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¿Con qué cristal miras?

Hace unos años me encontraba esperando en el consultorio de mi doctor. El, con cara circunspecta me informaba que tenía que tomar una medicina muy fuerte para prevenir un potencial cáncer.

Salí del consultorio muy molesta con Dios y conmigo misma. Parecía una máquina expendedora de quejas. Estaba en un momento importante laboralmente y no venía al caso enfermarse.

Llegué a la tienda de autoservicios para comprar el costoso tratamiento. Creo que en cierto modo, no solo estaba molesta por los malestares que el tratamiento me iba a ocasionar según el doctor me había explicado, sino por el alto precio del mismo.

agradecimiento a DiosMe encontraba parada en el mostrador esperando mi turno cuando vi que a mi lado se encontraba una señora de avanzada edad con cara de preocupación que con tono bajo y entrecortado pedía una lista de medicinas. La señora tenía las manos muy oscuras y con machas negras típicas de la vejez. Luego noté que entre sus manos, tenía un monedero muy gastado del que sacaba los pocos billetes que tenia todos enrolladitos.

Enseguida, esta abstracción se vio bruscamente rota por un aparente dramatismo. La señora comenzó a mostrar una profunda cara de preocupación a medida que hablaba la dependienta, pues le estaban diciendo que uno de los medicamentos costaba muy caro. Pensé que hasta se iba a poner a llorar.

Después de ir y venir con su familia que se encontraba lejos esperándola la señora contaba una y otra vez el dinero para ver cuanto le faltaba. Mi corazón latía de preocupación queriendo hacer algo ante aquella situación tan desventajosa. Tome lo que tenía en mi bolsa. Me le acerqué. Le hable al oído diciéndole que si me aceptaba esta ayuda que la Virgencita de Guadalupe le mandaba. La señora explotó en un llanto silencioso mientras me extendía la mano.

Esa noche lloré. Y no lloré por la experiencia vivida en si misma. No lloré por haberme topado con una persona tan humilde. No lloré por sus manos arrugadas. Tampoco por su condición social, por su enfermedad o por su incapacidad para costear sus medicamentos. Lloré por mi condición de privilegiada. Lloré por lo pobre y limitada que soy de corazón. Lloré por mi ingratitud. Lloré porque había venido todo el camino quejándome de mi situación, sintiéndome víctima de la vida. Y no es que no me costara vivir una vez más otra situación difícil de salud, sino que estaba percibiendo algo de una manera exagerada sin sentarme a analizar que las cosas no estaba tan mal y a ver con ello, todo lo que si tenía en vez de pensar solo en lo que me costaba.

Y es que siempre, todo lo que nos sucede en la vida, dependerá del cristal con que mires la situación que vivas. Y de la manera como la percibamos, es que determinará el que seamos capaces de afrontar esa nueva situación con confianza en Dios, valentía y entereza. Y no significa que no deba dolernos, pues es un hecho que somos humanos y que el mismo Dios no nos quiere deshumanizados. Sino que busquemos salir de nosotros mismos viendo aquello que tenemos de positivo en la situación que Dios esta permitiendo que vivamos. Y si el dolor nos ha cegado la razón, entonces tenemos en la cruz al ejemplo mayor de sufrimiento en quien podemos inspirarnos. Cristo, el Dios hecho hombre, un ser humano como nosotros, que vivió y padeció todo en la cruz. El no dijo: “toma tu cruz” y se sentó a vernos cargarla. Sino que con su ejemplo nos dijo: “toma tu cruz y sígueme porque yo voy delante de ti enseñando como se sufre”

Cuando sufrimos o estamos pasando por una situación difícil, podemos percibir de manera distorsionada la realidad, pues tenemos la tendencia a percibir solo la información que confirma nuestra “mala” situación y no le damos peso a la información positiva que desmiente la misma o que nos hacen ver que la situación tiene otros elementos positivos en ella.

