Resurrección!

Mercedes Vallenilla

Mercedes Vallenilla

Psicóloga Católica Virtual / Conferencista Internacional / Escritora / Blogger / Candidata a Doctora en Psicologia

Psicóloga con más de 25 años de experiencia dentro de la Iglesia Católica en diversos países. Pionera en la atención psicológica de manera virtual desde hace 18 años. Autora de 4 libros sobre psicología y espiritualidad cristiana. Maestra en Ciencias del Matrimonio y de la Familia por el Instituto Pontificio Juan Pablo II y la Universidad Anáhuac. Candidata a Doctora por la Universidad Anáhuac en México.

Mercedes Vallenilla

Psicóloga Católica Virtual / Conferencista Internacional / Escritora / Blogger / Candidata a Doctora en Psicologia

Psicóloga con más de 25 años de experiencia dentro de la Iglesia Católica en diversos países. Pionera en la atención psicológica de manera virtual desde hace 18 años. Autora de 4 libros sobre psicología y espiritualidad cristiana. Maestra en Ciencias del Matrimonio y de la Familia por el Instituto Pontificio Juan Pablo II y la Universidad Anáhuac. Candidata a Doctora por la Universidad Anáhuac en México.

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