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La vida: ¿parque de diversión?

Desde pequeña tuve la oportunidad de ir de vacaciones a un afamado parque de diversión. Ese maravilloso mundo de fantasía y diversión donde todo padre quisiera poder llevar a sus hijos. Y es que en si mismo, no tiene nada de malo. Sin embargo, a lo largo de mi vida he podido constatar la gran frustración que le genera a algunos padres el no poder llevar a sus hijos a vacacionar a uno de estos magníficos lugares.

Y es que el asunto va mucho más allá. Este mundo hedonista, que nos enseña a buscar la felicidad en todo aquello que nos produzca placer, les ha hecho creer a muchos padres que para que sus hijos sean felices, tienen que hacer de sus vidas un constante parque de diversión con el castillo de princesas y todo como centro.

Educación de los hijosLes dan premios por cumplir con su única responsabilidad que es la de estudiar. Les evitan cualquier oportunidad de hacer un pequeño sacrificio. Hacen una tragedia cuando tienen un dolor de estómago. Sino les gusta la comida que se preparo en casa, los dejan que ordenen “a la carta”. Cuando se caen de la bicicleta, sacan todo el botiquín de auxilios y hasta llaman al pediatra. Les hacen creer, que para ser feliz en la vida, siempre tienen que tener a diario un parque de diversión. No les dan la oportunidad real de experimentar el dolor, de sacrificarse por los demás, de descubrir lo que la vida, en sus amarguras y caídas tiene para enseñarnos. Lo mucho que podemos aprender de las malas experiencias que la vida puede traer consigo y el valor que ante los ojos de Dios tiene el poder darle sentido a los sufrimientos que experimentamos en nuestra propia vida.

Gracias a que los padres de hoy quieren hacerle la vida a sus hijos un constante parque de diversión y a que aprendieron a que las palomitas se hacen en tan solo dos minutos con presionar un simple botón en el microondas, que además ya viene señalizado con un icono, los jóvenes de ayer se han convertido en adultos de hoy con un bajo umbral de tolerancia a la frustración. Porque creen que detrás de cualquier esfuerzo siempre obtendrán un resultado consonante. Y ante cualquier revés en la obtención de un resultado, se sienten derrumbados, abatidos, perdidos, profundamente desdichados. Al final, fracasados. Porque les hicieron creer que son merecedores de todo y que la vida, es únicamente subirte a disfrutar de un paseo en la mejor montaña rusa del planeta.

Que importante es para un adulto vivir con un nivel adecuado de tolerancia a la frustración. Pero si nuestros hijos crecen en un constante parque de diversión, cómo podrán entonces estar preparados para las adversidades normales de la vida cuando crezcan. Es importante que aprendan desde pequeños a que muchas veces –a pesar de nuestro esfuerzo- las cosas no salen como lo planeamos.

Y que cuando esto suceda, siempre podremos tener el consuelo de que lo importante es que hemos hecho las cosas con amor y que pusimos nuestro mejor esfuerzo. También es importante enseñarles que una de las formas como aprendemos en la vida, es justamente cuando nos equivocamos. Pues toda experiencia por más negativa que sea, siempre tiene algo bueno que enseñarnos.

De igual forma, podrán estar preparados para luchar por solucionar los conflictos que toda relación interpersonal tanto en el ámbito personal como profesional podría tener. O simplemente, mantener el balance emocional, cuando hay una noticia adversa sobre la salud de algún miembro de la familia o cuando han perdido el trabajo.

Y es que cuando vivimos sin tener tolerancia a la frustración, confundimos lo que realmente significa ser feliz. La felicidad se percibe como un sinónimo de los resultados orientados a poseer algo, aunque sean cosas buenas en si mismas. Creemos que ser feliz es que todo te salga bien o ausencia de problemas. Parece entonces que ser feliz es sinónimo de no sufrir. Y cuando sufren, no saben como afrontarlo porque no aprendieron de pequeños a afrontar las adversidades que la vida en si misma siempre trae consigo.