Si nos permitimos valorar nuestra vida o las situaciones que tengamos incluyendo lo positivo que hay en ella, es muy probable que podamos ver todo el panorama con realismo y no solo la situación negativa que nos embarga. De esta manera, podremos encauzar nuestros sentimientos y sobrellevar, junto con la fe y los sacramentos cualquier situación por la que estemos pasando.

Pero para ello, también es importante vivir agradecidos. En primer lugar, con Dios por el don de la vida. Y por todo aquello bueno que cada uno de nosotros tiene en su vida. Y luego, con los demás.

El agradecimiento juega un papel preponderante en la vida de un cristiano. Muchas veces no lo somos porque nos estamos fijando siempre en el punto negro de la pared o porque quizás, nos creemos merecedores de todo y vivimos en una constante insatisfacción. En el evangelio de Lucas 17, 11-19, vemos una muestra clara de esta actitud del ser humano.

”Cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra. Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ese era un samaritano. Entonces dijo Jesús: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?”. Después le dijo al samaritano: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.

Los diez leprosos acuden a Jesús porque saben que debían ser salvados. Diez son curados, pero solo uno “se recuerda” de quien lo ha hecho, de quien ha recibido ese inmerecido favor y siente la necesidad de agradecer el bien recibido. Los otros nueve leprosos, una vez que se las otorgado el inmerecido e inesperado regalo, se van a hacer de nuevo sus vidas. ¡Que común es esta actitud hoy en día! Le pedimos a Dios un favor, oramos mucho, lo concede y ya nos regresamos a ser como éramos. Hasta nuestras promesas se nos olvidan. Y asumimos la actitud de ingratos. Con Dios y con los demás.

Le lepra según los padres espirituales, se puede referir no solo una enfermedad de la piel, sino a una enfermedad del espíritu que representa la miseria espiritual y la pobreza moral. Y estos leprosos tenían que caminar excluidos de la sociedad, experimentando el peor de los rechazos. Pero a pesar de este gran sufrimiento del que Jesús los había librado, es solo uno, el que regresa a agradecer. Y precisamente el que regresa es el que era extranjero. El samaritano. El pueblo que estaba considerado impuro ante los judíos.

Que importante es vivir agradecidos con Dios y con las personas que nos rodean. Pero no solo agradecer de palabra sino con actitudes o hechos de vida. Agradecer su compañía, el bien que nos han hecho, aquellos pequeños grandes detalles de amor. Su amistad. Su servicio desinteresado. La fidelidad en la amistad o en el amor.

Pero para ser agradecidos, debemos no solo de percibir todo en contexto, sino ser humildes para reconocernos criaturas de Dios. Tenemos que estar sanos en el espíritu y tener una altura moral que nos permita reconocer, que todo es don y gratuidad del Señor. Así, cuando los problemas lleguen y el sufrimiento aceche, podremos regresar con el Señor a darle gracias por aquello que nos ha regalado, especialmente por la propia vida. Para al final, ver la vida con el cristal de la fe, con los ojos de amor con la que Dios la ve.

Mercedes Vallenilla

Mercedes Vallenilla

Psicóloga Católica Virtual / Conferencista Internacional / Escritora / Blogger / Candidata a Doctora en Psicologia

Psicóloga con más de 25 años de experiencia dentro de la Iglesia Católica en diversos países. Pionera en la atención psicológica de manera virtual desde hace 18 años. Autora de 4 libros sobre psicología y espiritualidad cristiana. Maestra en Ciencias del Matrimonio y de la Familia por el Instituto Pontificio Juan Pablo II y la Universidad Anáhuac. Candidata a Doctora por la Universidad Anáhuac en México.

Mercedes Vallenilla

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Psicóloga con más de 25 años de experiencia dentro de la Iglesia Católica en diversos países. Pionera en la atención psicológica de manera virtual desde hace 18 años. Autora de 4 libros sobre psicología y espiritualidad cristiana. Maestra en Ciencias del Matrimonio y de la Familia por el Instituto Pontificio Juan Pablo II y la Universidad Anáhuac. Candidata a Doctora por la Universidad Anáhuac en México.

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Que el dolor no te robe el amor

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