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Un Influencer Católico…

El liderazgo es una palabra muy atractiva que desde muy joven me llamo la atención. Somos muchos los que nos hemos dejado seducir por ella. Son muchos los que en estos tiempos han luchado hasta el cansancio por lograr ser un líder.

Y hoy en día quien no quiere serlo. En mi caso, los orígenes de esa palabra estuvieron enraizados en un aspecto muy humano. Pudiéramos decir que el deseo de ser líder estaba quizás más motivado cuando era joven a ser protagonista y recibir aplausos de parte de otros mezclado con un deseo grande de hacer algo por este mundo y por los demás.

Pero en la medida que fui creciendo, mi deseo humano se fue transformando en algo mucho más profundo, algo que brotaba de un conocimiento de la experiencia del amor de Dios. A medida que fui conociendo a Dios fui a la vez conociendo su voluntad sobre mi vida y allí me fui dando cuenta del verdadero sentido del porque hacemos las cosas, al menos en el mundo espiritual en que nos deseamos mover los cristianos.

Inluencer CatólicoComprendí la diferencia entre el altruismo y la caridad cristiana. El altruismo que solo busca el bien de la persona en si mismo, movido por un sí mismo. La caridad cristiana que busca ver en el otro a otro Cristo y lo busca ver con los ojos de Dios que movido por el amor que experimenta en el interior dona al otro ese amor recibido sin buscar nada a cambio para sí mismo. Un enfoque inmanente que se queda en el aquí y el ahora en la persona, el otro enfoque trascendente que repercute en la vida eterna de quien lo da y de quien lo recibe.

El liderazgo que conocí en la persona de Cristo me impresionó. Me preguntaba quien fue esta persona que dividió la historia del mundo en dos: antes de Cristo (a.c) y después de Cristo (d.c) Pero cuando vi que no uso su poder para bajarse de la cruz o para revelarse ante tanta injusticia eso me desconcertó, pues no entendía como un líder tan poderoso no había hecho nada con su poder para zafarse de un destino tan cruel, a la vez que regresarle a sus opresores algo del mal que le habían propiciado. Un mal que científicamente está demostrado ha sido el mayor sufrimiento que un ser humano en la historia del mundo haya experimentado.

Ese es el liderazgo que conocía. Alguien a quien el mundo le rinde pleitesía, pero porque la persona que lo ejerce lo busca también sin medida. Alguien que tiene el poder de hacer grandes cosas, de generar grandes cambios recibiendo aplausos mientras lo realiza. Alguien a quien lo siguen muchas personas y le brindan muchas adulaciones y felicitaciones mientras lo publicita. Alguien a quien se admira, pero no tanto por lo que es, sino por lo que hace reforzando esta falsa creencia de que el valor como ser humano se obtiene por el hacer y no tanto por lo que en el interior se es.

Hoy en día me parece mentira que en mis inicios haya deseado esto que es tan diferente a lo que hoy creo y persigo en cada acción de mi vida y a cada paso del camino. Y es que me parece mentira porque está muy distante no solo a lo que la verdadera pedagogía de Dios busca en un alma a la que le pide y elige por designio divino para una misión particular, sino porque incluso todos los modelos de liderazgo moderno de las universidades más prestigiosas han señalado con el tiempo que está obsoleto.

Ser un verdadero líder que ejerce influencia en otros implica muchas cosas mucho más esenciales que tener reconocimiento social. Implica algo muy profundo que emana de un ser que está conectado con Dios y con su porqué de vida y no tanto con el deber ser. Su liderazgo es solo producto o nace de la profunda reflexión del lugar que ocupa en este mundo, del rol que desempeña en un plan de Dios y de la esencia de la persona; de cuál sea su propósito en esta vida, de poder descubrir a cada paso del camino cuál es la misión que le fue conferida –desde el cielo- de llevar a cabo para buscar no solo un bien común, no solo el bien de las personas, sino para amar y ser amados como Dios nos ama siendo un espejo del amor de ese mismo Dios para otros.

Ser líder es poder conectar con la experiencia del amor de Dios y por gratitud decidir hacer algo para retornar ese amor. Es poder incluso por medio del dolor y de la pérdida encontrarle un sentido redentor, pero no solo para sí mismo sino para otros. Ser líder es preguntarse y cuestionarse muchas cosas en el interior e intentar usar la razón para resolverlas. Es descubrir un sentido existencial a la propia vida. Es purificar la intención constantemente a cada paso del camino y si se decide hacer algo, hacerlo con pureza de intención no buscando en esas acciones reconocimientos y aplausos sino llevar a cabo la misión desde el silencio interior.