Placer, poder, riqueza y fama. Trabajo excesivo, materialismo, diversión y ocio. Incluso, poseer un compendio de obras buenas que se han acumulado. A eso hemos resumido lo que es ser feliz. Pero resulta que la felicidad es una actitud de vida donde tenemos el poder de decidir cómo vivimos las adversidades de la vida, lo que podemos compartir, el tiempo que dedicamos a los demás, en la renuncia que hacemos de nosotros mismos por servir y por ayudar. Es vivir de cara a esa verdad, a esa misión que cada uno, desde su interior descubrió como sentido de su propia vida.

Ser feliz no es un estado de ánimo que sube y baja en relación a las circunstancias que se vivan o algo que experimentaré cuando alcance una meta laboral, material, incluso apostólica o filantrópica. No es un lugar al que quiero llegar cuando cumpla con una lista de cosas que deseo tener, hacer o adquirir. Tampoco es no tener problemas. O simplemente sentirme “siempre bien”.

Ser feliz es una decisión personal que se toma cada mañana al levantarnos. Es el hacer todos los días una lista de cosas que tengo, en vez de pensar en las que no tengo. Es aprender a agradecer todos los días por la salud, por la gente que me ama, por un trabajo, por los amigos, por aquello que la vida me ha dado y no tanto por lo que me ha quitado. Ser feliz es luchar por lo que deseo, pero sin perder de vista lo que ya tengo. Es aprender a disfrutar al máximo esas pequeñas cosas de la vida. Es apreciar el paisaje, un cielo estrellado y la luna llena. Es no perder nuestra capacidad de asombrarnos. Es practicar ante el espejo una sonrisa. Es agradecer por la salud y por la vida. Es buscar en el corazón, cuando las cosas se ponen difíciles, aquello que me motiva, me ilusiona y me ayuda a continuar. Es decirles a las personas que me rodean que los amo y disfrutar su compañía.

Ser feliz es vivir de cara a la verdad que he descubierto en mi corazón como una misión de vida para la cual Dios me pensó desde toda una eternidad. Ser feliz es intentar dialogar, cuando he tenido un problema. Ser feliz, es poner todo mi esfuerzo por comprender a los demás a pesar de “como me sienta”. Ser feliz, es buscar desesperadamente en la comunión a aquel que me ama profunda e incondicionalmente y que siempre esta esperando para consolarme y darme la fuerza para continuar. Ser feliz, es aprender a verme con los mismos ojos de amor con los que Dios me ve y aprender a mirar de la misma manera a los demás.

En ocasiones hay circunstancias de vida que no podemos cambiar, pero si podemos decidir como vivirlas. Para ser feliz se necesita tomar una decisión personal y poner en práctica la actitud. Para ser feliz se necesita amar a Dios y a amar a los demás.

La vida es una montaña rusa en una realidad concreta, no virtual o imaginaria. Tiene subidas y bajadas, a veces vertiginosas pero de la mano de Dios, siempre felices y plenas. Debemos estar preparados con las verdaderas bases que nos ayudarán a ser felices en cualquier parte de ella.

Mercedes Vallenilla

Mercedes Vallenilla

Psicóloga Católica Virtual / Conferencista Internacional / Escritora / Blogger / Candidata a Doctora en Psicologia

Psicóloga con más de 25 años de experiencia dentro de la Iglesia Católica en diversos países. Pionera en la atención psicológica de manera virtual desde hace 18 años. Autora de 4 libros sobre psicología y espiritualidad cristiana. Maestra en Ciencias del Matrimonio y de la Familia por el Instituto Pontificio Juan Pablo II y la Universidad Anáhuac. Candidata a Doctora por la Universidad Anáhuac en México.

Mercedes Vallenilla

Psicóloga Católica Virtual / Conferencista Internacional / Escritora / Blogger / Candidata a Doctora en Psicologia

Psicóloga con más de 25 años de experiencia dentro de la Iglesia Católica en diversos países. Pionera en la atención psicológica de manera virtual desde hace 18 años. Autora de 4 libros sobre psicología y espiritualidad cristiana. Maestra en Ciencias del Matrimonio y de la Familia por el Instituto Pontificio Juan Pablo II y la Universidad Anáhuac. Candidata a Doctora por la Universidad Anáhuac en México.

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