Y a partir de allí, conectar con cada una de esas motivaciones interiores que nacen desde el alma, desde la inteligencia, desde una voluntad que debido a que tiene sus motivaciones claras puede perseguir contra viento y marea aquello en lo que cree. Pero no solo para sí mismo, sino buscando siempre el bien de otros.

Ser líder es aquel que inspira. Es el que muestra el camino. Es el que sin decir mucho todos sabemos quién es, a dónde va y cómo se conduce en la vida, pero sobre todo es aquel que sabemos que esperar de él, porque dentro de él percibimos y vemos integridad. Es aquel que sabemos que es coherente con lo que pregona hacia fuera y vive en su interior, pero no porque lo publicité sino por cómo se conduce en la vida. Ser líder es aquel que puede ser luz del mundo, pero porque primero ha sido luz de su propia casa. Es aquel que ayuda, convence e inspira a otros, pero porque tiene claro que lo más valioso no está fuera de las cuatro paredes donde vive, sino dentro de ella.

Es aquel que le da prioridad a su matrimonio y a su familia por sobre todas las cosas. Es aquel que no necesita estar diciendo quién es y hacia dónde se dirige, sino que vive de manera silenciosa lo que lo motiva por dentro con coherencia y determinación. Un líder que inspira y al inspirar transforma la vida de otros porque vive con coherencia lo que cree y profesa. Un líder no se presenta con idealismos efímeros y perfectos sino todo lo contrario, se presenta como un ser humano que no esconde su vulnerabilidad y al reconocerla se gana el respeto de todos.

Si analizamos el liderazgo que ejerció Cristo, podemos ver que por sus características así se condujo durante su vida. Cristo fue para los demás. Él estaba abocado a ayudar a otros, pero porque estaba primero conectado interiormente con el amor de su Padre Dios y la voluntad en su vida. Una mujer o un hombre que desee ejercer un liderazgo cristiano sin Cristo, sin conectar en su alma por medio de la oración con Dios, solo se está buscando más bien saciar a sí mismo y acumular cosas que se cuelgan, inflarse de posesiones y reconocimientos, de muchos seguidores y likes, y es entonces cuando el ministerio o la misión que ejerce solo se convierte en una constante autocompensación afectiva donde solo busca de fondo un reconocimiento social bajo el manto de la ayuda al prójimo.

Cristo estaba polarizado por la misión que le había sido conferida, entregado a la realización del plan de Dios, pero sin descuidar lo que era esencial: el amor con que vivía de cara al amor de Dios, de sus más cercanos colaboradores quienes fungían como su familia y de todo aquel que se le cruzara en el camino. Cristo estaba comprometido. No era una persona amorfa, apática, floja que estuviera apoltronado, fue un hombre que miró a los horizontes, pero sin descuidar lo más importante que era estar conectado en su interior con la voluntad de Dios.

Cristo trataba a todos por igual. Siempre estaba disponible para todos. Su misión era extender el reino de los cielos, pero salvando como prioridad a los pecadores, a los que no cumplían los preceptos como lo indicaba la ley judía. No dejaba pasar oportunidades. No criticaba, no acusaba solo se ganaba su confianza y ayudaba a todos por igual. Él les ofrecía su amistad sincera y los transformaba con su amor. Cristo estaba disponible para todos sin importar si tenían o no dinero, si tenían o no posesiones, si eran o no famosos pero sin descuidar nunca a los que tenía más cercanos.

Cristo tenía una profunda vida de oración (Lc, 5:16) Rezar para Él era como respirar. A pesar de sus muchos pendientes, juntas, acuerdos, consignas y reuniones y pudiéramos decir que si viviera en esta época de la cantidad de horas que hubiera tenido que invertir en las redes sociales para hacerse famoso y proclamar su misión, Cristo se retiraba a la orilla y a la montaña a rezar. Cristo rezaba siempre, en cualquier momento y circunstancia de vida. Reza al inicio de su vida pública, reza antes de escoger a los apóstoles, reza antes de curar a Lázaro, reza en el huerto antes de ser crucificado y reza en la cruz.

Jesús nunca dejo de rezar, aunque las circunstancias de vida se pusieran adversas. El además rezaba en silencio sin que nadie lo supiera con una enorme discreción pues no estaba buscando que dijeran “es que es un santo” o “mira que buena católica es”. El líder cristiano que no reza es como un guía que no ve pero que pretende guiar a otros en su camino.

Cristo vivía con un constante Espíritu de sacrificio (Lc, 22:42). No se ilusionada con las apariencias y los triunfos efímeros. El aceptó y abrazó el sacrificio como el único camino de redención. Él vivía para la misión encomendada sin importar lo que ésta exigiera, aunque al decir la verdad le costara el rechazo de los que menos se esperaba. Él hacía su mayor ofrenda en silencio desde el interior de su corazón sin que nadie lo supiera y de allí sacaba todas las gracias y la fortaleza para su misión.

Cristo guiaba con el ejemplo. No solo lo hacía con las palabras. Pero no solo daba ejemplo a la muchedumbre, sino a sus más cercanos colaboradores, sus apóstoles. Cristo marchaba delante y mostró el camino con su ejemplo. Fue luz y se le acercaba la gente por su coherencia de vida. No se presentaba ante la muchedumbre que lo seguía diciendo ser uno con sus palabras, pero actuando de otra manera cuando estaba solo con sus apóstoles (Mt 8:10). Él era el mismo donde estuviera, no tenía doble cara ni presentaba ante todos la mejor cara de su moneda y en su casa la peor cara de ella.

Cristo fue empático (Mc 8:2) Sentía honda y profundamente el sufrimiento de las personas. Se conmovía y hacia algo. Él no era indiferente pero no solo con el que le venía a pedir ayuda y consejo, sino con todos los que lo conocía y estaban a su alrededor. Trato a todos por igual siempre.

Cristo fue un experto en resolver conflictos. Experto en dialogo y un experto en comunicación asertiva. Cristo siempre hizo preguntas ante sus dudas para buscar comprender a otros (Lc,17:7-9) No evadió el supuesto conflicto, sino que lo enfrento. Él demostró siempre tener los resortes interiores para enfrentar situaciones difíciles de vida y debido a que podía enfrentarlas resolvió las discrepancias. Muchas veces usó preguntas desafiantes y otras veces solo buscaba las opiniones de la gente. Muchas veces les preguntó ¿qué es lo que están pensando? Al hacer preguntas Él enfatizó su actitud abierta hacia su interlocutor y su deseo de establecer relaciones de confianza o mantenerlas incluso con sus enemigos.

Cristo nunca se sintió arrinconado (Lc 6:2) Nunca dudó ante las críticas de otros, aunque si experimentó el dolor humano de ser juzgado incluso por los que más amaba y por los que más confiaba. La percepción que tenían otros de Él, nunca lo definió, aunque le doliera que fuera mal interpretado y aunque le doliera mucho más la traición de aquellos de los que más confiaba y a los que más amor les entregó en vida. Su identidad estaba basada solo en Dios.

Cristo nunca se enganchó emocionalmente (Lc 4:30) Pasando entre ellos continuó su camino. Ante la traición, ante la falta de agradecimiento por el amor y el compromiso donado, ante la falta de fidelidad que pueda existir en una relación, ante la falta de valoración, Cristo continuó su camino y se marchó porque a veces no es sano detenerse ante acontecimientos que emanan de un ser enfermo y que no tienen capacidad de actuar con coherencia en su deber ser. Ante esos casos donde se buscaba de origen manipular, Cristo nos enseñó que es mejor no detenerse y continuar.

Cristo nunca se condicionó por otros (Mc 10:35) Esos otros que le decían “queremos que nos hagas el favor que vamos a pedirte”. Cristo les decía que no cuando era necesario. Cristo les ponía un límite y les hablaba con verdad cuando se equivocaban gravemente. Él los reprendía cuando era necesario hacerlo sin importar las consecuencias que eso tuviera. Siempre hacía y decía lo que era correcto (Mc 10:5-11), aunque al otro no le gustara, aunque se enojara, aunque se distanciara.

Cristo no intentaba agradar a la gente, intentaba ser Él mismo en cualquier circunstancia de su vida con ética y con coherencia, pues la voluntad de Dios expresada en el interior del hombre venida de una relación personal con Él, siempre será suficiente seguridad interior que se expresa por la valentía con la que se vive. Él no vivió para agradar a los demás.

Cristo fue flexible cuando veía en los otros fe, arrepentimiento sincero, reconocimiento de sus faltas, deseo de ser mejor y amor (Mc 10:46) Él se acercaba a los demás con una mente abierta, incluso cuando tiene ideas preconcebidas. Él permitió que el Espíritu Santo le guiara y lo hacía cambiar de postura. Él se adaptaba a los cambios de planes que Dios le comunicaba por medio de la oración porque mantenía una relación formal y constante con Él. La adaptabilidad que es tan necesaria para poder vivir la vida con Inteligencia Emocional. Él, no usaba su poder para sentirse seguro afectivamente ante otros. No usaba su misión para sentirse con valor.

El líder no nace, se hace. Tiene grandes ideales y un gran sentido de superación. No se conforma con hacer el bien, quiere ser mejor desde el interior. Su primera victoria es la de vencerse a sí mismo cada mañana, a sus caprichos, a sus egoísmos, a sus gustos. Su primera misión fue la de ser responsable de sí mismo haciéndose cargo de su persona para luego hacerse cargo de los que lo rodean; en primer lugar, de su propia familia. Hace todo lo que hacen los demás, pero lo que hace lo hace muy bien.

Sabe mandar, pero porque primero aprendió a obedecer. Sabe exigir porque es el primero en exigirse a sí mismo. Sabe convencer porque es el primer convencido. Sabe obtener los máximos resultados de las personas que lo rodean porque es el primero en trabajar y exigirse esos resultados. Sabe delegar, pero no deja solos a los que inspira. Sabe confiar mucho más en Dios que en sus propios talentos. Sabe reconocer sus errores y pedir perdón por ellos asumiendo las consecuencias ante aquellos a los que perjudicó o traicionó.

No se toma nada a personal por lo tanto está muy capacitado para resolver conflictos de manera adecuada porque no hace líos innecesarios. Tiene roces, dialoga, corrige y sigue adelante porque es capaz de enfrentar la vida y lo que ella conlleva sin dilaciones, sin evasiones y sin escapatorias. Pide consejo a los demás que están fuera de su círculo porque no está interesado en que le den la razón sino en conocer la verdad.

El verdadero líder no dice adelante sino síganme. El líder sabe que no siempre puede cosechar los frutos, pero no le importa ser un pedestal para que otros lo alcancen, aunque no quede ante otros como el protagonista visible de la historia. El líder cristiano solo tiene un consuelo como decía San Pablo, “he corrido la carrera y he conservado la fe” (2 Tim 4, 7)

Hay hombres que hacen historia y otros que son arrastrados por ella. Hay unos que luchan contra corriente y otros que se dejan llevar por ella en un mundo que refuerza todo lo contrario a buscar el bien sin protagonismo, sin buscar autocompensaciones y refuerzos sociales, sino más bien desde el silencio interior de un corazón que está en constante comunicación con Dios. Un verdadero influencer, no es aquel que obtiene muchos likes en sus publicaciones, sino aquel que influye positivamente la vida de otros, los inspira y los transforma siendo quien está llamado a ser y acercándolos a Dios.

Mercedes Vallenilla

Mercedes Vallenilla

Psicóloga Católica Virtual / Conferencista Internacional / Escritora / Blogger / Candidata a Doctora en Psicologia

Psicóloga con más de 25 años de experiencia dentro de la Iglesia Católica en diversos países. Pionera en la atención psicológica de manera virtual desde hace 18 años. Autora de 4 libros sobre psicología y espiritualidad cristiana. Maestra en Ciencias del Matrimonio y de la Familia por el Instituto Pontificio Juan Pablo II y la Universidad Anáhuac. Candidata a Doctora por la Universidad Anáhuac en México.

Mercedes Vallenilla

Psicóloga Católica Virtual / Conferencista Internacional / Escritora / Blogger / Candidata a Doctora en Psicologia

Psicóloga con más de 25 años de experiencia dentro de la Iglesia Católica en diversos países. Pionera en la atención psicológica de manera virtual desde hace 18 años. Autora de 4 libros sobre psicología y espiritualidad cristiana. Maestra en Ciencias del Matrimonio y de la Familia por el Instituto Pontificio Juan Pablo II y la Universidad Anáhuac. Candidata a Doctora por la Universidad Anáhuac en México.

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